Inicio Una mirada de la ciudad “La zurda de Diego es la mano que escribe la Biblia”

“La zurda de Diego es la mano que escribe la Biblia”

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Andrés Monferrand podrá ser –y hacer– muchas cosas en su vida, pero nunca dejará de ser librero. Porque ser librero no es atender un negocio, es el oficio de hurgar en la psicología del cliente y ofrecer palabras envasadas en un libro que alivien la sed verdadera. Ser librero es, ante todo, ser un lector voraz y recomendar, tomar de la mano al cliente y acompañarlo a un mundo nuevo.

Desde que cerró Chelén no volví a verlo. Por eso lo llamo, lo quiero entrevistar. Andrés acepta y me propone una charla diferente, una conversación por WhatsApp donde podamos leernos y escribirnos. Una entrevista que se prolongará durante varios días. Una especie de diálogo epistolar del siglo XXI.

  • ¿Cómo empieza tu relación con la lectura?
  • Papá era un lector voraz. En casa estaba lleno de libros de todo tipo, diarios, revistas. La imagen que tengo de mi papá es leyendo siempre, muchas veces sin dejar de hacer otra cosa: leyendo y haciendo un asado, leyendo y escuchando la quiniela, leyendo y mirando una película… yo no sé si es por la mera imitación como suelen decir o por el contenido genético que uno hereda, pero creo que empecé a leer ahí, entre esas cosas que papá dejaba sobre la mesa, sobre el piso, sobre la mesada. El primer libro que leí completo fue Robinson Crusoe, la colección Billiken. Me dio una pena bárbara cuando Robinson se fue de la isla. Me encantaba esa soledad, creo que era una metáfora de la soledad del lector, del placer de la soledad que experimenta el lector. A los 16, 17, arranqué con Borges y Cortázar, entendiendo lo que se podía entender pero totalmente subyugado por el poder de la belleza de las palabras, sobre todo. Siempre tuve la manía de querer leer todo como si fuera un poema. Ya en Chelén me hice un enfermo sibarita. Primero tuve la intensidad de leer todo y después sólo me acercaba a las ramas donde estaba el más dulce de los néctares.
  • ¿Cómo llegaste a Chelén?
  • Yo andaba sin laburo. Había trabajado en años anteriores en supermercados como repositor o como estibador acompañando a camioneros al mayorista. La casualidad hizo que un sábado a la tarde vayamos con un amigo, Goico (N de la R: Mariano Goicochea), que había trabajado en Chelén durante unos meses, a pegar un cartel sobre una charla sobre el origen de montoneros que se iba a hacer en el Club Comunicaciones. Ahí Goico me dice que necesitaban gente, que el lunes tomarían una prueba. El lunes fui, testearon a varios y quedé yo. Ese año, mirá qué casualidad, había tenido un sueño repetido con librerías gigantes en una ciudad muy rara. Eran muchas librerías laberínticas. Para llegar había que correr peligros y yo llegaba a ellas fascinado, miraba sus vidrieras embobado, como si mirara un reino maravilloso. Esto no se lo conté nunca a nadie.
  • Un sueño profético y simbólico. Me hace pensar en Borges y la biblioteca de Babel, un símbolo para cualquier lector. Imagino que debes tener montones de anécdotas en la librería.
  • A mí me gusta mucho una de los primeros años que parece increíble y que tampoco se la conté a nadie. Estaba solo en la librería, como pocas veces, y entró un tipo después de haber estacionado la bici en el cordón. Me acuerdo que tenía atado en el bíceps derecho un hilo del que pendían varias plumas de paloma, y me dice “qué hacés, loco, tanto tiempo. ¿Viste que nos íbamos a encontrar? Salí hoy. Feo estar tanto tiempo encerrado. ¿Qué tenes para leer?”. Yo me cagué todo, entendí enseguida que el tipo había salido de la cárcel y me estaba confundiendo con alguien. Le ofrecí, no me olvido más, un libro de Wilbur Smith que estaba de moda y le seguí la corriente. El tipo parecía amenazante al principio, miraba los libros como si supiera. Después me palmeó la espalda y me dijo “vos te portaste bien conmigo, loco. Muchas gracias”. Y se fue. Ja, ja. Una vez, me acuerdo, un tipo me dijo “me estoy por suicidar, ¿tiene algún libro que haga que recule de esa idea?”. Le vendí “Nuestras zonas erróneas” y todavía lo veo con vida o sea que matar no se mató. Ja, ja. Después, en la cocina de la librería, tengo la imagen de estar con Sacheri, los dos solos, tomando mates y el chabón contándome dónde estaba cuando le dieron el Oscar a “El secreto de sus ojos”. Estaba en un hotel a dos cuadras escuchando Independiente por internet mientras chateaba con el hijo. En esa cocinita también estuve tomando mate con Samanta Schweblin y Hebe Uhart. Los tres callados pero con un silencio cómplice para nada incómodo.

Andres Monferrand podrá ser –y hacer– muchas cosas en su vida, pero nunca dejará de ser contador de historias, sean escritas, orales o ambas. En su canal de YouTube tiene infinidad de relatos y cuentos narrados: cuentos infantiles, relatos de Mercedes, historias ficcionadas y una cantidad enorme de recuerdos que bajo el nombre de “Gloriosa Azul & Oro” pinta su relación amorosa con el club de la ribera.

  • Hay un momento en que la literatura se hace lo más importante en tu vida. Te levantás pensando en Borges, Cortázar y Faulkner. Una especie de obsesión. Los escritores eran dioses a los que adoraba. Ahora me pasa lo mismo pero en menor medida, compartido quizás con músicos, directores de cine y pensadores silvestres. Vivir la literatura es sobre todo leer pero también escribir. Ahí me inserto como escritor casi a los treinta años. Claro que enseguida te das cuenta, como el deseo de ser el nueve de Boca, que mi deseo de ser Borges o Cortázar dura apenas unos meses nomás. Ja, ja, ja. Soy un escritor de una gran capacidad creativa y de un casi nulo trabajo de corrección, lo cual es un déficit muy importante, escribir sin corregir. Últimamente los cuentos los grabo con mi voz y lo escrito termina siendo una especie de apunte de lo que voy a decir oralmente, entonces no necesita quizás de la perfección, pero tenés otro tipo de problemas como la entonación, la bajada de voz en los puntos… Me gustaría ser una especie de Goyeneche de los cuentos, aprender a frasear con onda cada párrafo. Eso me gustaría.

Me gustaría ser una especie de Goyeneche de los cuentos, aprender a frasear con onda cada párrafo. Eso me gustaría.

Andres Monferrand podrá ser –y hacer- muchas cosas en su vida, pero nunca dejará de ser un gran observador de la vida mercedina, del latir de sus calles, de los colores de sus personajes, del olor de sus bares, del sabor de sus noches.

  • La cuestión con Mercedes arrancó cuando cayeron en mis manos unos libros de Raúl Ortelli. No sé, me dieron ganas de replicarlo, de tomar la posta de donde los había dejado él, me sentí con ese desafío. Él hizo crónicas hasta los años 40 más o menos, y a mí me agarró la necesidad de dejar constancia de algunas cosas entre esa época y la época de internet, ese agujero que quizá entre en el olvido. Hablo de las décadas del ´60, ´70 y ´80. Esa época no está en los libros ni en Internet, hay que rescatarla, entonces empezás a anotar cosas en un cuaderno, sobre todo de la vida social de esa época: bares, restaurantes, clubes, bailes, hechos deportivos… pero yo no soy ni historiador ni periodista, soy más bien narrador. Mi objetivo es sacar fotografías de esos lugares que ya no existen y la única forma, hasta que se invente la máquina del tiempo, es a través de la palabra y la memoria. También sentí la necesidad de homenajear a los personajes, desde Bonaparte, hasta Sofía Miguez, desde Canario Biaggini hasta tu papá –Tabossi- con poncho colorado dando clase en San Patricio. Repito, me siento un poco fotógrafo con palabras. Me gusta también tomar un poco la senda de Ana Sampol, novelizando un poco la vida en la guardia de Luján. Para ello leo libros de Tabossi, de Ortelli, de Tamagno, de Iribarrren… ellos me dan el marco y yo muevo los soldaditos, intento darle plasticidad de cuento o de novelita a esos seres que ellos estudiaron con tanta precisión biográfica e histórica, me gusta hacer eso. También se me ha dado, como dice Mariana Enriquez, por el horror folk. Muchas cosas del viejo Mercedes están cargadas de sombras góticas y anécdotas descarnadas, desde los padecimientos de hambre de los blandengues, de su falta de paga y armas para enfrentar a los peligros, hasta los velorios de angelitos narrados por Ortelli, hay mucho terreno fértil para el terror ahí…

Muchas cosas del viejo Mercedes están cargadas de sombras góticas y anécdotas descarnadas, desde los padecimientos de hambre de los blandengues, de su falta de paga y armas para enfrentar a los peligros, hasta los velorios de angelitos narrados por Ortelli, hay mucho terreno fértil para el terror ahí…

Andrés aportó con su granito de arena para que Casciari dejara de publicar mediante editoriales, diarios y medios convencionales y fundara, a la postre, la editorial Orsai. En el texto “renuncio”, publicado en septiembre de 2010 (tres meses antes del evento multitudinario en la cancha de la Liga donde se inaugurara la revista Orsai)

Casciari escribe:

“La última vez que estuve en Buenos Aires (no fue hace mucho) el director de Sudamericana me dijo, como al pasar, que solamente se habían vendido 975 ejemplares de mi primer libro de bolsillo en Argentina. Me dio una grandísima vergüenza en retrospectiva. Por suerte no supe aquello en 2005 —pensé— cuando salió aquel libro, porque me retiraba para siempre del circuito de las letras.

Sin embargo, un par de semanas después me encontré en el Skype con Andrés Monferrand, un gran amigo y un buen librero mercedino.

—En Mercedes tus libros se venden como bizcochitos —me dijo feliz—. Tengo una lista de cuánto vendí en la librería, año por año.

Y me adjuntó esas cifras. De aquel primer libro de bolsillo, Andrés había vendido en mi ciudad natal 650 ejemplares. Qué extraño, pensé, recordando la cifra total de ventas en Argentina según Sudamericana. Qué extraño. En una de las tres librerías de mi ciudad casi se habían vendido todos los ejemplares del país. O Andrés me mentía, o me mentía la Editorial”.

Andrés Monferrand podrá ser –y hacer- muchas cosas en su vida, pero nunca dejará de ser pionero ricotero de fines de los 80.

  • Los Redondos fueron la bandera que encontramos entre los escombros de los 80, restos de ideología… con eso conformamos una especie de jotapé lisérgica que nos ayudó a que nuestros espíritus sobrevivan a esa edad de la idiotez que parecía haberse inaugurada desde hacía ya un tiempito y que desgraciadamente se iba a extender por largo tiempo. Los Redondos nos convirtieron en partisanos, en luchadores emboscados, peleando por no se sabía qué o contra qué, pero peleando… ja, ja. Escribí Los diarios apócrifos del indio (diariosdelindio.blogspot.com), una especie de novela donde juego a ser el Indio por un rato y me paseo disco por disco narrando lo que sucedía en esos días. Hicimos unas pintadas y Casciari, para el primer número de La Ventana, nos entrevistó. Obviamente de incógnito, sin nombres, sentados en el bar Capurro, y sucedió una anécdota re loca. Hernán, para darle un marco más loco a la entrevista, escribió que nos habíamos ido sin pagar, de malos nomás, pateando las mesas, y don Aldo Capurro se acercó a la redacción de La Ventana y lo cagó a gritos al gordo diciéndole que jamás alguien se había ido sin pagar de Capurro y menos esos chicos que acá adentro se comportan como señores. Ja, ja, ja. Me acuerdo, también, que en esos años hicimos la bandera más grande del rock nacional, no entraba en la popular de Obras. La pinté yo a pulso en La Trocha, cuando estaba abandonada, con pintura roja y negra. Decía “Redondos tu infierno está encantador, Mercedes”. Terminó hecha jirones arriba de los trenes. Final digno de un trapo ricotero. Ja, ja, ja.

Hicimos unas pintadas y Casciari, para el primer número de La Ventana, nos entrevistó. Obviamente de incógnito, sin nombres, sentados en el bar Capurro, y sucedió una anécdota re loca. Hernán, para darle un marco más loco a la entrevista, escribió que nos habíamos ido sin pagar, de malos nomás, pateando las mesas, y don Aldo Capurro se acercó a la redacción de La Ventana y lo cagó a gritos al gordo diciéndole que jamás alguien se había ido sin pagar de Capurro y menos esos chicos que acá adentro se comportan como señores

Después del cierre de la librería, Andrés se encontró con una cuarentena muy especial. Casi a los cincuenta años está trabajando por primera vez como docente –bibliotecario–, en la escuela 20 de Gowland. Además, Lucía Capaccio –directora de Cultura– le propuso armar un programa en la Radio Pública cuyo contenido, entre otros, fueran los cuentos que Andrés sube a su canal de YouTube. El programa que conduce junto a Josefina Capaccio se llama “La compañía del cuento” y se emite cada lunes a las 16 horas y repite jueves a las 16 horas.

  • Cuántos días de charla ya han pasado y todavía no tocamos el tema fútbol
  • En esta cuarentena me dediqué a mirar partidos completos donde jugaran Pelé, Cruyff, Distéfano, Garrincha… es un milagro que estén en YouTube. La Hungría del 54. Vean por favor el 6 a 3 a los ingleses en Wembley en el 53.
  • Si aquellos grandes futbolistas fueran escritores o personajes salidos de un libro ¿Quiénes serían?
  • Garrincha, por ejemplo, no era tan mágico como pensaba, era más bien efectivo, el desborde y el centro perfecto o el disparo fuerte y rasante como el Bati. Garrincha era Roberto Arlt, siempre el cross a la mandíbula. Pele me parece que tiene algo de los personales de Homero que todo lo podían: guerrero, mito, fuerte, capaz de ganar el partido cuando se le antojaba con solo direccionar su voluntad hacia ese lugar. La naranja mecánica –Holanda del ´74- era más parecido al Ferro del Griguol que al Barsa, todas la mañas, toda la sabiduría, todos los recursos de vanguardia. La naranja era un poeta sólido cantándole nuevas canciones al mundo, la naranja era Walt Whitman, claro.
  • ¿Y los nuestros? ¿Distéfano, Diego, Messi?
  • Distéfano transitaba el centro del campo de punta a punta ilustrando eso que siempre recalca Guardiola de que los “buenos juegan por el medio”. Corpulento, ágil, hacía lo que quería, omnipotente, ganador. Sarmiento, Lugones y Borges confluyen en él, en esa capacidad infinita, en esa grandeza extravagante. La zurda de Diego es la mano que escribe la Biblia, la que escribe el Corán, la que escribe la Torá, el Bhagavad–gita. En la pierna de ese pibe nacido en Fiorito, sin lugar a dudas, esta la escritura de Dios. Creo que Messi es la inteligencia de Internet, otro Dios omnipotente y moderno, un escritor sin rostro pero con todo el poder del mundo. Pasarán los siglos y su figura, sus jugadas, serán programas que metabolizadas en microchips colaboren en la evolución tecnológica del hombre hasta en sus aspectos éticos.

Una semana después de la charla, siete días después de que Andrés definiera de ese modo a la zurda de Maradona, Diego muere y el mundo ateo se acuerda de Dios. Por eso, Andrés Monferrand podrá ser –y hacer– muchas cosas en su vida, pero nunca dejará de ser profeta.