Por Virginia Altube.
Primeras horas de este año recién nacido. Me acosté tarde, me levanté temprano (siempre he sido noctámbula y mañanera).
Todo verde a mi alrededor, el calor que empieza a apretar, alguna chicharra, también madrugadora, y me puse a pensar, también a sentir, a hacer balance, que le dicen… pero mi sentimiento me llevó para otro lado, y recordé al Vasco Apesteguía, justo mi vida que se ha hecho un poco nómade, casi sin querer, hizo que estuviera en Mercedes, y pudiera despedirlo, y que muy cerca estuviera Mabel, que siempre tan sensible, tan perceptiva, sintió que en la intimidad de esa despedida, podíamos cantarle al querido Vasco el Himno de montoneros: “Llegó la hora, llegó ya compañeros…», y ahí terminé de comprenderlo al amigo, al compañero: porque el Vasco desde sus 20 años, preso y exiliado, fue eso: un Monto, y nunca dejó de serlo, con sus más y sus menos, como todos… y todas.
Y de ahí mi emoción me llevó a recordar a Muñeco (Minetto) y a Santiago Suárez… y pensé que todos se fueron demasiado pronto, que hacen falta, no sé si son imprescindibles… pero casi que sí, porque digo, cuando uno ya anda up 60, y se ha animado a vivir, a amar, ha perdido y ha ganado, ha arriesgado, ha disfrutado, ha sufrido, y sigue haciendo lo que ama, conoce la pasión, entonces todavía tiene mucho para dar…
Y de ahí mi corazón voló hacia Roberto Cirillo, y recordé aquel tiempo de Cafiero gobernador, la vuelta del peronismo, yo, casi por descarte, en una función pública en el área de Infancia y Familia, y ahí llega Roberto, a hacer su práctica de servicio social, pero para él no era un trámite burocrático para recibirse, no, le puso el alma y el cuerpo, su conocimiento, su sentido del humor, su convicción. Visitaba a los jóvenes en la Comisaría del Menor, se conectaba con las familias, íbamos a las casas, y se juega entero por el Proyecto de la Casa del Menor; eran tiempos muy complicados: hiperinflación, en el ministerio había poco para distribuir… los obreros que vinieron de La Plata para hacer las refacciones comían de los fideos que yo les llevaba, todos los días, y Roberto, para traer todo el mobiliario, consiguió un camión que transportaba no recuerdo qué, desde Suipacha, y él lo esperaba a las tres de la mañana abajo del puente, donde está la rotonda, y le hacía luces con su linterna para que lo levantara, para viajar hasta La Plata, descargar, y cargar con lo que el ministerio mandaba… Es sólo un ejemplo, aunque dicen que para muestra basta un botón. Eso era Roberto: inolvidable, para mí un honor y un placer (nos divertíamos mucho también) haber compartido un tiempo de mi vida con él.
Y ya termino, un poco sintiendo que todo es ley de vida, pero que esa ley, no siempre es justa, al menos desde nuestra pequeña mirada humana.
Igual, sigo, sigamos poniéndole fichas a la puravida, al amor, a las pasiones, y a agradecer cada día que el sol ha salido, y que el ciclo continúa.
Virginia Altube. 1º de enero 2022- Capilla del Monte, Córdoba