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Jairo, el trovador del alma, se presentó en Mercedes

Hay momentos en la vida en los que todo parece detenerse, momentos que a simple vista pueden parecer efímeros pero se convierten en eternos porque en ellos se concentra la existencia. Esos espacios de tiempo son únicos, irrepetibles y su recuerdo permanece para siempre en nosotros.

El viernes 12 de septiembre, en el Teatro Argentino de Mercedes, entramos al mundo mágico de un “trovador del alma”, un artista excepcional que, con su voz,  nos invitó a emprender  un viaje deslumbrante. Esa noche nos encontramos con Jairo.

Recibido por los aplausos fervorosos, enmarcado por su orquesta, allí estaba este “viajero” de la música que, desde hace cinco décadas, emociona y transforma al público, iniciando su actuación con “La Milonga del Trovador”, que Astor Piazzolla y Horacio Ferrer compusieron especialmente para él.

La presentación continuó con temas como “Caballo Loco”, “Los Enamorados”, La Carpintería de José, El Ferroviario, Milagro en el Bar Unión, momentos en los que el intérprete fue estableciendo una comunión íntima, casi confesional con el público. 

En el centro del espectáculo se produjo un momento entrañable, con la presentación de Yaco, su hijo y Francisco, su nieto. Las tres generaciones compartieron protagonismo, despertando una profunda emoción en la sala. Resultó especialmente conmovedora la actitud de Jairo, contemplando arrobado a su nieto cuando interpretó como solista: “Es la Nostalgia”. La voz del joven intérprete evocaba ecos de la de su abuelo, que siguió con visible emoción el tema, largamente ovacionado por los presentes.

Otro instante memorable se vivió con la versión de “La Bohème”. Yaco, acompañado por  su padre interpretó la inmortal canción de Aznavour, convirtiendo ese momento en una experiencia maravillosa

Antes de llegar al final se escucharon los acordes de una canción muy cara a los sentimientos del intérprete: “El Valle y el Volcán”, a la que María Elena Walsh  le prestara sus versos y que Jairo versionó de manera única.

Y así, sin darnos cuenta, habíamos recorrido los paisajes, los silencios, todas las emociones que este trovador extraordinario había reservado para nosotros. Al final el público se puso de pie, los aplausos no cesaban y nadie parecía dispuesto a abandonar su lugar. Pasó un tiempo y, de pronto, él apareció en escena y nos regaló nuevas interpretaciones que intensificaron, aún más, la magia.

“Indio Toba” fue, sin duda, uno de los momentos más logrados de la noche, no solo por la maravilla de su interpretación vocal, sino por el ritmo y la plasticidad corporal que Jairo imprimió a la versión. Un estallido de energía y color que transportó a los presentes a regiones únicas de las que es difícil volver. 

Y, en el final, después de presentar a cada integrante de la orquesta, permaneció únicamente con el pianista y director, para ofrecernos el regalo más sublime de su actuación: “El Ave María”, en sus dos versiones: francesa y castellana.

Fue, sin duda, un momento conmovedor y profundo, en el que seguramente muchos ojos se empañaron de lágrimas, un momento alejado de la sensiblería y dominado solo por la intensidad que solo los artistas como él pueden lograr.

Hay momentos en la vida en los que todo parece detenerse, son instantes efímeros y eternos a la vez, que encierran la vida entera y, aunque parezcan breves, permanecen con nosotros para siempre. Esos momentos son los que vivimos quienes tuvimos la fortuna de ver a Jairo, el trovador que trasciende tiempo y espacio con su presencia eterna.

 

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