Escribe Carlos María Dieuzeide (para Noticias Mercedinas). El pasado domingo la industria del cine vivió su tradicional noche de entrega de premios. Los ansiados Óscars renovaron su cita anual en una ceremonia un tanto anodina, acorde a los tiempos que corren en la Meca del cine.
A diferencia de otras ediciones, esta vez, y gracias a la situación provocada por los devastadores incendios recientes y a la tensa relación que aún persiste entre la Academia y los distintos sindicatos de la industria audiovisual, la entrega de los Óscars estuvo teñida de un cierto tono de sencillez, si es que puede definirse con esa palabra la siempre sofisticada convocatoria que rodea a la premiación.
Con la presencia de pocas figuras rutilantes de la pantalla grande, el resultado no dejó de ser una gran sorpresa para todos.
En esta oportunidad los filmes nominados al premio mayor, mejor película, eran diez. Un número poco común teniendo en cuenta que por lo general son cinco o seis. Entre esas diez había dos o tres consideradas “favoritas” en las que las productoras y distribuidoras habían invertido enormes cantidades de dinero.
La gran sorpresa fue que el premio mayor se lo llevó “Anora”, una película de producción independiente que, si bien ya había sonado fuerte tanto en Cannes como en los premios BAFTA, no integraba la codiciada lista de “favoritas”.
Ninguna de ellas obtuvo alguno de los premios más destacados.
La gran sorpresa fue que el premio mayor se lo llevó “Anora”, una película de producción independiente que, si bien ya había sonado fuerte tanto en Cannes como en los premios BAFTA, no integraba la codiciada lista de “favoritas”.
A medida que transcurría la ceremonia, el resultado se tornó obvio: la historia de la prostituta que se enamora y se casa con el hijo de un magnate ruso se había quedado con el premio a mejor guion, mejor edición, mejor actriz y mejor director.
En total, cinco premios. Su director, el talentoso y casi desconocido para el gran público, Sean Baker, hizo historia convirtiéndose en la primera persona en ganar cuatro estatuillas el mismo año por la misma película. A ello se sumó el de mejor actriz para la muy joven Mikey Madison, que destronó a la casi legendaria Demi Moore, que sonaba como candidata ideal.
¿Y la sorpresa? “Anora” es una película producida de manera independiente y tuvo un costo de realización de apenas seis millones de dólares (insignificante en relación a la producción de la mayoría de los filmes que llegan al Óscar), fue filmada en Nueva York con un reducido equipo técnico y se usó una película Kodak Vision de 35 mm. Una verdadera osadía en tiempos de reinado del digital.
En Argentina la película se estrenó el 16 de enero pasado y es de esperar que, después de esto llegue a la mayor cantidad de salas de cine posibles. En mi caso, aún no tuve oportunidad de verla.
A todo eso se suma el gran discurso de su director al momento de agradecer el premio final. Vale la pena rescatarlo: “Estamos aquí esta noche porque amamos las películas. ¿Dónde nos enamoramos de las películas? En el cine. Ver una película en la sala de cine, con el público, es una experiencia en la que podemos reírnos juntos, llorar juntos, gritar y pelear juntos. Tal vez estar sentados en silencio, devastados, pero juntos. Y en un momento en que el mundo parece estar muy dividido, esto es muy importante. Es una experiencia social que no tienes en tu casa. Hoy, la experiencia de ver cine en el cine está en peligro. Los cines, especialmente los independientes, están luchando para sobrevivir y depende de nosotros apoyarlos. Durante la pandemia se perdieron miles de salas de cine en EEUU. Y se siguen perdiendo regularmente. Si no revertimos esta tendencia perderemos una parte vital de nuestra cultura. Este es mi grito de guerra cineastas: sigan haciendo películas para las grandes pantallas. Distribuidores: por favor, enfóquense primero y ante todo en los estrenos de las películas en las salas de cine. Padres: enseñen a sus hijos a ver cine en las salas de cine y así moldearán la siguiente generación de amantes del cine y de cineastas. ¡Por favor! Veamos películas en las salas de cine y mantengamos viva la gran tradición del cine”.
Para finalizar, otra gran sorpresa. Brasil obtuvo su primer Óscar con “Aún estoy aquí” (Ainda estou aqui) del reconocidísimo director Walter Salles y basada en una historia real, en la categoría Mejor Película Internacional.