Este miércoles 25 de junio se conmemoró el 273° aniversario de la ciudad de Mercedes con un acto oficial desarrollado en Plaza Rivadavia, encabezado por el intendente municipal Juan Ignacio Ustarroz, junto a autoridades educativas, representantes de instituciones, fuerzas de seguridad y abanderados de escuelas de la ciudad.
La ceremonia se realizó desde las 11 de la mañana, en una fecha que recuerda los orígenes de la ciudad en 1752, cuando el Virreinato dependiente de la Corona Española dispuso el asentamiento del Fuerte de «Nuestra Señora de las Mercedes», en tierras habitadas previamente por comunidades originarias que pertenecían a pueblos como los querandíes y guaraníes, entre otros, que fueron desplazados y dominados en el proceso de conquista y colonización.
La actividad contó con palabras alusivas del bibliotecario y reconocido vecino Andrés Monferrand, quien mantuvo una suerte de diálogo con Raúl Ortelli.
Por su parte y durante su discurso, el intendente Ustarroz hizo hincapié en la importancia de la unidad y el fortalecimiento del rol del Estado local, particularmente en materia de educación. “Hoy en el mundo siempre se habla de la crisis de la educación, y si nosotros nos situamos donde vivimos, en nuestra ciudad, creo que el rol de los municipios, por su cercanía con la comunidad, es aportar un granito de arena para mejorar el sistema educativo”, expresó.
Ustarroz remarcó también que “para eso tiene que haber Estado, que pueda generar recursos, distribuirlos y promover iniciativas comunitarias”. Y convocó a “trabajar en la unidad, en la diversidad que somos como sociedad y como ciudad”, destacando la necesidad de “pensar en términos de futuro, pero también desde un presente concreto y con una historia muy rica”.
El jefe comunal cerró su mensaje agradeciendo el acompañamiento y deseando un feliz aniversario para todos los mercedinos y mercedinas. Se invitó a continuar con las celebraciones en Estación Juego, por la tarde.
El diálogo con Raúl Ortelli
Andrés Monferrand fue parte del acto y estas fueron sus textuales palabras alusivas:
Declarándome, al menos en parte, en contra de nuestro mito fundacional de épica antimalones —esa letanía represiva que algún día se deberá revisar si soñamos con un futuro de paz e igualdad entre hermanos, aunque sin nunca evitar ni negar un pasado que nos reclama a cada paso—, retorna para esta ocasión la figura del escritor Raúl Ortelli.
En él se concentra buena parte de la historia y de la lengua, de la memoria y de la música verbal de Mercedes.
Para evocarte en este día, Mercedes.
Para vos, ciudad.
Y para todos los que, con afán de comunidad y justicia social, habitan en vos,
estas palabras.
Mercedes en el recuerdo Raúl,
nosotros los nativos, vos, yo,
todos nativos.
El paso firme, la tonada gauchesca en la voz,
la palmada en la espalda, la calidez como el vino tinto
que se macera en el odre. El recuerdo, Raúl,
siempre el recuerdo.
La mirada valerosa en la noche de los tiempos,
rescatando una princesa ranquel de la maloca interminable del olvido.
La pulperia del puente, Raúl,
El cacique Lepin, el capitán vague y su rio de aguardiente, un fuerte junto a la laguna brava con aguas tendientes a desaparecer
Los postes de ñandubay para frenar el sol ardiente de la pampa y la lanza del hijo de la tierra, Raúl.
El perro fantasma que luchó con Juancito Fregossi
una noche de niebla en La Alegría. Tus noches a la luz de un farol, Raúl,
consignando en tinta hechuras de sangre, recontando los cadáveres
que quedaron tendidos en los zanjones del Sapo y en la cañada del Moyano
después de una tormenta de sangre.
¡Qué mitología, Raúl! ¡Cuánta pasión en el cuchillo!
Adivinas, fantasmas y cuchilleros, Raúl,
nada más que eso debe tener un pueblo,
nada más que eso
y su memoria.
El gallo granadero que le arrancaba los ojos a los rivales
en lo de Lagos, en la plaza de las Carretas, Raúl, enfrente justo de donde Bustos Fernández era maestro.
¡Qué épocas, Raúl, qué épocas!
Se te cierra la garganta de emoción al evocarlas, te recorre un temblor
al saberlas nuestras y próximas y tan profanas,
como los vagos y antiguos yuyales de la avenida 40.
Las armas, Raúl: el trabuco naranjero, el arcabuz del siglo 17.Todos en tu pared,
junto a puñales y dagas con más muertes que Correa,
Moreira, Raúl, esa obsesión, ese revisar en el archivo hasta las arañas transparentes
que viven en los papeles viejos.
Saberlo todo, Raúl: de obsesiones está hecha la sabiduría.
Raúl, Tito, la parada a los don Segundo Sombra
en una esquina del barrio El Tambor. La parada de payador en el barrio de la Cárcel,
el velorio de angelitos, Raúl, ¡qué firme el pulso para descubrir el horror, maestro!
Los sucesos del Atrio, allí donde se mataron los miembros de partidos oligárquicos
en la puerta de la iglesia, y donde los matones tenían nombre de mujer.
De los Altos de Fresno también dispararon, Raúl, claro, y de La Recova.
El diablo y el infierno, el zorro y los pájaros, las brujas y curanderas
y el último malón.
Los candiles con grasa de potro, Raúl, que iluminaron la noche de Mercedes.
La luz mala, el ombú y el jinete en medio de la noche, el duende, la madre y el comisario Panizza. Una carrera cuadrera, el gitano y el mancarrón peludo,
el aparecido y la noche, Raúl, título que hasta Edgar Allan Poe hubiera envidiado.
El almacén de García, Raúl, donde con González Paiva sobre papel de estraza
firmaban colaboraciones para el diario La Hora. El archivo histórico del Palacio de Tribunales, una mañana fría, llenándose de evocaciones tan cercanas
que se siente el galopar de los caballos sobre la llanura.
Ancifilú, Nequelequé y Patracuá. Raúl, ¡qué poder de lanza, caray!
La sangre en las esquinas, Raúl, cuánto heroísmo al cuete, cuánto lanzarse a la muerte
como quien se lanza en manos de una amada.
María Flores, Pantaleón Correa y el Mecho Quintana, Mondiola, Marenco, Salcedo, Caylac, el Guanaco y Macalú.
La esquina de la sal, Villafañe, Candeyra y la esquina de Pacheco,
las cinco esquinas. La librería del gallego Díaz y Nalda, donde apoyabas la nariz
mirando un inalcanzable volumen de Las mil y una noches.
Joaquina Piedrabuena, Ramonita Farías y Libertaria Carrizo,
preparando sus menjunjes de sanación.
La cancha de Arrillaga, Raúl, donde los pelotaris se jugaban la vida
contra el paredón. Y don Miguel de Molina apareció con el primer automóvil
que vio la ciudad. Y las primeras casas de dos pisos,
y los lenocinios donde el diablo habitó. La fábrica de carruajes de los Dubarry.
Pichaco y el misterio del cañón.
Cuántas historias, Raúl, tantas que entre todas forman un universo paralelo
donde nos escapamos para ver la verdadera ciudad.
Las charlas interminables con Luis Cirilo Villarreal y con José Luis Franco,
mientras se prueban auténticos gorros de los colorados del Monte. Parecen tres duendes buenos más que tres sanguinarios guerreros en la tarde mercedina.
Portero insigne del más acá y más allá del pueblo. Se me salen sus almas por los ojos cuando llego a su esquina y no lo veo, escribió Albor, el dia de tu muerte
Parece más un placer que un deber, Raúl, vos que lo recordaste todo.
Recordar con vos, Raúl,
recordar Mercedes,
recordándote.
Y desde ahí —con vos y con todos—
soñar otra vez el comienzo.
Un nuevo origen. Un nuevo punto de partida.
Un lugar justo donde el pueblo pueda apoyar el porvenir.
Un futuro más claro, más compartido,
más solidario, más nuestro,
más parecido al que soñaron los que lucharon
para que nadie, pero nadie quede atrás, de aquellas otras fronteras, de esta vida.