Inicio Una mirada de la ciudad “La palabra te salva”

“La palabra te salva”

Gastón, un poeta cordobés, termina de leer un poema en vivo en Instagram y agradece. Agradece dos o tres veces. “Muchas gracias, Pedro”, dice. Me causa gracia. Conozco al interlocutor del cordobés y nunca había escuchado a nadie llamarlo así: Pedro. Pedro es «Tato» Deluca, docente y apasionado de la literatura, que cada domingo se comunica con poetas de distintas regiones del país para pedirles que lean algo cortito, así hay tiempo para todos.

Tato modera los encuentros del ciclo Poesía dominguera –que va en vivo por Instagram los domingos a las 19 horas– y cada vez que los poetas le agradecen el espacio, él extiende el reconocimiento a Verónica Mateo y Magdalena Beccar Varela, el trío que organiza el ciclo.

Aunque Tato, Verónica y Magda son integrantes del grupo Literalmammbo, esta iniciativa es totalmente independiente. Surge por el deseo de leer, de compartir lo que se está escribiendo en cuarentena. Se va el cordobés y ahora, quien lee, es Adriana de La Rioja. La comunicación fluye. Tato habla como si la conociera, sonríen y hacen referencia a un recuerdo en común, algo que sucedió –seguramente– la semana anterior o la otra. Su vida compartida se reduce a los encuentros virtuales de poesía dominguera y algún que otro mensaje privado en la semana.

–Los primeros domingos eran un desastre tecnológico –dice Tato–. Éramos diez pelagatos de Mercedes, todos amigos. Y las puertas se fueron abriendo. Magda conoce a Adriana que es de La Rioja. Yo estoy haciendo un taller de poesía con Osvaldo Bossi en el que hay gente de todo el país, entonces fui invitando a poetas de Tucumán, de Santiago del Estero, de Entre Ríos, Córdoba. Se va abriendo. Gente de Chivilcoy que no conocía y ahora somos como amigos de toda la vida. No hay reglas, hay gente con ganas de compartir lo que hace. Es divino lo que pasa.

«Se va abriendo. Gente que no conocía y ahora somos como amigos de toda la vida. No hay reglas, hay gente con ganas de compartir lo que hace. Es divino lo que pasa».

Tomás de Chivilcoy lee después de Adriana y se despide como todos, agradeciendo el espacio, y hace referencia al clima que se genera. Tato le dice que se quede por ahí, que ya viene Connie de Tucumán, y seguramente Tomás se quedará por allí. Todo suena muy natural. Hablar de “espacio” y de “clima” de la reunión suena natural. Se dice que la poesía es un género que ya nadie lee, que por lo tanto no se vende, y en consecuencia no se publica. Se dice, de algún modo, que la poesía está muriendo. Sin embargo, Tato, Verónica y Magda, aprenden a usar Instagram para compartir la poesía, para leer y escuchar, para conocer el universo de quien vive sumergido en la humedad de Tucumán, a la vera del río Paraná, o curtido en el árido clima de La Rioja.

–Todos hablan de las pocas posibilidades que hay de mostrar lo que hacen. Todos –afirma Tato–. Vos viste el agradecimiento que cada persona expresa después de que lee y los cientos de mensajes que recibimos después. Hay gente que se largó a escribir porque se copó con la idea. O gente que había dejado de escribir y retomó la escritura. A las editoriales que mueven el mercado no les interesa la poesía. Entonces la poesía es editada por las pequeñas editoriales independientes que hacen unos esfuerzos terribles, y que hacen un trabajo de selección bellisimo. Y ese otro mercado es complejo –en términos de difusión y distribución–, entonces todos quieren mandar el libro, compartir sus trabajos. Ya veremos la manera que nuestros títulos circulen entre nosotros. También se habló de que Poesía dominguera participe de la feria del libro de La Rioja.

«Ya veremos la manera que nuestros títulos circulen entre nosotros. También se habló de que Poesía dominguera participe de la feria del libro de La Rioja»

Una señora –no recuerdo de dónde– lee un poema que habla de su hijo. Tato escucha con atención y mira la misma pantalla dividida que vemos todos. Después le dice que el poema es precioso, que seguramente su hijo le ha traído luz a la vida de la señora. Cruzan dos o tres frases, no más. La señora agradece emocionada.

Tato le dice que al contrario, que el agradecido es él por ese “regalo”. Si uno se abstrajera por un momento del clima emocional, todo resulta muy extraño: alguien, desde algún lado, lee algo que escribió desde las entrañas a un desconocido de barbita y anteojos –algo que quizás no le haya leído ni a la persona más amada– y a un numerito de la pantalla que representa la cantidad de gente que está detrás. Ambos se emocionan, ambos agradecen y el llamado finaliza.

–Cuando uno comparte lo que escribió se vuelve tan vulnerable… Y la poesía muchas veces te muestra en un estado vulnerable profundo, y compartir eso con gente que no conocés es una experiencia fuerte. A mi me pasó cuando leí cosas mías, es como que te vuelve vulnerable, y eso se agradece. Te desnudás, te tirás y hay quien te ataje.

«Cuando uno comparte lo que escribió se vuelve tan vulnerable… Y la poesía muchas veces te muestra en un estado vulnerable profundo»

Durante el turno de Iván, un poeta de Paraná, me detengo en el gesto de Tato. Observo sus ojos. Quiero adivinar si se distrae, si está más atento al horario, a la cantidad de gente que está escuchando, a su propia imagen en la pantalla o a algún imprevisto en su casa, que a escuchar al poeta paranaense. Presto especial atención cuando Iván termina su lectura. Quiero saber cuáles serán las primeras palabras de Tato como moderador, si hay un rol estudiado, si repite alguna fórmula o muletilla que funcione como apertura o cierre de la comunicación. Pero no hay un patrón, no hay una manera. Tato disfruta de cada momento, se emociona, ríe, habla solo cuando se corta, pero nunca juzga, nunca opina ni acota nada en relación a lo leído.

–Hay dos cosas: por un lado quiero ser solamente el puente, no quiero juzgar nada de lo que suceda, que fluya la palabra y a mí me emociona realmente lo que sucede, no la puedo mentir, soy super transparente en eso. Yo soy así dando clases. Doy clases de escritura en el profesorado hace muchos años. Los alumnos me muestras sus textos y a veces son literariamente flojitos, pero hay tanta vulnerabilidad puesta en esos textos, que no podés corregir, no sé, una falta ortográfica…. hay que escuchar con respeto y acompañar, y después de a poquito uno va metiéndose y corrigiendo, “fijate… esto es un lugar común… esta frase no se entiende…” Yo como moderador del ciclo hago eso, ese rol docente de acompañar.

Aunque Tato sepa que varios de los poetas que leyeron en el ciclo son referentes en cada una de sus provincias, la realidad es que para el resto de la audiencia son desconocidos. Y aunque Tato, como Vero y Magda podrían contactarse con poetas de renombre -porque si bien Dios está en todas partes, también en la poesía sigue atendiendo en Capital- prefieren no hacerlo, eligen que la palabra no quede encandilada -monopolizada- en las luces de la gran ciudad.

–Cuando ponés la figurita muchas veces tiene que ver con el mundo editorial y con Capital. Y lo que se dio es que muchas de las personas que leen son referentes de la poesía en sus provincias. Pero tenemos una mirada tan porteña, tan unitaria, que nos olvidamos del interior. Yo no busco para el este, yo busco para adentro. Descubrí unos poetas maravillosos que no hubiera descubierto nunca. En cambio a los de Capital los puedo ver en cualquier momento. Hay muchos encuentros de poesía en Capital, es más fácil. Pero para afuera, no. Mi fascinación tiene que ver con descubrir esta cosa federal que está sucediendo. Ivan en Paraná, Gastón en Río Cuarto, Adriana en La Rioja… hay gente importante que pasa por el ciclo, pero como uno no las conoce se relaja un montón. No vienen con la chapa. El domingo próximo estará leyendo un poeta desde Chile, por ejemplo…

«Muchas de las personas que leen son referentes de la poesía en sus provincias. Pero tenemos una mirada tan porteña, tan unitaria, que nos olvidamos del interior»

Tato, que es “Tato” desde bebé, cuando su madre le cantaba una canción de cuna llamada “Cachito mío”, y que su prima, apenas mayor, cambiaba “Tatito” por “Cachito”, dice que su prima lo salvó del Cacho, que era su apodo original. Gastón, el poeta cordobés, no sabe –no tiene por qué saber– que Pedro es Tato, porque Pedro era su padre y también su abuelo. “La maldición de quienes nos llamamos igual a nuestros padres es el no nombre, en definitiva. Me resulta interesante no tener un nombre propio, entonces el apodo te diferencia”.

Luis, un poeta chivilcoyano, tardó tres encuentros en pasar de Pedro a Tato. Tres encuentros de no más de cinco minutos para atravesar ese umbral de la confianza, para acceder a esa cercanía de quienes comparten algo.

–Yo no puedo creer, es mágico lo que está pasando. A mí me ayuda mucho en lo personal todo lo que se genera con Poesía dominguera. Yo estoy atravesando la cuarentena solo, y la palabra te salva. La uses como sea: en el confesionario, en la terapia, haciendo arte… la palabra te salva

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