Por Sergio Resquín
Cuando usted, lector ocasional de estas líneas, pose sus ojos sobre las mismas, quién sabe cuánto tiempo habrá pasado desde el inicio del ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio). Desde el 20 de marzo todos, o casi todos, nos hemos ido familiarizando con siglas como la recién nombrada, o con palabras como «pandemia», «cuarentena», «COVID-19» (otra sigla), «epidemiólogo», «virólogo» o un neologismo bien argentino «tapabocas». Este último ya parece haberse ganado un lugar como sinónimo de “barbijo”, cosa que en la práctica es absolutamente falso. Seguramente por razones económicas a todos nos hicieron creer que “el trapo” que llevamos en la boca cumple la misma función que el elemento que pretende reemplazar. El tapabocas no te protege de nada, por ahí disimula tu mal aliento, pero nada más.
Una de las tantas prácticas que trajo la pandemia y la forma adoptada por el gobierno nacional, el ASPO o en el lenguaje cotidiano: la famosa cuarentena.
Han sido tantos los estados de ánimo surgidos en el marco de la misma, desde aquel caluroso marzo, que algunas cuestiones parecen ya muy lejanas y hasta olvidadas, otras están muy presentes. Otras no tanto, se resignifican.
Al comienzo de la aplicación del aislamiento, los mercedinos parecíamos sufrir solo el encierro, pero con cierto relax. Muchos nos sentimos felices de ser parte de eso que solemos llamar “el interior”. Esto no significa que no hubiera casos de paranoia explícita, alguno de cuyos rasgos permanecen, siempre estimulados por el farrago de información, muchas veces contradictoria. No está exento el gobierno nacional a la hora de no tener un mensaje claro respecto de cuáles serían las conductas riesgosas.
Hoy, a varios meses del comienzo del ASPO, todavía pueden verse motociclistas o ciclistas con el tapaboca «protector» (cosa que no es) asumidos a la fantasía de que el virus está en el aire.
Verdaderas duchas de alcohol cayeron sobre artículos de consumo y seres humanos, en algunos casos aquellos que se habían aventurado rumbo al supermercado o al cajero automático, donde concurrían con guantes, aunque el virus no penetra por la piel, solo por vías respiratorias o mucosas ópticas. Hoy, a varios meses del comienzo del ASPO, todavía pueden verse motociclistas o ciclistas con el tapaboca «protector» (cosa que no es) asumidos a la fantasía de que el virus está en el aire.
De todas formas, las actas por violación de la cuarentena crecieron en esos primeros momentos mucho más que los casos, de hecho, ninguno de los viajeros a zonas de gran circulación viral fue portador y eventual vector de contagios. Aquel ciudadano británico que durante mucho tiempo fue el único caso registrado en la ciudad, fue olvidado rápidamente.
¿Cómo llegamos hasta aquí?
En Mercedes la gestión del intendente y su equipo de salud pareció hace poco tiempo atrás trascurrir con una calma inusitada. Ni aun los debates nacionales penetraban en la vida cotidiana del Ejecutivo. Claro, se dirá que la cuarentena como estrategia para enfrentar la pandemia, inhibía a muchos a no querer ser etiquetados como justamente “anti cuarentena”, serlo era nítidamente vergonzante para algunos. Y no era para menos: la cuota de impresentables en ese campo parecía justificarlo. Pero también la palabra “cuarentena” como significante cambió de sentido. Un sector de la clase media incluyó ahí todo tipo de fantasías, ayudado por las torpezas del propio gobierno claro, que para un nicho muy impresionable por poco veían ya inminente la toma del palacio de gobierno. Algo que debe haber causado las carcajadas de más de un empresario, con poder económico cierto. «La República», añoranzas a Montesquieu o el inmaculado derecho a la propiedad privada mezclados con planteos sanitarios de dudosa veracidad fueron parte del mensaje que desplegaron, incluso en marchas callejeras, los «fantasiosos» anti-cuarentena.
El propio presidente Fernández, con sus amagues, acicateó a estos sectores. Porque esos escarceos como el del impuesto a las grandes fortunas (cajoneado bajo cuatro llaves) o la expropiación de la vaciada Vicentin, donde reculó en chancletas, no fueron más que eso: amagues homenajes de Alberto al Canario Biagini o a Rene Houseman, aunque estos al menos tiraban el centro cuando llegaban al fondo. Aquí nada, amagues inútiles e incluso hasta la necesidad de tranquilizar a los “dueños de la torta”, utilizando una frase poco menos que inocente: «Quiero un capitalismo donde todos ganen». Como si en un campeonato, de futbol o de lo que sea, todos pudieran salir campeones y suspendemos los descensos. Hipocresía total, o acaso no sabe el primer mandatario que el capitalismo es un sistema básicamente conflictivo, donde las clases dominantes van a intentar que la crisis la paguen los que viven de un salario y por supuesto estos se resistirán. Veremos como los que siempre pierden serán una piedra en el zapato de este o el gobierno que sea.
La cosa volvió a complicarse cuando los focos explotaron en varias reparticiones de la órbita municipal y en poco más de diez días la tranquilidad cedió paso al desconcierto.
Mientras tanto, en Ciudad Gótica
Hace unos días un diario publicaba una noticia que al firmante le sorprendía: «Por primera vez desde iniciada la pandemia un partido político dio a conocer un posicionamiento respecto a la gestión de la cuarentena». Todo un dato objetivo que en los mil días de pandemia ningún partido político del distrito se haya podido despegar de su «miedo» a quedar etiquetados como anti-cuarentena y analizar lo actuado por el intendente Ustarroz y su equipo de Salud que encabeza el Dr. Cassiani. Claro que el comunicado en cuestión corresponde a Juntos por el Cambio, cuando ya abrir la boca parecía inevitable para los ediles. Y, como era de esperar, la reunión se realizó «en un gran marco de amabilidad». Son gente de muy buenos modales, che.
La pandemia y la cuarentena en Mercedes parecían venir con buenos augurios. El caso de un obrero de Agrale que «importó» de otro distrito el virus, pero solo contagió, aparentemente, a sus contactos estrechos y ni siquiera una jornada deportiva extensa, logró impactar en el Barrio Ravello. Aunque si se pudo ver a un Ejecutivo local con medidas rimbombantes, angustiantes y emulando al gobernador Kiciloff. Nunca sabremos si tanto despliegue fue un exceso de sanitarismo o una puesta en escena. Por suerte, el cierre del Barrio mencionado solo quedó en eso por un par de días. Y el supuesto foco no pasó a mayores.
En el particular transcurrir pandémico lo sucedido con el cuerpo del Pampa Ballesteros, el derrotero del mismo junto a otros dos cadáveres de vecinos sospechados de positivos, el relato de sus familiares para determinar “en qué bolsa estaba» se parece mucho a una distopia literaria. Pero no (y fue ampliamente difundido) ha sido un maltrato brutal para la familia del Pampa.
Y la pandemia o la cuarentena también parecieron anestesiar la capacidad de asombro de los mercedinos. Evidentemente el secretario de Salud y Director del hospital, nunca explicó cómo se produjo semejante disparate, que al menos entraña un ejercicio de negligencia por lo menos flagrante. Quién sabe cómo avanza la causa judicial o el sumario administrativo.
Pero la cosa volvió a complicarse cuando los focos explotaron en varias reparticiones de la órbita municipal y en poco más de diez días la tranquilidad cedió paso al desconcierto.
Ante lo que parecía una medida para la tribuna se achicó el horario de atención de los comercios y la ciudad se desertificó a las 18. Una medida que, para algunos, que solo lo dicen en un susurro, no tiene fundamento sanitario alguno y que solo trataba de presentar un Ustarroz con mano dura, firme, resolutivo.
Así diez días atrás y ante lo que parecía una medida para la tribuna se achicó el horario de atención de los comercios y la ciudad se desertificó a las 18. Una medida que, para algunos, que solo lo dicen en un susurro, no tiene fundamento sanitario alguno y que solo trataba de presentar un Ustarroz con mano dura, firme, resolutivo. Este virtual toque de queda todavía contaba con algún consenso social, dado que se apuntaba que «la gente sale mucho», «circulan sin necesidad» o «salen a pasear». Mirado con cierta objetividad, salvo que el doctor Cassiani o su nueva acompañante la otorrinolaringóloga Sukich lo pudieran explicar, el virus no cobra mayor poder de contagio en horas de la noche. Y encima, el cierre prematuro de los comercios no solo aumentó el mal humor de los vapuleados comerciantes, sino también aumentó las aglomeraciones, no solo en los supermercados y demás locales de expendio de comestibles sino también en cajeros automáticos, ante la prohibición de circular después de las 18. Una medida para la que no encuentro el eufemismo correspondiente. Pero, siguiendo la tendencia a mantener la boca cerrada, nadie criticó esta medida sin fundamentos por las razones ya mencionadas de quedar pegado a los anti-cuarentena. Pareciera que este sector vergonzante tiende a diluirse o a redefinirse.
La cosa siguió desenvolviéndose al menos en lo que a información a la población con una noticia que parecía lo que justificaba algo: en otra dependencia del Estado aparecían 11 o 20 policías contagiados. Otra vez algo fallaba.
Pero lo que se conocería luego acerca de dos focos otra vez en órbitas municipales sería más sorprendente aún. El hogar Villa Abrille tenía 35 afectados. Rápidamente esto se unió en el imaginario colectivo con el fallecimiento tiempo atrás de un paciente del hogar Ulises D’Andrea.
Pero lo del Hogar Villa Abrille fue impactante. En ese, como en otros casos, se puede tomar la situación como un castigo divino, lamentarse por la situación de los ancianos, compungirse el estado de las cosas o problematizar el hecho. Esto último nos lleva a dejar fluir las preguntas que genera un hecho desgraciado: ¿No eran los geriátricos los lugares blindados? ¿Qué falló? ¿Eran entonces los salidores nocturnos los responsables de los focos? ¿Por qué todos los focos se dieron en órbitas estatales? ¿Habrán comprendido cómo manejar la trazabilidad de los brotes respectivos? Esperemos que al menos esto último tenga una respuesta favorable y tanto el Dr. Cassiani como todos los que acompañan al intendente puedan hacer el seguimiento adecuado para evitar la toma de medidas hipócritas.
No me referiré al foco surgido dentro del personal de salud ,y solo nos queda esperar que la torpeza cometida en el Hogar Villa Abrille no se cobre un precio en vidas humanas.
Sergio Resquín es docente, ex candidato a intendente del Partido Obrero en el Frente de Izquierda y de los Trabajadores