Por Guillermo San Martín. El 24 de marzo no es un día para festejar, ni para pasear. Menos aún para usarlo en política partidaria, sectorizada, o para sostener candidaturas. Es un día para reflexionar y pensar en los muertos y desaparecidos que produjo la violencia.
Esa violencia que comenzó con el golpe más injusto, carente de lógica, inexplicable, de la segunda mitad del siglo pasado: el derrocamiento del Presidente Illia. A los pocos días de ocurrido fue asesinado el estudiante cordobés Santiago Pampillón. Aquí, en Mercedes, por iniciativa del recordado Tulio Ortíz, se hizo una misa en San Patricio por el alma de Santiago. Y el padre Kelly habló contra la violencia que un terrible 4 de julio de 1976 acabaría con él, dos sacerdotes más y dos seminaristas, en San Patricio, Buenos Aires.
Luego vendría el asesinato del General Aramburu, los secuestros, los asesinatos de empresarios, las muertes de policías para robarles su arma, las bombas, los crímenes de la Triple A y, en 1976, la llegada de la época más negra de la historia.
Todos, quien más quien menos, hemos sentido cerca el dolor de la violencia asesina. Yo mismo, disculpen por la autoreferencia, he sufrido la muerte de un primo militar y la del sacerdote que me casó, que me dirigió espiritualmente y charló conmigo sobre cosas del alma, hasta pocos días antes de su muerte atroz.
Todos, quien más quien menos, hemos sentido cerca el dolor de la violencia asesina. Yo mismo, disculpen por la autoreferencia, he sufrido la muerte de un primo militar y la del sacerdote que me casó, que me dirigió espiritualmente y charló conmigo sobre cosas del alma, hasta pocos días antes de su muerte atroz.
Afortunadamente para la Patria el pueblo argentino terminó con las dictaduras para siempre de la mano de Raúl Alfonsín, se investigaron los crímenes por la CONADEP, que lamentablemente no fue integrada por quienes decían representar la mayoría del pueblo argentino, y con ese material se pudo hacer el Juicio a las Juntas que habían gobernado. Hecho único en el mundo hasta ese momento.
Mucho se hizo por los Derechos Humanos en ese tiempo. Para recordar nada más que un aspecto, deseo señalar al Equipo de Antropología Forense, fundado por científicos e investigadores argentinos, hoy reclamado por todo el mundo para efectuar investigaciones sobre crímenes como los que aquí ocurrieron.
Tuve la suerte de conocer a su primer maestro, el doctor Clyde Snow, traído a la Provincia de Buenos Aires por el entonces ministro de Gobierno de la Gobernación del doctor Armendáriz. Me contó que se decidió a estudiar antropología para tratar de encontrar los restos de sus antepasados aborígenes que habían sido masacrados en Estados Unidos durante la llamada conquista del oeste.
Pero, sobre todo, lo que se hizo entonces, fue intentar inculcar en el pueblo argentino, el valor de la paz, el rechazo al odio. Para eso debe servir este día.
Me alegro mucho de estar junto a correligionarios y otros amigos aquí, junto al monumento que recuerda al doctor Raúl Alfonsín, todos unidos por la defensa de la Democracia, la Verdad y la Justicia.
(*) Guillermo San Martín es militante de la Unión Cívica Radical