Impulsada por el placer de satisfacer sus deseos, dicta desde hace años talleres de literatura y de creatividad. Siempre capacitándose y sorteando encrucijadas, resolviendo consignas que la vida le puso y le pone, llega al final de una historia, o al comienzo. La profesora Alicia Lennard este viernes presentará su primer libro y convoca a quienes han compartido con ella grupos y proyectos a ser parte, desde las 20.30. Abre un espacio de libertad que incluirá lecturas y música en el Colegio de Arquitectos, en el que «Fiebre de junquillos», su poemario, es una excusa para satisfacer esa necesidad de arte y de encuentro que será compartido.
Con un perfil muy bajo y característico se la conoce. Alicia lo cultiva cotidianamente y esta no es la excepción. Por ello no quiere nuevas fotos para esta entrevista ni figurar como alguien que busca imagen ni rédito.
■ El viernes finalmente se va a presentar tu libro, tu primer libro…
Es un poemario que está editado en formato libro. Nunca se me ocurrió hacer un libro, y lo digo sinceramente…
■ Pero sí durante toda tu vida has inspirado y ayudado, acompañado a un montón de gente en sus procesos literarios y creativos. Hoy estás en el lugar de publicar. ¿Qué te motivó a hacerlo?
Lo de acompañar, armar grupos, siempre partía de mi deseo y placer. No era simplemente una intención salvadora, ya que también hay que decir que tengo una fuerte vocación docente. Me gusta lo que yo aprendo, profundizarlo, disciplinarlo y transmitirlo, para que no quede solo en mí. Disfruto mucho de este proceso y de estar en contacto con gente creativa. Siempre el deseo parte de mí, de mi intención de crecer y de ir siguiendo, de contactar con determinados maestros, de profundizar en lo que ellos enseñaban y el deseo después de estar con gente que se reúne. Es maravilloso el trabajo alrededor de lo creativo, de lo literario.
■ ¿Qué importancia tienen las relaciones humanas en tus talleres?
Son fundamentales. En los grupos creativos se generan relaciones muy sanas y heterogéneas, donde la afinidad respecto a la vocación es lo que prevalece. Para eso, es esencial formarse y saber cómo crear una atmósfera de confianza y autovaloración. El afecto para mí es fundamental, sin estridencias, y una vez establecido esto, cada uno se conecta con su vocación y se lanza a escribir, publicar y crear en distintos espacios creativos, como el teatro, los guiones, distintos y diversos espacios. Es como una matriz que yo disfruto.
“No hay sistema rígido que no se resista a un abordaje lúdico”
■ ¿Cómo ha influido tu formación en danza y creatividad en tu trabajo literario?
Mi carrera ha sido pendular entre lo intelectual y el movimiento. En plena dictadura, cuando la palabra estaba prohibida, encontré en la danza una forma de expansión. Estudié con María Fux, una maestra de la que aprendí mucho no solo de danza, sino de la vida, de cómo enfrentar situaciones. Y yo me entero con los años que María Fux misma, a pesar de que lo que hacía era bailar y promover la danza libre en los grupos, ella misma estaba censurada. Estaba censurada hasta en las melodías y no se podía usar a Mercedes Sosa por ejemplo en una clase de danza. Eso fue en plena dictadura y simultáneamente yo, dando las clases, hacía lo que podía. Otra formadora importante mía fue mi maestra en juego y creatividad: ya inmediatamente terminada la dictadura en 1984 me comencé a formar con Lidia Cañeque, quien veía el juego como una herramienta de libertad y creatividad. Ella era una investigadora pionera de la aplicación del juego, de lo lúdico, pero no el juego como esa cosa banal que se entiende generalmente sobre el juego, sino el juego como el juego para la libertad y la creatividad. Yo me formé con ella durante muchos años, primero tenía entrevistas particulares, personales, individuales. Después hice toda una carrera de cuatro años donde me instruí en juego, investigué y lo que quería en ese momento en medio de la niebla, siguiendo el instinto de lo que te hace bien y de lo que traés de cuna, la vocación, lo busqué. El juego me interesó desde chiquita, y hay que rescatar, cuando uno tiene una vocación de adulto o cuando está en tinieblas y no sabe cuál es su vocación, volver a cuando era chico, y pensar qué le gustaba. Y esto del juego a mí siempre me interesó, como también todo el valor del movimiento y la creación, la creatividad. Yo respeto absolutamente todos los criterios para la docencia de la literatura, pero a mí me pasaba que veía una pasividad en los chicos que recibían catedrales teóricas sobre los grandes literatos de toda Latinoamérica, de España y de otros países y era una cosa pasiva. Y para hacerlos escribir la pregunta estaba en la producción, que no era una cosa fácil para un adolescente…
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Alicia Lennard presentará su poemario «Fiebre de junquillos» este viernes
Los minutos pasan y la charla fluye dentro de su cuarto – oficina – biblioteca lleno de libros que la rodean y envuelven, con palabras que están celosamente guardadas en cada una de sus hojas y son de distintas formas o iguales a las que pronuncia. La inspiran desde su quietud histórica, particular y valiosa en que han sido impresas y editadas, como ella ha editado por estos días su libro.
“No hay sistema rígido que no se resista a un abordaje lúdico” dice Alicia en un momento de la entrevista y previamente había comparado el lanzar consignas como disparadores con la educación tradicional. “Yo trabajaba inventando las consignas con esta característica: que tengan una raíz, pero que no sean una cosa impuesta como era la educación verticalista, donde se imponía hablar sobre un tema determinado, pero hay que ver si la gente quiere hablar sobre eso… En un grupo uno no sabe en dónde están parados, ni qué es lo que están buscando, ni qué les está pasando. Por eso hay que dar el permiso, después el otro se suelta y hace lo que quiere. Dar el permiso para el disparate, el permiso para la libertad en la expresión, el permiso también para equivocarse porque estábamos, y tal vez creo que estamos todavía, en esta cosa de la cultura de no equivocarse, de no cometer ningún error. El paradigma de tener que ser perfecto, pero resulta que dentro de lo imperfecto no hay nada de malo, no hay problema”.
«No se trata de imponer un tema, sino de ofrecer una puerta abierta para que cada uno explore y se exprese libremente. Es vital dar permiso para equivocarse y experimentar. La gramática puede ser muy rígida, como el metal, pero el lenguaje literario es más parecido a la madera, que se adapta y cambia con el entorno»
■ Siempre le has dado una gran importancia a las consignas en tus talleres…
Las consignas son disparadores fundamentales. Deben tener una raíz en la realidad, pero permitir libertad creativa. No se trata de imponer un tema, sino de ofrecer una puerta abierta para que cada uno explore y se exprese libremente. Es vital dar permiso para equivocarse y experimentar. La gramática puede ser muy rígida, como el metal, pero el lenguaje literario es más parecido a la madera, que se adapta y cambia con el entorno. En mis talleres, busco explorar esas zonas flexibles del lenguaje donde se pueden llevar los límites y jugar con ellos.
■ ¿Qué aporta «Fiebre de junquillos» a quienes lo lean?
Este poemario es una mirada íntima y reflexiva, sin nostalgia, sino con vida y vivencia. Es como sacar a la luz esos cuadros que uno guarda detrás de la puerta. Es una oportunidad para compartir algo personal y ver cómo resuena en los demás.
■ ¿Qué significa para vos el encuentro con la gente en la presentación de tu libro?
Me emociona encontrarme con personas con las que he compartido horas de trabajo y reflexión. Aunque no me gusta demasiado la exposición, la posibilidad de reunirme y compartir este momento es maravillosa. Es una forma de estar juntos, especialmente en esta época actual en la que nos vemos menos.