Un Rastrojero avanza rumbo al Amazonas. Viaja por una ruta de ripio perdida en Ecuador. Después de ocho meses de haber partido de Mercedes, el vehículo mantiene la fidelidad de un camello y ahora, alejado de Quito, continúa por una ruta oculta por un techo de árboles.
Dentro del Rastrojero, cargado de viaje y con bártulos que son estelas de lugares visitados, Alejandro Lombardo mira por el espejo retrovisor y descubre que, entre tanto desorden de cosas cansadas, está el equipo de mate impoluto, peinado con gomina, dispuesto a empezar el viaje. Entonces se detiene en la banquina, piensa, se acaricia la barba crecida de rutas y de noches incómodas en el asiento trasero con un movimiento escalonado de los dedos, como un modo de decir que están robando, y decide que es hora de prepararse un mate.
–Todo esto de plantearme las cosas, ahora que lo pienso, fue por una boludez re simple -dice después de nueve años.
Tras una charla de hora y media, Alejandro recuerda en el final de la conversación, aquel suceso icónico.
–Fue por el mate -dice, y hace un silencio para reconstruir la escena. Cuando yo me fui con el rastrojero me llevé el mate, la garrafita, todo. Pero pasaron como ocho meses y no había tomado ni un mate. Nunca en ese tiempo me preparé un mate. ¿Entonces a mí el mate no me gusta? pensé. Y me preparé un mate al costado de la ruta para ver si me gustaba, como si fuera la primera vez. Lo probé… lo tomé… y la verdad es que no me gusta -dice como quien descubre una vaquita de San Antonio caminando por el dedo-. Lo tomaba porque es una acción social. Y me dije, entonces hay un montón de cosas que tengo que probar de nuevo. Me acuerdo el día, te juro que fue así. Empecé a probar todo de nuevo, a saber qué era mío y qué no, qué era de la sociedad, de la familia, de lo heredado.
Fue necesario el viaje de la charla, pienso ahora, para que al final, antes de despedirnos, esa anécdota llegara a tiempo y diera un sentido diferente a todo el resto.
–Los viajes con vehículo arrancan en el 2010. En 2008 me echaron de un laburo y fue una de las mejores cosas que me pasó. Ahí dije que quería hacer cosas diferentes para tener resultados diferentes. Ese año vendí el auto que tenía y me compré un rastrojero. Lo preparé un año y pico y en el 2010 hice el viaje por sudamérica. Después volví, estuve acá, pero al tiempo me empezó a picar otra vez el bichito y quería salir de vuelta. Hice algunos viajes con un autito chiquito y después decidí hacerlo en serio y pensé lo del colectivo. Lo compré y ahí lo armé con agua caliente, con todo, tengo todas mis pertenencias ahí. El colectivo es mi casa. Ya me voy poniendo grande y no quiero bañarme en una estación de servicio.
Los viajes con vehículo arrancan en el 2010. En 2008 me echaron de un laburo y fue una de las mejores cosas que me pasó.
— Imagino que el colectivo al lado del Rastrojero es un cinco estrellas.
— Y… con el Rastrojero era más difícil. Una vez quise cruzar el Paso de Jama, de Chile para acá. Tenés una subida muy fuerte y yo encaré. Empecé a subir, cuarta, tercera, segunda, primera y empezó a recalentar. Me tiré a un costado y a esa altura no hay aire, no hay nada. Cuando se enfrió quise salir de ahí y el Rastrojero ya no respondió. Así que lo cerré con llave e hice dedo para volver a Atacama. Después de preguntar a uno y a otro, encontré un camionero que me quiso llevar. La idea era que me enganche y me lleve a Jujuy. Cuando llegamos el tipo se bajó del camión y miraba el Rastrojero y me miraba a mí, miraba el Rastrojero y me miraba a mí –hace un movimiento de cabeza como si estuviera viendo un partido de tenis– y por ahí me dice “¡¡La Cordillera de los Andes!!” “¡¡Con esto querés cruzar la Cordillera de los Andes!!” –larga la risotada consciente de sus locuras–. Me enganchó y me llevó a Jujuy, diecisiete horas enganchado. Yo en ese momento tenía la barba como ahora y cuando se va no sé porqué le mandé “que Dios te bendiga” y el tipo me dice “yo sabía que vos eras pastor” jajaja.
Alejandro ríe como un nene que acaba de hacer una travesura. En su gesto, y pese a la experiencia de andar en la calle, mantiene una expresión fresca e inocente.
— ¿Lo tomas como locura viajar de esta manera?
— Es cada vez más normal. Ahora paso más desapercibido, hay una tendencia de gente viviendo de esta manera. No sabés la cantidad de gente que me pregunta cosas, que quieren salir y tienen muchísimas dudas: que qué hacés con la casa, con el trabajo, que si te duele la muela donde vas, que si llevo toda la plata encima… millones de cosas. ¿Te puedo hacer una pregunta? te dicen, y ahí viene la chorreada de preguntas. Desde cómo hice la instalación de gas en el colectivo hasta lo más cotidiano. Muchos me dicen “vos estás viviendo mi sueño”. No, pará, yo estoy viviendo el mío.
— ¿Y vos cómo respondes a todas esas inseguridades?
— Mis respuestas es que es lo mismo de lo que harías vos estando en tierra firme. Si cuando estás en tu casa te duele la muela y vas al médico, si vivís en el colectivo también. Y después está en vos, esto te pone a prueba en las habilidades que tengas y en ser creativo en solucionar los problemas. No está tu vecino que te presta la llave de cruz, hay que pedírsela a alguien que no conoces. Pero con el tiempo vas aprendiendo a solucionar los problemas.
— No es lo mismo irse de vacaciones que irse de viaje, ¿no?
– No. Una cosa es “me voy de vacaciones” y otra es “me voy”. Las vacaciones en esto no cuentan, no las cuento como un viaje. En un viaje estás generando ingresos en los lugares donde estás. En un viaje no sabés cuándo volvés. Podés estar allá arriba y podés bajar. Muchos viajeros dicen “salimos con tanta guita, y cuando se termina esa guita, empieza el viaje”.
— Vos estudiaste chef, además. ¿Aquella experiencia laboral del 2008 fue en el rubro gastronómico?
— Cuando tuve ese laburo ya me había cansado de lo gastronómico. En ese trabajo se ganaba bien, pero ni siquiera estaba alineado con mis principios. no era por ahí…
En un viaje estás generando ingresos en los lugares donde estás. En un viaje no sabés cuándo volvés. Podés estar allá arriba y podés bajar. Muchos viajeros dicen “salimos con tanta guita, y cuando se termina esa guita, empieza el viaje”.
— ¿Cuáles principios?
— Cuando está en juego la salud… era un trabajo de venta de prótesis –dice en tono resolutivo, intentando quitarse el tema de encima–. Si por ganar guita estoy haciendo algo que puede hacerle daño a otra persona, bueno, te agradezco, pero no. En ese momento iba con la ola.
— ¿Te dejó de gustar el rubro gastronómico?
— Me gustaba. Si yo quisiera sacar el jugo a ese oficio es ideal hacerlo en los viajes, porque se presentan oportunidades todo el tiempo, pero la mayoría de las veces no las tomo. No es que me dejó de gustar, pero no quiero encasillarme ahí. Hay tantas cosas que tengo ganas de hacer… que no quiero hacer todo el tiempo lo mismo. Cocinar ya sé cómo es, ahora estoy haciendo una cabaña, por ejemplo. Generalmente hago algo y a los dos años ya estoy aburrido.
— Esto que decís de cambiar cada dos años como una característica, para muchos puede ser un defecto.
— Yo lo tomaba como un defecto y ahora lo veo de otro lado. Gracias a Dios puedo hacer varias cosas y no termina, me aburro de una y viene otra, y después otra. Hoy, a los 41, no soy el mismo que cuando tenía 19 que tomé la decisión de estudiar. Era otra persona. Ahora, si vibra para allá, voy para allá.
En el año 2018 Alejandro decide comprar un colectivo y transformarlo en su casa. Fueron largas y pacientes jornadas de meter mano y probar, de equivocarse una y otra vez, de avanzar y desandar el camino, de mirar tutoriales en Youtube (en su cuenta de instagram @manada_con_ruedas hay muchos videos y fotos donde se puede ver el resultado del colectivo y los lugares visitados). Hace, en todo caso, lo que siempre supo hacer: motivarse con lo desconocido.
Finalmente prepara fernet artesanal para vender, carga el tanque de su casa, y gana la ruta en dirección al sur. Ha escuchado mitos sobre las peculiaridades de los inviernos en la Patagonia. Aquellas historias que espantan a cualquiera, para él funcionan de incentivos. En enero de este año decide viajar a Misiones. Sus planes parecen ir a contramano al común de la gente.
— En enero me fui del sur a Misiones. Doscientos grados de calor y doscientos kilos cada mosquito –dice con una sonrisa cómplice.
En marzo vuelve a Mercedes para renovar la licencia de conducir. Al llegar estaciona el colectivo en la puerta de la casa de la madre. Después de unos minutos un oficial toca el timbre y le dice que no puede estacionar ahí, que tiene que mover el vehículo hacia alguna de las cuatro avenidas. “¿Podés creer? ¡Recorrí todo el país en el colectivo y apenas llego me echaron de la puerta de mi casa!”, cuenta agrandando los ojos mientras se dibuja una sonrisa debajo de la barba.
La cuarentena lo sorprende en medio de los trámites y por eso, desde hace tantos meses, Alejandro se siente como gato enjaulado.
— ¿Cuáles son las cosas negativas de tu estilo de vida?
— El tema de los trámites. La VTV se te vence, vos estás en la otra punta del país y te mandan a tu ciudad. Por más que la licencia sea nacional tenés que ir donde dice tu documento que vivís. A la gente le gusta identificarte con un domicilio y con un recibo de sueldo. Si no tenes esas dos cosas… –hace una pausa y se ríe de sus ocurrencias– ya hay que cuidarse de ese hombre.
— Claro, te miran de reojo. Como si llevaras una bomba en la cintura
— Si salís del país con un vehículo, por ejemplo, y pasa más de un año, tenes que devolver el vehículo a tu país… después está el tema de los oficiales del camino, que cuando te ven solo en el auto se le caen la baba. “Si este viene viajando solo, por lo menos le tenemos que sacar la plata del gasoil”, piensan. Mi experiencia fue negativa, en Bolivia me fue muy mal con eso. Me echaban de todos lados. No me dejaban ni tirar el auto en una estación de servicio para dormir un rato. Pero nada de todo eso opaca lo bueno.
Si salís del país con un vehículo, por ejemplo, y pasa más de un año, tenes que devolver el vehículo a tu país… después está el tema de los oficiales del camino, que cuando te ven solo en el auto se le caen la baba. “Si este viene viajando solo, por lo menos le tenemos que sacar la plata del gasoil”, piensan
— ¿Y respecto a estar solo?
— Vas haciendo amistades nuevas que están en la misma que vos o viven en el pueblo donde estás parando. Lo que sí aprendés es a despedirte, por ahí tenés una amistad fuerte un par de meses y después “chau, nos vemos”. Hacer lo que hago es tan fácil y tan difícil como hacer lo que uno tiene ganas.
— Es cierto. Es muy fácil decir “hacé lo que tengas ganas”, como se les dice a los chicos que terminan el secundario. Pero qué difícil es saber lo que uno quiere y decidirse a llevarlo a cabo.
— Y claro. A mí me preguntan si soy millonario por hacer esto. O me preguntan de dónde soy, por ejemplo ¿por qué tengo que ser de algún lado? o “¿vos de qué vivís?” ¿cómo de qué vivo? Vivo. “Pero ¿qué sos?” ¿cómo qué soy? Soy -responde con la simpleza del origen.
A mí me preguntan si soy millonario por hacer esto. O me preguntan de dónde soy, por ejemplo ¿por qué tengo que ser de algún lado? o “¿vos de qué vivís?” ¿cómo de qué vivo? Vivo
La barba caída de Alejandro es similar a la imagen de los viejos sabios. Me recuerda a los retratos de los pensadores del siglo XIX. Y los filósofos de aquella época me llevan a Nietzsche, que no tenía barba pero sí un bigote suficiente. Nietzsche me refresca el concepto de espíritu libre, aquel que logra despojarse de la opresión de las instituciones, de los mandatos sociales y las construcciones culturales. Aquel que se aproxima a lo más puro del ser. Y la idea de espíritu libre me conduce, finalmente, a la imagen de Alejandro en la banquina de una ruta ecuatoriana, degustando un mate y meneando apenas la cabeza con cara de masterchef.