Por Virginia Altube. Hacía ya muchos días que Martín (mi cumpa, mi esposo…) y yo, junto a Magdalena, casi una recién nacida, dormíamos en casa de mis padres. Como la mayoría de los militantes políticos, y no solo peronistas, no nos sentíamos seguros en nuestras casas, y mucho menos de noche.
Esa madrugada del 24 de marzo del ’76, mi hermano golpeó la puerta de nuestra habitación para decirnos que había un golpe militar. Unos minutos antes nos había despertado la marcha que sonaba en la radio que él escuchaba mientras preparaba sus materias de abogacía: marcha y primer comunicado de la Junta. El anunciado golpe ya había dado inicio.
El alerta empezó a sonar más fuerte todavía en nuestras vidas, pero al menos yo nunca imaginé el horror que anunciaba. Por la mañana llegó un amigo para advertirnos que en la puerta de nuestra casa, donde también estaba el consultorio de Martín, había una guardia. «Palomitas azules», nos dijo Mario. «Ni se acerquen por ahí».
A partir de ese momento empieza una historia donde cada hecho tiene relevancia, porque implica la solidaridad de mucha gente que, más allá de sus ideas, estuvo siempre para ayudar, siempre en riesgo. Empezando por mis padres, mi hermana, Hugo su compañero, la familia, curas y monjas (de San Antonio), amigos, amigas, cumpas que estaban vigilados pero no habían caído, y gente noble…
Tal vez ese rearmar cada año esta especie de rompecabezas histórico, hecho de contradicciones, luces y oscuridades, humanidad y las peores bajezas, sea el conjuro colectivo para asegurarnos de que no vamos a olvidar.
Martín estuvo dos años preso: Mercedes, Sierra Chica, La Plata… Durante ese tiempo (que merece un relato aparte) cayeron muchos y muchas militantes, hoy desaparecidos. En Mercedes, provincia de Buenos Aires, una placa recuerda a los compañeros y compañeras que nacieron y se criaron allí. Son muchos…
Y me digo hoy, a casi cincuenta años de ese golpe, que tal vez ese rearmar cada año esta especie de rompecabezas histórico, hecho de contradicciones, luces y oscuridades, humanidad y las peores bajezas, sea el conjuro colectivo para asegurarnos de que no vamos a olvidar.
«…Lo que va a pasar hoy, pasó hace tanto, me desperté pensando esta mañana, no vi las predicciones del espanto…», dice Jorge Fandermole. Y yo digo: quiera la historia presente y futura que nunca más tengamos que predecir el espanto. Que desde algún lugar oculto, humilde, renazca la grandeza como sociedad, como pueblo. Que aparezcan nuevas miradas, menos contaminadas, más generosas.
Esa generación del ’70, con todas sus contradicciones, muchas veces entrampada entre ideales, mandatos y pasiones, creo, siento, que merecería ser recordada como prenda de unidad. Digo «unidad» y me parece una palabra tan vaciada de sentido… Todo lo hemos banalizado a lo largo del tiempo, porque todo se discute. Sobre cualquier cosa, cualquiera opina, y tiene su canal, su radio. Y a eso le sumamos los medios y las redes… y lo que menos importa es la verdad.
Vuelvo con dificultad a lo importante: cómo deseo que otra vez el recuerdo, el homenaje a los compañeros y compañeras asesinados y desaparecidos no esté atravesado por diferencias coyunturales que cambian de un año a otro.
Estos tiempos son muy distintos, por supuesto, pero los riesgos siempre están ahí si uno quiere vivir a pleno. «Se me desdibuja en el futuro…» (otra vez Fandermole), y eso me da miedo. Por eso, desde acá, desde Capilla del Monte, digo PRESENTES, compañeros y compañeras, Madres y Abuelas. Dejaron huella.
Virginia Altube – 24 de marzo de 2025. Capilla del Monte