Hace casi cinco décadas en que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) empezó a preocuparse por las consecuencias nocivas que empezaron a hacerse presente, por la acción del hombre sobre la naturaleza y sus efectos en la relación con los ecosistemas y el medio ambiente en general.
Fue en el año 1972 cuando se produce un punto de inflexión y se plantea la necesidad de crear políticas internacionales destinadas a las cuestiones relativas al medio ambiente, cuya inquietud se plasmó en lo que se denominó la Conferencia de Estocolmo, la que se celebró entre el 5 y 16 de junio de ese mismo año bajo los auspicios de la ONU.
A esta primera reunión se la designó “Conferencia Sobre El Medio Humano”. El nombre pone de manifiesto un marcado halo de antropocentrismo desde su nacimiento y parece hacer ostentación de la preponderancia de lo humano por sobre la naturaleza, por lo que su objetivo central declaraba que “se trataba de forjar una visión común sobre los aspectos básicos de la protección y la mejora del medio humano”.
Ese mismo año, el 15 de diciembre, la Asamblea General aprobó una resolución que designaba el 5 de junio “Día Mundial del Medio Ambiente” y pedía «a los gobiernos y a las organizaciones del Sistema de las Naciones Unidas, a que todos los años emprendan en ese día actividades mundiales que reafirmen su preocupación por la protección y el mejoramiento del medio ambiente, con miras a hacer más profunda la conciencia de los problemas ambientales y a que perseveraran en la determinación expresada en la Conferencia». La fecha elegida coincide con el día de la apertura de la primera histórica reunión.
Pero no fue hasta en el año 1974, cuando se celebró como tal, el Día Mundial del Medio Ambiente, que llega hasta el presente. Su función esencial hablaba de “concienciar y crear presión política para abordar preocupaciones crecientes, como la reducción de la capa de ozono, la gestión de productos químicos tóxicos, la desertificación o el calentamiento global”.
Sin embargo, el propósito de unir a las naciones del mundo para enfrentar los problemas del medio ambiente en general y en particular el deterioro del clima a nivel planetario, no han resultado suficientes para que los líderes mundiales logren acuerdos en beneficio de la conservación del medio ambiente y detener las catástrofes climáticas que se han presentado en los últimos años.
Una muestra de esto es que se han malogrado todas las conferencias sobre cambio climático de los últimos tiempos, incluida la COP25 que se realizó en Madrid en diciembre recién pasado. Tal ha sido el fracaso, que se ha terminado estropeando compromisos anteriores como el Protocolo de Kioto y el Acuerdo de París –según los organismos contralores, ni siquiera se cumplen los compromisos firmados–
Muy por el contrario, los países de mayor desarrollo económico que precisamente son los que más contaminan, han amenazado hasta con retirarse de estas conferencias , mostrando un manifiesto desinterés y como corolario de esto, envían representantes de sus gobiernos de segundo o tercer orden jerárquico a los congresos anuales.
Los líderes mundiales, especialmente aquellos de los países centrales, en definitiva son los que no asumen la decisión política de ir tras la solución de los problemas medioambientales. Aunque se sabe de la alta complejidad reviste el abordaje de los problemas ambientales, por su carácter holístico, las ciencias han descubierto las causas que generaron el estropicio que asola al planeta, en cuyo cometido han debido realizar esfuerzos conjuntos multi y transdisciplinarios.
Por lo tanto, es conocido lo que sucede, pero falta la decisión política traducida en acciones concretas para revertir el daño causado que por lo demás, nos puede llevar al colapso.
Ahora mismo, a través de la pandemia pavorosa que nos aterroriza, la naturaleza parece avisar que el daño que le han infligido los humanos y se niegan a remediar, lo hará por sí misma y que en verdad el hombre abandonar la idea de sentirse dueño de la tierra, sino que es parte y pertenecemos a ella.
Aún cuando no sabemos cuándo se detendrá la pandemia que asola al planeta, la naturaleza tan castigada por los hombres da muestras claras de recomposición y no son pocos los signos que dan cuenta de ello.
Desde hace mucho tiempo venimos enfrentados a la imposibilidad de parar la actividad económica y testear la repercusión de los efectos en el medio ambiente, experimento que nunca se creyó poder realizar. Pues bien, sin la intervención de la voluntad del hombre ahora está ocurriendo.
La aparición de algunos indicadores dejan muy en claro que parar de consumir petróleo cambia ostensiblemente la calidad del aire. Y, cuando avanzamos sobre los espacios ocupados naturalmente por la vida silvestre, mucha de la fauna que habitaba esos lugares, reaparece y los recupera.
Sucedió entonces que mientras los humanos se recluyen en cuarentena por la amenaza pandémica, las otras especies reviven sin enterarse del ataque viral.
Para incursionar un poco más sobre las recientes mutaciones, difundidas profusamente en todo el mundo por los medios de comunicación, nos enteramos que los delfines reaparecieron en los canales de Venecia, se volvieron a ver los picos del Himalaya que permanecieron por años tapados por nubes de polución y, en cualquier lugar del mundo en un día despejado, el cielo volvió a mostrarse con su intenso e infinito azul.
¿Qué nos deparará el destino en la pos pandemia?
A modo de adentrarnos en el contexto que nos traído hasta aquí y aventurar una posibilidad de cambio, se puede aseverar que hace más de una centuria, el capitalismo viene sobreviviendo a pesar de sus crisis recurrentes, las que son inmanentes a su propio accionar. Sin embargo, ante las crisis cíclicas, siempre se las arregló para simular un retrocedo o detención, para posteriormente avanzar dos pasos hacia adelante. Ahora parece no haber espacio, ni están dadas las condiciones para seguir repitiendo el ciclo, la cantinela parece anunciar su fin.
Sin apartarse demasiado del tema que nos ocupa de momento, que no es más que la problemática del medio ambiente, no son pocas las elucubraciones que empiezan a aparecer acerca de cómo será el futuro ambiental pasada la pandemia.
Por ahora, lo que se sabe fehacientemente, es que se han realizado análisis que advierten claramente, que estamos viviendo una caída sin precedentes en la emisión de dióxido de carbono (CO2), uno de los principales gases contaminantes que causan el cambio climático. (Sobre las emisiones, implicancias y la mecánica del CO2. En la atmósfera, ya nos hemos referido ampliamente en esta columna)
Sin embargo, debe tenerse en cuenta que la caída de las emisiones contaminantes se deben a la inusitada presencia de la pandemia. Los impactos positivos visibles, ya sea la mejora de la calidad del aire o la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, no son más que temporales, ya que se deben a la trágica desaceleración económica. La notoriedad del cambio a pesar de su brevedad, es una muestra indiscutible de cuál es el camino a seguir si ciertamente se quiere dejar de contaminar.
La disyuntiva de “cuando volvamos a la normalidad” en contraposición a “la nueva normalidad”. Cómo será el trabajo o las relaciones laborales. Cómo se repartirán los beneficios del trabajo. Cambiar la relación entre capital y trabajo. El preanuncio del fin de la globalización. El tema de la pobreza asimilado a los problemas ambientales. La efectiva igualdad entre los hombres a través de la Ley. La incorporación de la naturaleza como sujeto de derecho. Democracia concreta o democracia formal. Los consecuencias del uso de la tecnología y la inteligencia artificial etcétera. Son todos temas que se deberán poner en discusión.
Por supuesto, ninguno de esos problemas se vislumbra como resultado de un destino implacable, sino que más bien, son el producto de la acción concreta de los humanos. Por lo tanto, todo es posible de ser cambiado.