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Mercedina llegó a sus 56 años al avión de los uruguayos en la cordillera y una cumbre lleva su nombre

Se preparaba para la travesía, pero le descubrieron cáncer de útero. La operaron de urgencia y encaró el tratamiento. Su objetivo se alejaba y su cuerpo se deterioraba, pero con fuerza de voluntad pudo llegar en equipo este mes al sitio, tras largos días de caminata.

Alejandra sale de su casa rumbo a la expedición en la montaña

Desde este verano hay una cumbre en la Cordillera de los Andes con el nombre de una mercedina. Aunque esto de por sí es una gran noticia, lo más impactante es la historia que la acompaña, que es una lucha contra el cáncer y la búsqueda de concretar objetivos, pensando que siempre es posible superar los escollos que se presenten. La mercedina Alejandra Chiminelli logró en este mes de enero llegar en expedición a los restos del avión de los rugbiers uruguayos accidentados en octubre de 1972, cuando a la tragedia sobrevivieron 72 días solo 16 personas sobre 40 que iban en el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya.

La experiencia de vida de Alejandra Chiminelli, en tanto, despierta esperanza y fuerza en las personas que padecen o tienen familiares con cáncer. Ella lo padeció, pero está convencida de que en la vida, las situaciones vividas “nos hacen portadores de sentido para uno mismo y para los otros”: “Transitamos estos caminos difíciles para aprender y ponernos a prueba sobre la resiliencia y la capacidad de superar los obstáculos con la intención de fortalecer el motor interno que nos hace sortear el vaivén del terreno, avanzar aunque cueste esfuerzo y saber que lo importante es el “andar” no tanto como la llegada”, dice.

Alejandra Chiminelli tiene 56 años, nació en Mercedes pero desde hace 7 años está viviendo en Capital Federal. Es Profesora de Educación Física, apasionada por el deporte y en especial de todas las actividades en la montaña. Está convencida de que es su “lugar en el mundo” y que en ese espacio la grandeza del Universo se expresa y la completa.

Es escaladora de roca natural. En la palestra del CENARD fue el primer curso de montañas cuando llegó a Capital. Se sentía libre y despertando su pasión

“Desde que la vida me trajo a Capital empecé a cumplir mi sueño de acercarme y aprender a disfrutar de las Montañas, presentándose desafíos que a los 49 años podía superar. Es raro de transmitir, pero siempre sentí que mi edad cronológica se encontraba desfasada de mi cuerpo, de mi mente y en especial de mi corazón. El impulso por superar desafíos para algunos de mi entorno familiar y de amigos resultaba extraño, que una mujer a mi edad prefiriera irse de vacaciones a la montaña a hacer alguna actividad antes que a reposar bajo una sombrilla”, recuerda y dice que en esos momentos podía cumplir los desafíos, y en paralelo iba creciendo en ella una fuerza de que todo lo podía que alimentaba su motor de pulsión de vida.

Su gran desafío era hacer el ascenso a la Cordillera en donde cayó el Avión de los deportistas de Uruguay. “Siempre fue un sueño a cumplir, impulsada por una identificación de la historia de ese grupo de héroes que dejaron un legado importante para el resto de la humanidad simplificado en coraje, fortaleza y espíritu de equipo. Siendo deportista, mi vínculo con ellos era aún mayor y anhelaba llegar hasta el lugar en donde una cruz sintetiza el reconocimiento al valor y a la entereza integra”, dice.


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Fue así que en el año 2016 empezó a prepararse para el ascenso. Se sumó a un grupo de capacitación de montaña que formaba equipos de expedición al “Avión de los Uruguayos”, como se denomina la travesía entre la gente que hace actividad de montaña.

Nada fue fácil. Todo era esfuerzo tanto personal, laboral como económico para poder cumplir esa meta. “Sentía, soñaba, respiraba desde mi interior una voz que me decía que tenía que intentar llegar hasta donde ellos llegaron, era un reconocimiento al “sí se puede”. La expedición partía los primeros días de enero de 2017, mis expectativas iban en aumento y hacía que mi deseo se mezclara con incertidumbre ¿podré lograr llegar? ¿podré sortear las dificultades del trayecto?. Pero la vida, iba a sorprenderme y a ponerme en otro lugar”, explica.

Pero en diciembre del año 2016 a Alejandra le detectan un cáncer de útero grado 2 combinado con grado 3. El pronóstico no era favorable. Había que operar sí o sí urgente y empezar todo el tratamiento. “La palabra cáncer es un factor que trastoca internamente todos los sentidos, que nos pone en una situación de vulneración tal que uno siente que los caminos se van estrechando cada vez mas, haciendo que las salidas sean escasas. Por ello mi vida continúo entre operación total, quimioterapia, rayos y braquiterapia. Sumado a desequilibrio emocional tan severo que en momentos los lazos con las ansias de vivir se iban diluyendo. El cáncer se presenta como una tormenta que te atraviesa en tu totalidad, y en mi caso me había levantado y revuelto en 180 grados toda mi vida, todos mis sueños, todos mis deseos”, explica.

En febrero de 2018, luego del tratamiento. Perdió el cabello, cejas, pestañas y la totalidad de los folículos pilosos y el resto del pelo del cuerpo, le quedó una dificultad para caminar en la cadera y los huesos de las piernas, trastornos en vejiga, intestinos, estómago, hígado y rinones que fueron paulatinamente mejorando.

En tanto, su proyecto tan esperado, tan anhelado, se iba diluyendo en paralelo con su cuerpo. “El tratamiento me empezó a desconectar de mis montañas y de mi deseado viaje al Avión de los Uruguayos. Pero un día recordé una frase de un Profesor de la expedición que me dijo que “las montañas siempre van a estar allí, recupérate y salí a buscarlas”. Esa frase despertó el motorcito interno que empezó a mover el engranaje del deseo del “sí puedo”. Había cosas que no sabía, por ejemplo cómo iba a responder mi cuerpo a la invasión de la quimio, los rayos en las articulaciones, los músculos, los órganos… Pero lo que sí sabía era que el cáncer y el tratamiento no habían cercenado mi deseo profundo de cumplir mi sueño y reencontrarme con mis amadas montañas y con esa expedición en especial”, sostiene.

Alejandra pensaba en ese equipo de Rugby, en los que se quedaron en esas altas cumbres, en los que sobrevivieron y entonces se preguntaba si ellos pudieron, porque ella no podría.

En julio del 2018, ya empoderada de vida nuevamente, decidió comenzar a mover su cuerpo y conectarse otra vez con el caminar, primeramente soportando el dolor en su cadera y piernas, a trotar nuevamente distancias cortas, a fortalecer los músculos debilitados.

Duro fue el camino, mucho esfuerzo sostenido por una fuerza interna que iba creciendo. La tarea no fue sencilla porque el mayor impedimento fue superar el miedo, vivir sin miedo a “que te vuelva esa enfermedad”, tal cual cuenta, “a que no puedas volver a hacer lo que soñabas, lo que hacía que vibraran tus emociones y tus deseos”, a sentirse viva nuevamente.

Fue así que durante 6 meses, con 55 años empezó a poner a esa Ale empoderada “en acción” hasta que volvió a sumarse en la misma Escuela de Montaña con la intención de estar en la expedición al “Avión de los Uruguayos” de enero de 2019.

“Finalmente pude hacer la expedición tan soñada. Milagrosamente, puedo asegurar que el cuerpo se puso en sintonía con mi mente y mi corazón y se sumaron en una complementariedad de fuerza y pasión. En cada etapa del ascenso me asombraba como podía ir superando los desafíos. Como si no hubiese jamás existido en mí ni la enfermedad ni el tratamiento, ni el deseo de rendirme… Sólo sentía como mi motorcito interno me impulsaba y se iba fortaleciendo cada día”, explica.

Reunión de expedicionarios previa al ascenso

“El día que iniciamos el ascenso a los restos del Avión, el clima no nos acompañó, vientos de 80 km por hora, nevisca, glaciares a sortear, pendientes con declives muy pronunciados no impidieron que declinara mi deseo de llegar. Sentía, aunque suene extraño, el acompañamiento de cada uno de los integrantes de ese equipo de la tragedia impulsándome hacia adelante. El momento de cumbre fue emocionante, porque verdaderamente es un espacio mágico que hace que cada uno de nosotros nos sumemos al reconocimiento de estos héroes. Yo también, cuando llegué, me sentí que era parte de ellos… Héroes de la vida… yo también era una heroína de la vida”, cuenta con emoción.

“El recorrido de mi vida los últimos dos años se me vinieron a la mente y me produjeron una sensación de empoderamiento. Me pensé cómo estaba dos años atrás física y mentalmente y cómo había podido superar todos esos escollos que la vida me había presentado para sentirme héroe de mi propia vida”, agrega.

Cuando sus compañeros ya en el campamento se enteraron de su experiencia vivida, mas allá del reconocimiento, Alejandra les dejó como mensaje que la fuerza interna hace todo posible. “Estas experiencias son las que te hacen descubrirte internamente lo tan fuerte que uno es y lo desconoce, la capacidad de la creencia en Dios o en la divinidad que cada uno profese, y en especial en reconocer que cuando se presentan estas situaciones es porque algo hay que aprender para uno mismo y para que sirva para los otros…”, cuenta.

La cumbre con su nombre

La cumbre “Alechi”
Al otro día como expedición deseosa de descubrir nuevas cumbres se intentó el ascenso a una cercana al campamento base y se logró. Esa cumbre nunca había sido ascendida por ningún hombre y la expedición lo hizo posible.

Al regreso, y como es tradición la expedición debía colocarle un nombre. “Mis compañeros y el staff de los organizadores votaron llamarla “ALECHI” en homenaje a mi testimonio de vida. Así que, en la cartografía figurará en algún momento el nombre de esta pre-cumbre de 3450 m.s.n.m  en la Provincia de Mendoza que lleva mi nombre. Yo no lo considero un homenaje personal. Lo considero una “cumbre de la vida” que puede impulsar a otros que padecen o padecieron cáncer a que todo es posible de sortear si se alimenta ese motorcito interno de la pulsión de superación del “sí, se puede”, completa María Alejandra Chiminelli y ahora, cuenta, tiene otro desafío en mente para el 2020: escalar el Aconcagua.

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