Por Lorena Marino. Miremos cada esquina de nuestro razonamiento, de nuestro sentir.
Situación: silueta de una moto que yace sobre el asfalto; sus partes desperdigadas por el suelo junto a cartera, mochila, bolsas, caja de reparto allí también. Otro vehículo a veces de mayor porte con claras marcas del impacto y finalmente una persona o más que esperan en ese tiempo detenido la atención y asistencia que pueda salvarles la vida, si es que está aún presente en esas almas… Cabezas que se menean, gritos alterados en ocasiones producto de la urgencia pero además que manifiestan enojo, ira… la brutalidad misma que significa ser interrumpidos en nuestros planes del día pero, sobre todo, la necesidad de que la responsabilidad sea siempre del otro.
Y mientras, otros pasarán cerca por allí mismo o a una cuadra mirando por arriba de las fajas que cierran el paso a la espera de un informe del hospital que dictamine si las lesiones son leves o graves y allí comienza otra historia donde mediará la justicia.
Quienes hayan pasado por una situación similar a la descripta, podrán agregarle las emociones que invaden la mente y el cuerpo, ni que hablar las de aquel familiar que recibe la fatídica llamada y emprende ese camino plagado de los peores pensamientos y sensaciones.
En Mercedes, como en tantos otros lugares de nuestro país, esta escena tiene una frecuencia inaudita que pone a las claras el menosprecio por el otro y su vida. Pero también por la propia.
Y digo esto último recordando las incontables veces que uno puede observar (solo resta el querer verlo y reflexionar al respecto) una superpoblación de pasajeros en una moto sola con adultos que portan casco y menores sin él que van “aplastados” entre dos mayores como si ese escudo doble fuera a protegerlos o preservarlos ante el choque con otro vehículo o inclusive una maniobra descuidada que provoca la caída. Y además me pregunto: ¿Qué función cumple un casco varias veces más grande de talle que el correcto? Y la única reflexión que se me viene es que con esa mala protección lo único “protegido” es la conciencia de quien así lo usa o, lo que es peor, se lo coloca a una criatura.
Qué mal estamos si con esto alcanza para sosegar el alma ante la responsabilidad por los daños sufridos.
Pero esto no se cierne solo a conductores de motos. Suele haber autos, camionetas y cualquier otro vehículo similar conducidos por personas que desprecian las normas y por sobre todo desprecian la vida propia y ajena haciendo uso de una soberbia y falta de empatía preocupante.
Son procesos de transformación de conductas que llevan un tiempo donde se seguirán contando lastimados, nuevos discapacitados, muertos y con ellos infinidad de familias atravesadas por estas consecuencias ya sea por ser las victimas como por ser los generadores de estos mal llamados accidentes. Porque todo aquello que se puede evitar deja de ser un accidente.
Quizás algunos concuerden conmigo y otros no, pero lo que sí habla a las claras son las imágenes que podemos ver a diario en nuestra ciudad de sangre y muerte. Y una imagen potente habla más que cualquier nota o reflexión escrita y para mí fue impactante una foto de hace unos días de un casco de buena marca partido literalmente que ayuda a graficar lo que es un impacto en una cabeza desnuda en cualquier calle de nuestra ciudad.
Esto como sociedad debe interpelarnos, pero también es cierto que son procesos de transformación de conductas que llevan un tiempo donde se seguirán contando lastimados, nuevos discapacitados, muertos y con ellos infinidad de familias atravesadas por estas consecuencias ya sea por ser las victimas como por ser los generadores de estos mal llamados accidentes. Porque todo aquello que se puede evitar deja de ser un accidente.
Y allí, en el mientras tanto, entra a jugar la responsabilidad de un Estado que en Mercedes brilla por su ausencia. Falta absoluta de controles serios que no sean solo para cumplimentar una planilla. Vehículos en total falta de estado y de dudosos papeles, camiones recolectores de basura municipales que doblan en “U” en intersecciones como la 1 y 24, menores en motos totalmente fuera de control en pleno centro y arterias como la calle 10 camino al cementerio por citar una nada más, zonas de escuelas donde este mismo tipo de vehículo “desaparece” debajo de sus múltiples ocupantes y podría seguir.
La falta de un sistema de transporte económicamente sustentable que cubra lo mucho que se ha expandido nuestra ciudad con horarios diagramados para que el alumnado llegue en horarios lógicos y no una hora antes o una después, es una deuda aún pendiente que la padecen a diario quienes no cuentan con un medio de transporte propio.
Y como parte no menos importante, estadísticas fiables y de simple acceso donde podamos saber en plazos lógicos los eventos viales que se den sumado a los datos que los centros de salud locales (Hospital Blas L. Dubarry y la Clínica) deberían especificar y clasificar no con un fin morboso sino con el objetivo de establecer políticas de prevención, de control y por sobre todo concientizar a la sociedad mercedina, que a veces da la sensación de estar ajena y, peor aún, anestesiada.
Lorena A. Marino. DNI 2574409