Por la Profesora Mónica Tirone
Cuando me incorporé al CENS Nº 6 (DINEA) en 1976, como Profesora de Lengua Materna, Comunicación Estética y Literatura, contaba apenas con 22 años de vida y sólo cuatro meses de graduada. Mis alumnos me doblaban o triplicaban en edad y entre mis pares, algunos habían sido mis casi recientes profesores en la escuela secundaria. Todos fueron para mí, amigos y maestros.
Me deslumbró el intercambio alegre en la Sala de profesores que era Secretaría, Dirección y reservorio de recursos tecnológicos (un mimeógrafo al que se le “sacaban chispas”, un microscopio, dos o tres diccionarios, diapositivas y mapas), en los escasos metros cuadrados que con tanta generosidad, Pluvio Santoro y Beatriz Lampreabe, autoridades del Colegio Nacional entonces, nos habían cedido, al lado de la Biblioteca institucional.
¡Esos recreos de veinte minutos, cortos para el café, la charla amistosa o gremial, y –sobre todo– para el análisis pedagógico de cada aula! Todos planteábamos los problemas y compartíamos los logros de las clases, con sinceridad, con entusiasmo y con ganas de aprender y mejorarnos mutuamente. Siempre había un «Coco» dispuesto al diálogo, a la búsqueda de soluciones, a un intercambio personal en las galerías. Más tarde, un «Pepe.» Y Miguel, siempre amarrado a una lapicera y a un Libro Matriz. (1)
Mudanzas, dolores, pérdidas irreparables; proyectos, innovaciones, viajes, luchas; asados, cuentos, anécdotas hilarantes; actos escolares preparados con pasión, zozobras por cambios políticos, discusiones… Como en la vida de cualquier familia, todo lo hemos compartido en el CENS.
En lo pedagógico, estoy siempre agradecida porque en el CENS pude inventar lo que quise: toda la escuela fue al teatro tanto en nuestra ciudad (¡qué hermosas experiencias hemos compartido con el grupo “Entretelones”!) como en Buenos Aires. Muchos alumnos y aun profesores jóvenes han tenido su debut como espectadores teatrales gracias a ese amado proyecto. Cada uno escribió su palabra y pudo verla impresa, reunida en una antología. Mis viejas cajas de archivo guardan el preciado tesoro: esos textos escritos con esfuerzo, amasados con trabajo y pulidos con conciencia por mis queridos alumnos, que en muchísimos casos jamás habían visto escrita una poesía.
La escuela abierta al mundo abrió los horizontes cada vez que participamos de una conferencia o actividad cultural (¡qué intensas experiencias cuando Marcela Bianco nos invitaba a la Fiesta del Libro! o cuando en la Biblioteca Sarmiento nos encontramos dialogando con el gran José Bonaparte, o tantas cosas más).
El arte no es un adorno aprendimos toda vez que una exposición de pintura, individual o colectiva, nos invitaba a visitarla, disfrutarla y a tirarnos al piso frente al cuadro elegido para dejar que la obra nos hablara y nuestro lápiz volara dibujando poemas, cuentos, reflexiones… lo que saliera, en total libertad. Hasta una obra colectiva montamos en el patio de la ENET Nº1 (una de nuestras sedes, entre tantas), todos –alumnos y profesores– arrodillados alrededor de varios metros de papel madera, bajo la coordinación de la artista plástica Judith Gianni… ¡
Gracias Coco, Pepe y Carlitos, queridísimos directores que me precedieron en el cargo, porque siempre me alentaron a dejar crecer mis iniciativas pedagógicas!(2).
A partir de 2000, me tocó la noble y apasionante tarea de dirigir la escuela “de mis amores”. En aquel entonces, la actividad se había complejizado en lo administrativo, por las políticas públicas y educativas implementadas en el nuevo siglo. Pero nunca abandonamos las convicciones: las jornadas de integración curricular nos empujaron a seleccionar aprendizajes, a montarlos didácticamente, a usar la palabra en público, a intercambiar información y opiniones entre nosotros y con el mundo exterior.
¡Ni hablar de las famosas monografías de Física, que los alumnos de segundo ciclo debían presentar al Profesor Pérez cada año!
Practicamos la “transversalidad de contenidos” y la “interdisciplinariedad” cuando aún ni se hablaba de ellas.
Cabe destacar dos rasgos que caracterizaron siempre al CENS y que defendimos con fundamento.
Por un lado, siempre ha sido compartido –al menos hasta 2011– el ámbito de Dirección, Secretaría, Sala de Profesores y Portería. Un espacio de intercambio abierto y continuo, donde los alumnos entraban y podían participar, dentro de los límites lógicos de la organización institucional. Ese espacio común, tan rico durante los recreos — donde los pareceres interactuaban abierta y frontalmente– nos ha resultado clave para la integración comunitaria, el análisis y la toma de decisiones en equipo.
Por otro, desde los primeros años y hasta 2011, nuestros Secretarios fueron elegidos entre los ex alumnos: Miguel López, Viviana Silva, Liliana Vidal, prueba de la confianza en el trabajo realizado, en la calidad humana de los egresados y en la vocación inclaudicable de promoción del alumnado.
Un agradecimiento especial al CENS, porque también gracias a él, nos contactamos con la Dra. María Teresa Sirvent, prestigiosa catedrática especializada en la educación del adulto, quien siempre nos halagó con su crítica y nos regaló su palabra esclarecedora, en ocasión de los festejos de los 35 años, cuando inauguramos nuestra casa de calle 6 entre 35 y 31, fruto del trabajo mancomunado.
Treinta y cinco años de ejercicio profesional ininterrumpido hicieron del CENS 451 (ex Nº6) mi casa; construyeron este sentido de pertenencia y esta satisfacción por el deber cumplido.
Gracias y ¡feliz cumpleaños!
Cuando la pandemia pase –como todo en esta vida– nos reuniremos para festejar, para brindar y para bailar, a nuestro estilo. Por ahora, este es nuestro regalo, el testimonio de nuestra gratitud.
Mónica Tirone es ex profesora y Directora del CENS 451 – ex DINEA
(1) Juan Antonio Cangelosi (“Coco”) y José María Gioscio (“Pepe”). Miguel López.
(2) Carlos Antonio Pérez (“Carlitos”)
Esta nota forma parte de una serie que se publica con motivo del 50 Aniversario del CENS 451 – ex DINEA