Por Sergio Resquin
. Suele pasar en las sociedades, cualquiera sea su tamaño, que ciertas situaciones se transformen en cotidianas, en habituales, y, por lo tanto, se naturalicen. Se convierten en algo que ya no sorprende. Un ejemplo clásico y cercano sería el río Luján para quienes vivimos en Mercedes. ¿Alguien que asiduamente visite el parque municipal podría asombrarse del olor nauseabundo y de la contaminación del río? No, ya es parte del paisaje.
O, por qué no, en el orden nacional, los incendios forestales en la comarca andina patagónica se han transformado en una noticia recurrente cada verano y, a fuerza de repetirse, ni siquiera mueven demasiado a la indignación. Nos convierten en espectadores “resignados”.
Lamentablemente, un ciudadano mercedino promedio se ha acostumbrado también a ingresar a los portales de noticias y encontrarse cíclicamente con una noticia recurrente: la muerte o las lesiones de diverso grado de un vecino en alguna de las dos rutas que conectan a Mercedes con otros puntos geográficos. Estas noticias se han transformado en algo tan habitual que parece que ni siquiera mueven a la reacción, como si se tratara de un designio divino o de una ley ineluctable.
¿Cómo sería de extensa la lista de víctimas de las rutas 5 y 41 en los últimos veinte o treinta años? Seguramente nutrida, profundamente integrada por vecinos que perecieron en siniestros viales, tanto en la ruta nacional 5 como en la provincial 41. Cada día alguien pasa a engrosar esa interminable lista de quienes fueron noticia fugazmente por su tragedia y que nadie podría recordar completamente en toda su extensión. De esa lista abultada y trágica, todos evocamos un puñado de nombres que nos resultan significativos por razones muy diversas, extraídos arbitrariamente de aquella lista trágica.
Cada día alguien pasa a engrosar esa interminable lista de quienes fueron noticia fugazmente por su tragedia y que nadie podría recordar completamente en toda su extensión.
Obviamente, lo mismo seguramente ocurre en Navarro, Chivilcoy, Lobos o Suipacha.
Personalmente, ante cada nueva tragedia rutera, el apellido “Hoare” me asalta de repente. Una familia mercedina que un domingo por la mañana se dirigía a San Andrés de Giles a una celebración. El auto en que viajaban padres e hijos cayó de repente en un cráter de la ruta provincial 41 y, producto de esto, el vehículo descontrolado pasó al carril contrario. Nadie sobrevivió. Fueron literalmente aplastados por un camión. Transcurría el año 1997. Tal vez ese apellido y esa tragedia absurda anidaron en mi memoria porque, además de lo impresionante del caso, un alumno del Colegio Nacional que decidió no viajar con su familia se convirtió en el único, de su grupo familiar, en permanecer con vida. O en sobrevivir a la trampa mortal de la ruta provincial 41.
Otro de los nombres que rápido concurre a mi memoria es el de Atilio Centeno. En plena pandemia, murió junto a sus compañeros de trabajo en el nefasto tramo de la ruta nacional 5, entre Mercedes y Suipacha.
En esto de buscar ciertas analogías, la masacre de Once, además del asco por la corrupción y el descontrol en el manejo de las concesiones ferroviarias, tuvo para muchos mercedinos una extraña sensación: cualquiera de nosotros pudo haber estado en ese tren aquella mañana. Algo parecido parece ocurrirnos con esta situación. Cada día en el que la prensa informa de un nuevo y absurdo siniestro en cualquiera de estas rutas, algunos pensamos que bien podríamos haber sido nosotros quienes se sumaran a la terrible lista.
Si bien las rutas en cuestión tienen realidades administrativas y responsabilidades distintas por parte de diversas áreas del Estado, tienen mucho en común: una traza anacrónica y vetusta, y la verificación empírica de que, en las actuales condiciones, solo cabe esperar quién será el próximo en caer. A diferencia de la masacre de Once, cuyo impacto nacional también se relaciona con la cantidad de muertos producidos en segundos, la tragedia vial en las rutas nacional 5 y provincial 41 parece ser “lenta y por goteo”. Por eso parece no importarle demasiado a ningún funcionario desde hace mucho tiempo. Todos prefieren callar, porque alguna convivencia actual o pasada han tenido con el estado de cosas.
Ruta de la muerte: 41
Hace muy poco tiempo, quizá días antes de que Milei lanzara en Davos sus invectivas homofóbicas, racistas y estigmatizantes, un nuevo nombre se agregó a los “caídos” intentando trasladarse de un lugar a otro: Claudia Marinelli. Una docente, vecina y deportista de nuestra ciudad que, en milésimas de segundos, volvió a dejar en evidencia lo “acostumbrado”. Nada nuevo y, sin embargo, el absurdo.
El incremento del tránsito en esta ruta provincial, que conecta varias regiones y cruza otras vías, contrasta con sus características: solo dos carriles, por donde pasan a escasos centímetros camiones de gran porte, autos familiares o maquinaria rural. Todos en una especie de “ruleta rusa”, en la que, para colmo, los pozos añaden más riesgos al simple hecho de ir de una localidad a otra.
Desde hace más de treinta años, la ruta 41 es una salida obligada hacia la Mesopotamia y Brasil. A pesar de esto, nunca ningún gobierno provincial intentó reducir sus condiciones de peligrosidad extrema. Y los muertos se siguen acumulando.
Ruta 5
La vieja ruta nacional 5 bien podría constituirse en un ícono del fracaso de las políticas del menemismo en materia de infraestructura vial. La 5 expresa cómo el modelo de privatizar las rutas nacionales apuntó a favorecer los negocios de grupos económicos amigos, aun a sabiendas de que muchos morirían en las rutas.
Pronto se cumplirán treinta años de la privatización de las rutas nacionales. Habría que pensar en el costo en vidas de esta decisión del peronismo admirado por Milei. Los diversos concesionarios habilitados han embolsado millones de pesos, no solo por lo cobrado en cada cabina, sino también por los suculentos subsidios estatales.
Casi treinta años después, la ruta nacional 5 se transforma desde nuestra ciudad hasta Santa Rosa en una verdadera “ruleta rusa”, donde los muertos se siguen sumando.
Mientras tanto, en el tramo Mercedes-Suipacha se cortará un poco el pasto de la banquina y se removerá tierra, y algún inocente creerá que la autopista adeudada será reiniciada.
Pero todos sabemos que cada día, en las rutas de la República de Cromañón, alguien será el próximo: un vecino, un amigo, un familiar, yo o vos, lector.
Sergio Resquin es docente jubilado y activista político