Por María del Carmen Gioscio. El 17 de este mes celebramos a los profesores. Todos sabemos que llevamos algo de ellos, y de algunos, aún más.
En el Instituto 7, en el Profesorado de Letras, Lola fue mi profesora. Supo advertirme con tanta delicadeza sobre mis grandes errores. Nos estableció una vara tan alta en cuanto a la comprensión de lo que encierran las palabras, que parecía fácil adentrarse en el texto más intrincado. Debimos agradecerle la felicidad proporcionada en ese camino.
Parece que he vivido mucho y que debería acostumbrarme a que en la vida a veces ocurre lo que no debiera
Considerando su energía para el encuentro, compartí durante todos los días de tres meses su hogar, que era el lugar de ensayo de teatro que abordábamos tan tímidamente.
No recuerdo qué tarea manual realizaba ella sentada cerca nuestro mientras nos debatíamos entre textos que olvidábamos.
Su hija Manuela los conocía de tanto oírlos y nos apuntaba, y su hermano Juan asumía los roles cuando alguno faltaba.
Parece que he vivido mucho y que debería acostumbrarme a que en la vida a veces ocurre lo que no debiera, pero eso no me da consuelo. La extraño.
María del Carmen Gioscio es docente y gremialista jubilada