El teatro es un espacio donde se produce la purificación de las almas; un rito litúrgico en que las personas se transforman, se elevan, adoptan formas impensadas y construyen mundos únicos e irrepetibles.
El sábado 17 de agosto, quienes asistieron a la representación de “Sola No Eres Nadie” en el Teatro Talía, pudieron experimentar en toda su fuerza esa experiencia.
En un escenario despojado de todo aditamento, un ser, un/a “nadie”, comienza a desgranar de manera simple, casi anecdótica, una historia, “su historia”… y lentamente, de manera imperceptible se adueña del espacio, del tiempo, de cada latido, hasta transformarse en una presencia portentosa, plena, nítida, frente a nuestros ojos que, absortos, no pueden dejar de contemplar el paisaje que con maravillosa ingenuidad traza, interpelándonos mansamente.
Su apariencia, suave y anodina fluctuó hacia otras que se superpusieron al unísono, transformando el “tempo dramático” en una verdadera tormenta de emociones que, girando en torbellino, se desatan hasta la pregunta:
“Cómo hacer para no ser lo que me han dicho que fui.
Cómo hacer para ser lo que los demás quieren que sea”
La respuesta es el final que, como una caricia, cubrirá a esta criatura sin nombre y sin tiempo.
Un gran director mercedino —Jorge Naipauer–, que se supera en cada nuevo desafío que emprende puso en escena este bello texto de María Natalia Villamil.
Con mano de artesano moldeó cada palabra, cada gesto, cada mirada de un actor que cumplió largamente con las expectativas puestas en él: Chipi Romero y ambos, en una conjunción perfecta, develaron a este personaje frágil y entrañable.
La marcación escénica de Naipauer evidenció el profundo estudio del texto y la interpretación de Romero, una plasticidad interpretativa pocas veces vista, no solo en el trabajo corporal sino en la yuxtaposición de personajes que la acción requiere y él transmitió con solvencia.
Chipi Romero mostró una entrega total hacia el personaje, traduciendo el asombro, el miedo, la risa, el llanto, el silencio… en un equilibrio perfecto que el espectador vivió en plenitud con el personaje.
El sábado 17 de agosto quienes tuvimos el privilegio de ver esta obra asistimos, sin duda, a una verdadera “lección de teatro” y si es verdad que el teatro modifica, como dicen los que saben, todos, sin excepción, salimos modificados, atesorando en nuestra memoria y nuestros sentimientos el recuerdo de un texto bello, una interpretación soberbia y una dirección exquisita.