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Elecciones Presidenciales: ¿Qué está en juego?

Por Mauricio Battafarano.  El 10 de diciembre de 2023 finaliza su periodo el presidente Alberto Fernández y con ello culminan, al menos en principio, 16 años de gobierno kirchnerista. De los últimos 20 años, el Kirchnerismo ha gobernado el 80% del tiempo, un verdadero récord y un dato no menor a la hora de evaluar responsabilidades. El Kirchnerismo fue o es todavía un proyecto personal de búsqueda hegemónica del poder. Es personal, ya que se encarna en el matrimonio Kirchner. Si no hubiera fallecido Néstor, el matrimonio habría intentado una alternancia monárquica en el ejecutivo. En la actualidad, la continuidad del proyecto personal se extiende en el intento de promoción de su hijo Máximo, cuya capacidad y condiciones de dirigente aún no se vislumbran. ¿Cómo se construyó este proyecto de poder, sobre qué estrategias se intentó capturar la voluntad de la gente?

La primera tarea consistió en fabricar enemigos y venderse en contra de ellos; si no se podían vencer, se libraban combates épicos que reflejaban el compromiso con la sociedad. Bajar el retrato de un general de un ejército desacreditado fue el primer jalón de esta arquitectura. Para ello, ya no se necesitaba el coraje de Alfonsín enjuiciando a los dictadores (eso sí fue realmente valiente), pero fue suficiente para captar voluntades de diversos personajes, artistas e intelectuales que empezaron a construir la grieta al asumir que solo ellos, por su posición ideológica o su antigua lucha contra la dictadura, poseían el privilegio de la moral. Luego se sumaron a esta lista de enemigos el campo, el periodismo independiente, la justicia, etc., consiguiendo un verdadero envenenamiento de los vínculos sociales e incluso familiares.

Para la salud del proyecto, fue necesario mucho dinero cuya adquisición está siendo investigada por la justicia. La imagen de Néstor Kirchner abrazándose a una caja de caudales y exclamando «éxtasis» es un icono de época digno de un burgués capitalista como Donald Trump y no de un señor de izquierdas.

Para la perpetuidad del proyecto, se necesitaba una clase media debilitada, un número importante de pobres que dependieran de los favores del Estado y aseguraran su apoyo, una educación cada vez más alejada de la excelencia que solía tener (el que menos sabe, menos cuestiona) y donde el gremialista Baradel es también un símbolo contundente de la destrucción educativa de estos años, y una política exterior cercana a las principales dictaduras del planeta, donde se violan permanentemente los derechos humanos, como Cuba, Venezuela, Irán, China o Rusia.

Los resultados al final del camino muestran: 1) empobrecimiento masivo con cerca de la mitad de la población bajo la línea de pobreza a pesar de haber tenido el extraordinario ingreso de la soja (el famoso yuyo que les fue tan bien), 2) inflación de tres dígitos con a aniquilación del valor del peso, hoy despreciado por la mayoría de los argentinos, 3) ausencia de reservas en el Banco Central, 4) alto endeudamiento (más allá del «ah, pero Macri»). La deuda era importante antes de Macri, Argentina nunca se desendeudó y la deuda aumentó considerablemente durante los mandatos de Néstor, Cristina y Fernández), 5) ausencia de un proyecto federal de desarrollo, la mayoría de las provincias se encuentran en un estado feudal preconstitucional, 6) expulsión masiva de personas de clase media (la estructura social de Argentina en 1974 era comparable a la de Francia, hoy es comparable a la de Perú), lo que aumenta las desigualdades y disminuye las posibilidades de ascenso social, 7) aumento de la delincuencia y del consumo y tráfico de estupefacientes, 8) éxodo masivo de jóvenes en busca de países con más seguridad y mejores oportunidades, 9) irritabilidad, impotencia y desesperanza palpables a diario.

Es por estas razones que el camino que comenzamos a recorrer hacia la elección de un nuevo presidente es crucial. Tenemos la posibilidad de abandonar este proyecto de empobrecimiento masivo y buscar un horizonte mejor. Es importante que esta vez tengamos la madurez de saber que no se pueden esperar milagros, que un país pobre, sin moneda, con escasa infraestructura, sin mano de obra calificada y sin inversiones no se va a levantar rápidamente. Probablemente los primeros cuatro años sean, en el mejor de los casos, de ordenamiento y reestablecimiento de reglas de juego productivas que atraigan inversiones y generen oportunidades laborales e ingresos. El próximo presidente debería ser alguien con coraje, con convicciones fuertes, que sepa enfrentar a los intereses de gremialistas corruptos y empresarios prebendarios y no pacte con ellos, dispuesto a llevar adelante el cambio que relance a Argentina al lugar en el mundo que tuvo con la generación del 80. Dios quiera que los argentinos votemos con patriotismo e inteligencia.


Mauricio Battafarano es doctor en Medicina, Psiquiatra, Psicoterapeuta y Profesor Universitario.