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Expectativas de mejora ambiental en baja, por Covid 19

El súbito remezón propinado por la pandemia Covid 19, podría ser quizás, el estertor que finalmente termine por convencer a los que gobiernan, conducen y por consiguiente tienen en sus manos el destino de la humanidad, por lo que deberían, fomentar y promover la toma de conciencia sobre el deterioro ambiental al que se ha llegado. El nivel del perjuicio es tan elocuente que ya no admite más espacio para la distracción.

Los problemas ambientales reclaman soluciones urgentes, por lo que la inteligencia y la sensatez, denominados atributos de la condición humana, se pongan en acción para rescatarnos del futuro que no parece presagiar bienaventuranzas.

Han surgido hipótesis, algunas bastante convincentes, de que la alteración del medio ambientes y especialmente el cambio climático ha creado las condiciones suficientes para la mutación vertiginosa –según dicen los estudiosos del tema– de uno de los miembros de la familia coronavirus, que dejó a los especialistas más encumbrados mirando para otro lado, como hacía el gran Maradona en las canchas del mundo. Matiz futbolero análogo para describir el desconcierto y el sorpresivo aparecimiento de la ola infecciosa.

Hasta ahora tampoco están plenamente descartadas las teorías conspirativas –a las que no son pocos, los que eluden referirse– sobre la posibilidad de la fuga de un virus de laboratorio, modificado o en proceso de modificación, vaya a saber con qué fines. Tal vez, nunca lo sepamos.

Sin embargo, lo que se torna indiscutible a esta altura es que millones de personas en todo el mundo han tenido que abandonar sus tierras, porque los cambios han sido tan catastróficos, que eliminaron las condiciones necesarias para la reproducción de la vida material de poblaciones enteras, a las que no les ha quedado más que emigrar a otros espacios en donde la naturaleza les permita establecerse y desarrollarse de manera sustentable.

Tanto se han incrementado este tipo de migraciones que, especialmente en Asia y África, muchos países están incorporando en sus cuerpos jurídicos la figura del “Desplazado Ambiental”. El concepto que configura los atributos de una persona que huye de su país de origen por los conflictos derivados de cambios geográficos y físicos en su entorno.

Según ACNUR, la Agencia de la ONU para los refugiados, “un promedio anual de 21,5 millones de personas han sido desplazadas forzosamente cada año desde 2008 por amenazas relacionadas con el clima”. Por su parte, los gobiernos de China e India han tenido que reubicar a siete millones y a dos millones de «desplazados ambientales», respectivamente, como consecuencia de diferentes desastres naturales.

Asimismo, los desplazamientos a causa de fenómenos denominados de evolución lenta, como son las sequías o la erosión costera, producida por el aumento del nivel del mar, también obligan a huir de sus hogares a miles de personas cada año.

Se prevé que en el mediano o corto plazo, se producirán flujos o corrimientos poblacionales hacia los extremos del planeta. Puesto que, aun teniendo en cuenta un bajo aumento de la temperatura global, millones de personas posiblemente no podrán mantener las actividades de su vida diaria durante los períodos cálidos de cada año en sus áreas de origen, sobre todo en los países de ingresos bajos y medianos pero también en los países desarrollados.

El asomo de una faceta esperanzadora paradójicamente con el aparecimiento de la pandemia, despertó expectativas de mejoramiento en varios aspectos. Sólo por destacar algunos, la notoria caída en la contaminación del aire y el cambio en el comportamiento de diferentes especies de animales, fueron muestra fehaciente de que algo estaba comportándose de manera diferente e ilusionó a millones de activistas del medio ambiente en todo el mundo.

Sin embargo, existen datos concretos que permiten arriesgar que las esperanzas empiezan a diluirse a un ritmo superior a la pandemia. Como tantas veces, este debía ser un “año decisivo” para las iniciativas contra el cambio climático. Pero lo cierto es que empiezan a aparecer indicadores que podrían frustrar nuevamente las aspiraciones de los ambientalistas.

En ese sentido, el secretario general de la ONU António Guterres, señaló que se suspendió hasta el próximo año la cumbre anual sobre la acción climática de la ONU, que se iba a realizar en Glasgow, Escocia, en el mes de noviembre. Lo mismo ha sucedido con otras reuniones internacionales vinculadas a la biodiversidad y los océanos. Los problemas del calentamiento global han dejado de ser urgentes.

En Brasil la autoridad federal ambiental anunció que flexibilizará sus actividades de fiscalización, que protegían a la Amazonía de la deforestación cada vez más intensa, lo que traería como consecuencia la liberación de grandes cantidades de gases de efecto invernadero almacenados en uno de los sumideros de carbono más importantes del mundo.

En Estados Unidos, un poderoso lobby petrolero consiguió que el gobierno de Trump flexibilizara la aplicación de las normas del sector. La Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) anunció que no sancionará a las empresas que incumplan los requisitos federales de monitoreo y la presentación de informes, si pueden demostrar que su incumplimiento se debió a la pandemia. La misma agencia dio a conocer también, que dejarían de aplicarse las normas sobre las emisiones de los automotores.

El nivel de expectativas que despertaron las señales ambientales, iniciada la pandemia, parecen esfumarse. Se creyó que representaban un cambio prometedor para el medio ambiente. Habrá que esperar, por ahora nace la idea de que el COVID-19 no representa en absoluto algo beneficioso en lo ambiental. En tanto que, desde la ONU, se plantea que “cualquier impacto ambiental positivo después de esta aborrecible pandemia debe comenzar por el cambio en nuestros hábitos de producción y consumo”.