– Hola, soy Anabella – se presenta después de golpear la puerta.
Son las diez de la mañana de un día de noviembre de 2019. Estoy en la Universidad Nacional de Luján esperando a Anabella, con quien acordé por mail tener la primera entrevista del proceso de Orientación vocacional.
Anabella sonríe y se le arman pequeños hoyuelos en sus mejillas. Tiene el pelo atado y lleva puesto el uniforme de la escuela con un buzo que dice «egresados 2019» y una mochila en la espalda.
– Te estaba esperando -le digo. ¿Me acompañas? Vamos a un aula.
Recorremos juntos unos cuarenta metros hasta llegar al aula indicada donde haremos la entrevista con la privacidad que se requiere.
El sol que entra por los ventanales marca el camino y en el trayecto vemos a grupos de estudiantes que van a la fotocopiadora, otros que entran al baño y otros que conversan y se ríen mientras toman un café junto al dispenser. Anabella mira todo como si tuviera que estar advertida de cada detalle, como si tuviera la misión de registrar cada estímulo.
No sabíamos -cómo saberlo- que tres meses después comenzaría la cuarentena y la universidad pasaría a ser un monstruo dormido, como tantas otras.
– Es re distinta la Universidad, no es como me imaginé -dice mientras caminamos.
– ¿Y cómo te la imaginaste?
– No sé, pensé que era otra cosa. Me encantó. Pasé por el buffet y había un grupito de chicos estudiando… se reían… eran como yo. Después en la callecita había un profe que les estaba explicando algo a unos alumnos, Supongo…
La palabra «Universidad» suele disparar en los adolescentes una serie de asociaciones que se despiertan cuando se acerca el cambio, cuando deja de ser un lugar virtual reservado al mundo adulto para ser una posibilidad real que esperan y que desean. La universidad puede estar asociada a aquello que los padres no pudieron o no quisieron transitar, o bien la marca por la cual todos los miembros de la familia deben pasar, por ejemplo. La universidad también es presentada muchas veces como ente disciplinador y sádico a la vez, con amenazas del estilo «ya se te va a acabar la joda cuando empieces la Universidad, y ahí te quiero ver», o también aquel sitio donde uno debe resolver situaciones sin ayuda porque «ya es grande».
¿Qué tan importante será ese «me encanta» de Anabella para avanzar en el estudio de una carrera? ¿Qué tan importante será la imagen de ese buffet con chicos riendo o esa mañana soleada, o ese docente explicando fuera de hora, para no abandonar?
En Argentina – y en América latina los datos no son muy distintos- las universidades públicas presentan tasas de deserción en ascenso, graduándose alrededor del 23% de los alumnos que ingresan (1).
Un estudio hecho por Aparicio y Seminara en el 2018 dice que hay un factor preponderante que condiciona tanto la demora en el egreso de las carreras como la deserción. Lo definieron como «bienestar psicológico» y evaluaron seis dimensiones: autoaceptación, autonomía, dominio del entorno, propósito en la vida, crecimiento personal y relaciones positivas.
Anabella se sienta en el pupitre como pidiendo permiso y mira el aula como si tuviera que calcular mentalmente la dimensión.
– Es re chica, es como los salones de mi escuela!
– Si, ¿pensabas que eran más grandes?
– Me las imaginaba tipo salones gigantes donde entran montones de chicos…
– ¿Y te gusta?
– Sii, re! Es como la escuela.
Anabella imaginaba la universidad de acuerdo a frases herméticas que fue escuchando sin poder, hasta ese momento, desarticularlas. Ella, como tantos otros, creía que en la universidad el estudiante es «un número». Frase común para definir aquellas universidades de mucho caudal de matrícula, donde la autonomía que se pretende en el alumnado puede ser vivida como libertad o, como en el caso de Anabella, como un desamparo.
Muchas veces en tiempos de cuarentena pensé en ella, en su primer año de estudio universitario, en todo aquello que le había causado tanta ilusión en nuestro primer encuentro. ¿Habrá podido sostener la virtualidad?
María Paula Seminara publica en la revista Educación Superior y Sociedad (1) una encuesta de los efectos de la pandemia en la deserción universitaria. En la tercera pregunta les pide a los estudiantes que nombren las mayores dificultades encontradas para la cursada durante el aislamiento, categorizadas en siete dimensiones: dimensión emocional, dimensión económica, dimensión institucional, dimensión conectividad herramientas, dimensión infraestructura, dimensión particularidades de la temática y dimensión suspensión de actividades.
La dimensión más influyente resultó ser la emocional, dentro de la cual se destaca el aspecto vincular y de interacción con compañeros, docentes y personal universitario.
Anabella tenía bastante claro lo que quería estudiar. Pero muchas veces no es suficiente para tomar la decisión. Por eso llegó a la consulta, por eso su mirada estuvo puesta en otros aspectos que los contenidos de las carreras, por eso hizo hincapié en el mundo sensorial por sobre el racional.
Como orientadores, nuestra tarea es escuchar lo que no está dicho, aún. Acompañar esa mirada particular de quien consulta, investigar juntos cuáles son esas amarras que pueden dar seguridad pero que son limitantes, y cuáles los recursos que se tiene para allanar el camino del deseo.
Lic. Marcos Tabossi
IG y FB: @psicoanalisisenlinea
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(1) Artículo «De los efectos de la pandemia COVID -19 sobre la deserción universitaria: desgaste docente y bienestar psicológico estudiantil» de María Paula Seminara publicado en el volumen 33 de la Revista educación Superior y Sociedad (2021)