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Vivir de tu pasión, ¿mito o realidad laboral?

Por el licenciado Marcos Tabossi. “Hacé lo que te gusta». Una y otra vez escucho esta frase en boca de adolescentes y consultantes, que, a su vez, le son dirigidas por el entorno social -docentes, padres, influencers o gurús del desarrollo personal-. Esta consigna suena, en principio, liberadora. Pero ¿qué pasa cuando deja de ser un deseo y se transforma en un mandato? ¿Qué efectos produce cuando se impone como un ideal a cumplir?

En el mundo del trabajo contemporáneo ya no alcanza con conseguir estabilidad o un título universitario. El mandato actual es más sutil, pero también más cruel: no sólo hay que trabajar, hay que hacerlo con pasión. La elección de carrera se presenta como algo que no sólo debe garantizar un futuro, sino también representar quién soy.

Esta lógica —que podríamos pensar como un nuevo imperativo superyoico— aparece en discursos institucionales, publicitarios y familiares. El trabajo se convierte en el lugar donde el deseo debería desplegarse con claridad y entusiasmo. Pero cuando el deseo se vuelve obligatorio, el sujeto se enfrenta a una paradoja: ¿y si no aparece eso que me apasione? ¿Y si la supuesta motivación es un modo de sentirse empujado?

Un estudio de Bumeran (2025) reveló que el 84 % de los trabajadores argentinos se siente insatisfecho con su empleo, y que el 79 % no ejerce la profesión que soñaba. (1) De ese total, un 55 % afirma sentirse frustrado. Además, el 91 % declara sufrir estrés laboral crónico o burnout. (2)

En el caso de los jóvenes, se suman otras tensiones: alta rotación laboral, frustración ante las primeras experiencias profesionales y la sensación de que «nada encaja con lo que me imaginaba». ¿Qué pasa cuando la realidad laboral no responde a las expectativas construidas desde la adolescencia?

Esta exigencia de disfrutar con lo que uno hace no es más que una forma renovada del superyó. Como planteaba Lacan, el superyó no prohíbe, sino que ordena gozar. Y ese mandato, lejos de liberar, muchas veces paraliza.

En el caso de los jóvenes, se suman otras tensiones: alta rotación laboral, frustración ante las primeras experiencias profesionales y la sensación de que «nada encaja con lo que me imaginaba»

En los procesos de orientación vocacional, es frecuente escuchar angustia frente a la falta de claridad. Muchos jóvenes dicen: «me gustan muchas cosas, pero nada me apasiona». Otros cambian de carrera, de trabajo, de proyectos, buscando esa imagen ideal de «vivir de lo que me gusta». Cuando ese ideal no se cumple, emergen el desencanto, la culpa y el sufrimiento.

La vocación, sin embargo, no se encuentra como un tesoro escondido: se construye. Y en esa construcción, es legítimo no saber, dudar, errar.

Una chica de 19 años me dice en la primera entrevista que siente que ya fracasó. Cambió dos veces de carrera y cree que decepcionó a su familia. Habla rápido, como si tuviera que justificar cada decisión. Pero en medio de ese relato apresurado, se detiene y dice, casi al pasar: «me gustaba organizar juegos cuando era chica». No sabe si eso vale como interés. No sabe si está diciendo algo importante. Pero baja la voz, y en ese gesto, aparece otra tonalidad. No hay todavía una elección, pero hay algo que resuena.

Otro caso. Un estudiante de 22 trabaja en un call center, estudia una carrera que no lo entusiasma, y dice que está «cumpliendo». Habla poco. En una sesión, simplemente dice: «estoy cansado». Lo dice sin dramatismo, pero con verdad. No es una queja, es un límite que empieza a dibujarse.

Desde la orientación vocacional, es clave ofrecer espacios donde el no saber no sea algo a corregir, sino algo a alojar. Elegir una carrera no debería ser sinónimo de definirse para siempre. La vocación – a veces, solo a veces- es un recorrido que se escribe en el tiempo, con experiencias, ensayos, tropiezos y también renuncias. Otras, en cambio, no son más que una ilusión que nos ayuda a seguir. 

Como profesionales que acompañamos estos procesos, es importante desmontar los mandatos idealizados que muchas veces se presentan como «lo mejor para vos». En lugar de empujar a encontrar la pasión definitiva, tal vez convenga abrir preguntas más habitables: ¿qué puedo hacer hoy con lo que hay? ¿Qué formas puede tomar el deseo cuando no se lo fuerza a brillar todo el tiempo?

El malestar que hoy aparece en el vínculo entre jóvenes y mundo laboral no se explica solo por la precarización o la falta de oportunidades. También tiene que ver con los ideales que pesan sobre las decisiones. 

Frente al mandato de amar lo que uno hace, podemos proponer otro horizonte: uno donde haya lugar para lo incierto, para lo parcial, para las elecciones que no encajan del todo. A veces, no se trata de hacer lo que más te gusta, porque no hay tal cosa. A veces, se trata de darle sentido —propio— a eso que se hace.

 

  1. https://www.infobae.com/economia/2025/04/28/aumento-la-insatisfaccion-laboral-el-84-de-los-trabajadores-no-esta-conforme-con-su-empleo/
  2. https://repositorio.21.edu.ar/items/b536c8f8-8541-4bb7-a281-3096e6689ee9

Marcos Tabossi. www.vocaciondeorientar.ar