Si alguien me hubiera dicho en el corso “ese que dirige la Murga de la Ribera, ese chico que va ahí tocando el bombo, ese que le sobra energía y pelos, que arenga al público y a su gente, se llama Lucas Melo y apuesto lo que sea a que si ahora sonara una sirena, su primer impulso sería correr a un refugio antibombas”, me hubiera resultado inverosímil.
Quizás sea eso, también, lo que tanto me atrae de conocer a las personas, de escuchar historias: que me resulte pura ficción –y generalmente mala ficción– todo el caudal vivencial que se esconde tras la piel.
–Lo primero que viví allá -en Israel- como algo catastrófico fue un terremoto. No sabía que había terremotos. Yo estaba en el cuarto piso de la escuela estudiando hebreo y cuando se empezó a mover todo pensé que había caído una bomba y salí corriendo a mi casa pensando que había explotado todo. Era muy chico, no entendía nada.
Nueve años después del atentado a la Amia, Lucas y su madre esperan varias horas dentro del edificio para poder terminar el trámite y comprobar que ella, la madre, tiene sangre judía y así concretar el viaje a Israel y el cambio de vida. Fueron horas de descreimiento por parte del personal hasta que un empleado, tras una búsqueda desganada, encuentra un papel chamuscado tras el incendio donde consta que los abuelos maternos se habían casado en una Sinagoga.
Nueve años después del atentado a la Amia, Lucas y su madre esperan varias horas dentro del edificio para poder terminar el trámite y comprobar que ella, la madre, tiene sangre judía y así concretar el viaje a Israel y el cambio de vida. Fueron horas de descreimiento por parte del personal hasta que un empleado, tras una búsqueda desganada, encuentra un papel chamuscado
–Viajamos en septiembre del 2003, yo tenía doce años. Al principio era ir a probar suerte y terminó siendo diez años para mí. Ellas –la madre, una hermana mayor y una medio hermana israelí–, en cambio, siguen allá. Israel es un país muy preparado con el tema de la inmigración. Nosotros llegamos y estuvimos seis meses en un centro de inmigrantes. Uno se lo imagina medio feo, pero es un lugar re copado. Para mí al principio eran vacaciones con gente de todo el mundo: rusos, húngaros… gente de todos lados.
A simple vista, que Israel sea un país muy preparado para los inmigrantes, resulta -también- poco creíble. Lucas, al ver mi gesto de desconcierto, se apura en aclarar…}
–Pero “ciertos” inmigrantes. Si no sos judío o de rama judía, no podés ir a vivir allá. Ellos te bancan la mensualidad hasta que consigas casa y trabajo. Te dan una mano terrible. Ellos necesitan poblar el estado de Israel. Son muy patriotas y todo está aferrado al tema religioso. Le llaman “hacer Aliá”, subir a Jerusalén, subir el estado de Israel.
Israel –como la vida de Lucas, como el refugio antibombas– es inverosímil. Un país desértico con toda la tecnología y el dinero necesario para convertir la nada en un centro del capitalismo. Extraen el agua de un lago que es mas chico que el Nahuel Huapi y han hecho bosques y paisajes “naturales” en lugares donde no crece nada. Tienen un sistema de riego por goteo y es “re loco” –para Lucas– estar en el desierto y ver edificios de primer mundo.
«Estuve en el 2006, la guerra del Líbano, estaba en Nazareth y hubo bombardeos. Estaba jodida la cosa. Sonaba la alarma y te tenías que meter en un refugio hasta que las sirenas dejaran de sonar y ya no se escucharan más bombas. Cada casa tiene un cuarto seguro y cada edificio, un refugio. Estás pensando todo el tiempo que te va a caer una bomba»
Una manera de contrarrestar aquello que se hace ineludible: las épocas de conflicto.
–Ellos piensan que acá, en Argentina, nosotros no podemos vivir por la inseguridad, y nosotros pensamos que allá no se puede vivir porque te caen bombas todo el tiempo. Yo estuve en el 2006, la guerra del Líbano, estaba en Nazareth y hubo bombardeos. Estaba jodida la cosa. Sonaba la alarma y te tenías que meter en un refugio hasta que las sirenas dejaran de sonar y ya no se escucharan más bombas. Cada casa tiene un cuarto seguro y cada edificio, un refugio. Estás pensando todo el tiempo que te va a caer una bomba. Siempre te dicen que primero suena la alarma y después cae la bomba, y la realidad es que yo estuve una vez donde cayó primero la bomba y después empezó a sonar la alarma.
Es el año 2006 y Lucas es un nene de quince años que está en el supermercado –en la zona alta de la ciudad–, eligiendo qué galletitas comprar para la merienda, proyectando un futuro inmediato, anodino, cotidiano, cuando se escucha el estruendo que hace temblar las góndolas y más tarde, cuando el aire ya es polvo y humo, empieza a sonar la alarma.
En la zona baja, donde está la Iglesia de la Enunciación y el casco histórico, había estallado una bomba.
–Es un conflicto que parece no tener fin… ¿no?
–Mi opinión es que si hablamos de religión y economía en la misma frase, es muy difícil hablar de reconciliación. La guerra es un negocio millonario para mucha gente y viene de décadas, está EE.UU. en el medio, todos los países árabes, desde Irán hasta Egipto. He escuchado de armas que se usan en Argentina que se usaron hace treinta años y se siguen vendiendo y siguen haciendo negocio. Dentro del negocio tenés también a gente involucrada mentalmente con el tema religioso y muy nacionalizada. Se aferran a la tierra de una manera que vos no sabés lo que son. Aman Israel con todo su corazón, piensan que es la tierra prometida y no hay otra… –piensa un instante y agrega: A los argentinos nos hace falta querer a la Argentina un poco más.
A los 17 empezó a militar en un Partido Socialista sionista, y siendo el referente de un grupo de jóvenes, viajó a Polonia a recorrer los campos de concentración. Intentaban, a través de la educación, que los chicos entiendan que Israel debía ser un país para dos estados, que ambos, palestinos y judíos, debían tener su propio estado y convivir en paz.
A los 17 empezó a militar en un Partido Socialista sionista, y siendo el referente de un grupo de jóvenes, viajó a Polonia a recorrer los campos de concentración. Intentaban, a través de la educación, que los chicos entiendan que Israel debía ser un país para dos estados, que ambos, palestinos y judíos, debían tener su propio estado y convivir en paz.
–El viaje a Polonia me cambió la cabeza. Ver los campos de concentración me cambió la cabeza. Ver las manchas en las paredes de las cámaras de gas y que te cuenten historias de familias que pasaron por ahí, por ejemplo, te cambia la vida.
Imagino a ese grupo de chicos judíos escuchando con atención su tonada extranjera, sin entender por qué, ese muchacho venido del fin del mundo, tiene tanto entusiasmo en inculcar valores. Cualquiera de ellos pensaría que es absurdo si alguien les dijera, mientras caminan por Auschwitz, que Lucas, algunos años después, estará vestido de murguero con los colores de Boca, enseñando los tres saltos a los nenes del barrio Blandengues.
–¿Cómo tratan, hoy en día, lo que fue el Holocausto?
–En Israel se entendió que el Holocausto es de todos y no de un sector. El día del Holocausto suenan todas la sirenas a las diez de la mañana y se hace un minuto de silencio en todo país, estés donde estés, se para el país. Eso se respeta a muerte. Para ellos el Holocausto es una lucha contra los negadores de la historia que dicen que no existió o que no fue tan así. Nosotros, en cambio, somos expertos en hacer partidarias las cosas, y no hacerlas históricas para todos. Acá la dictadura pasó a ser de un sector y no de todos los argentinos.
A los 19 años sus compañeros del movimiento –sus amigos– con quienes vivían en comunidad, entraron al Ejército. Él quedó exento por tener un problema cardíaco de nacimiento. El Ejército allí dura tres años, y Lucas, que ya venía pensando en el regreso, decidió volver.
–Yo siempre quise volver. Me preguntaba, haciendo lo que hacía allá con el movimiento ¿por qué no lo hacía acá? Yo les decía que luchen por lo que era de ellos y a la vez yo no lo sentía mío. Les decía que luchen por la paz… yo soy ateo. Israel me terminó de hacer entender que no me llevo muy bien con la religión. El judío, aparte de ser una religión, es un pueblo y yo tengo algo de ese pueblo.
–Finalmente volviste y armaste la Murga de la Ribera. Parecen dos vidas, dos mundos totalmente distintos.
–¡Si! Cuando viajamos a Israel hace un par de años con Leila, mi mujer, fue un sueño. Se me unieron los mundos de lo que le contaba a ella de lo que había vivido allá y que finalmente ella conozca el lugar. Fue emocionante.
–¿Cómo nace la idea de la murga?
–Me gustaba la percusión y además buscaba una alternativa social de generar un espacio. Apenas arrancamos se llenó de gente al toque. Nunca fuimos una murga chica. Ahí conocí a Leila, que hoy es directora general de la murga. Se alinearon los planetas y la murga terminó siendo el fruto de todo lo que venimos hablando, porque ahí tenemos experiencias de hacer apoyo escolar, talleres de trompeta, de percusión, de escenario, talleres de todo tipo.
–La murga que, además de ser un espacio artístico pensado para los carnavales, tiene una fuerte impronta social.
–La murga es eso. Tiene valores y ejes muy marcados. La igualdad, por ejemplo. El primer año tuvimos reina del carnaval y decidimos por unanimidad que no queríamos, mucho antes que se decida que no haya más reina. El laburo social es inevitable con la murga, tenemos la gran mayoría que son menores y detrás está la familia. Hacemos actividades anuales como la barrileteada del día del niño… antes del carnaval hacemos ensayos abiertos en las entidades geriátricas, por ejemplo, para los abuelos que no pueden ir. También pudimos conseguir un lugar nuestro, un galpón que alquilamos, que se venía abajo y lo hicimos desde cero. Fuimos cumpliendo sueños y metas con la murga que no había imaginado. Superó las expectativas.
–¿Y este año cómo se las han arreglado?
–Y… este año estamos re golpeados… en todo… desde lo económico en el alquiler del espacio hasta… todo.
Si alguien me hubiera dicho en el corso “disfrutá el carnaval al máximo que en un mes se va a desatar una pandemia que arrasará con todo. Y esto que ves acá, no lo vas a volver a ver por mucho, mucho tiempo”, me hubiera resultado inverosímil.
Quizás sea eso, también, lo que tanto me atrae de la literatura. El desafío constante de hacer ficción en la realidad.