Hay, según las épocas y los lugares, espacios muy propios de personas. A su vez, espacios propios de personas varones y de personas mujeres. Y son muy distintos los de poblado y los de lugares un poco más rurales. Así, existen lugares sociales o de sociabilización, de encuentro, y lugares de aprendizaje, como lugares de culto.
Están los lugares sociales que son para todas las épocas, las tiendas, más concurridas por mujeres. O lo almacenes, que están abiertos desde siempre. Y esto transcurre a lo largo de todos los tiempos.
Y hay lugares muy propios y puntuales para varones, en su momento los fueron las pulperías. Lugares más apartados y rurales, en nuestra Patria, que cumplían varias funciones: eran almacenes de ramos generales pero también tenían un sector donde existía el famoso despacho de bebidas, luego esto se fue separando y da lugar al boliche. Un sitio exclusivamente para hombres, para sentarse o “acodarse”, porque se apoyaban con el codo en el mostrador.
Con el tiempo esto llega a lo urbano, y son las famosas confiterías, más finas, donde se compran confites –de allí su nombre–, y son para las señoras durante el día casa de te y por la tarde noche los cafés.
Pero no es de gastronomía nuestro viaje sino que quería ilustrar y dar un panorama introductorio.
Hay un lugar que es común a todas las personas: los atrios. Son los lugares espaciosos que separan a partir del fanus, las columnas, el templo, de lo pro-fanus (profano), por eso la columnata que separaba el lugar de lo sagrado, de lo profano, el mundo, el resto de la ciudad. A todo ese espacio que va desde las columnatas hasta las veredas y la calle se lo llama el atrio. Algo muy conocido, y tan famoso que llegó hasta las tarjetas de participación (en el atrio los esperamos, los novios saludarán en el atrio… etcétera).
Había atrios muy famosos en la época de la Colonia, a la cual nos queremos referir.
Los atrios eran lugares muy especiales y muy visitados por varones. En 1810 eran los atrios del centro: Santo Domingo, San Francisco y La Merced, iglesias que estaban muy cercanas a la Plaza de Mayo, junto con la Catedral y un poco más alejado el atrio de San Pedro Telmo.
Estos espacios públicos eran lugares de sociabilización, donde se charlaba y acomodaban algunas cosas. Si se pensaba en algo en contra de la Corona, por ejemplo, no era bien visto reunirse en casas de familia para no despertar sospechas, y no estaba bien visto que caballeros de buen nombre de la sociedad estén acodados en una casa de café o en un boliche a la hora de trabajo. Entonces este era un lugar inocuo para conversar y que nadie sospechara de nada. De allí que los atrios hayan sigo testigos silentes de todas las revoluciones y levantamientos que se han dado en nuestra Patria. Y los atrios de 1810 no han sido ajenos a este acontecimiento.
Así, los atrios de Santo Domingo, de la Catedral, de San Francisco o San Telmo han sido testigos, como el de La Merced, no solamente de los bullicios de los estudiantes o de los noviazgos a hurtadillas de las jovencitas que antes de dar la vuelta al perro por la plaza pasaban primero por la Iglesia, o de los varones en el atrio conversando y poniéndose al día. Hay que recordar que no existían la televisión, la radio ni otros medios de comunicación, y los diarios llegaban como periódico cuando algún barco los traía.
El atrio era el lugar de sociabilización y allí se iba entramando el destino de la Patria.
Cuántas cosas habrán pasado en esos atrios, cuántas conversaciones, cuántos encargos, cuántas misivas, cuántos mensajes y cuánto ponerse de acuerdo para que en el Cabildo Abierto se votara tal o cual cosa. Y allí se había dispuesto que los jóvenes French y Berutti, para dajar pasar a modo de contraseña, repartieran los colorees de la Inmaculada, a modo de piedad y subordinación a la Corona (el celeste y el blanco es el color de los Borbones), y dejaran pasar al Cabildo Abierto sin saber que detrás de esa escarapela había un corazón que iba a votar otra cosa.
Esas curiosidades de la historia, que nos van adentrando en esta Semana de Mayo al primer grito de libertad del 25 de mayo. También en esto la Iglesia desde la puerta va acompañando.
Los atrios de la Patria, los atrios del 25 de mayo, los atrios de la libertad.
También en nuestra vida, seguramente, hubo algún que otro atrio que nos habrá hecho de alguna amistad que hoy dura, y cuántos noviazgos, futuras familias, se han ido elucubrando en esos atrios, a la salida, a la pasada o a la entrada de una misa.
La Virgen Santísima de Luján, testigo de estos tiempos, desde algunos kilómetros a la distancia de la metrópoli miraba. Desde 1630 esta aquí y esto acontece en 1810. También ella tenía su atrio donde el Negro Manuel caminaba y la cuidaba.
Que los atrios de la Patria nos vayan adentrando a lo que es el 25.