Inicio Ambiente Efectos del consumo: los costos del “progreso”

Efectos del consumo: los costos del “progreso”

Imagen ilustrativa de https://www.ecoportal.net

Este trabajo tiene la función de producir un acercamiento y tratar de desentrañar y explicar uno de los problemas más complejos que preocupa a las sociedades del siglo XXI, por el cual tanto se declama y se polemiza en los últimos tiempos, sin por ello encontrar hasta ahora soluciones concretas al tema del deterioro del medio ambiente y los efectos del consumo.

Las formas de producir y consumir del sistema capitalista fundadas en los principios de productividad, eficiencia y la preponderancia del mercado como rector de la actividad humana, ha producido grandes desequilibrios que deberán ser atendidos con premura para evitar problemas que pueden tornarse irreversibles, los que se agravan por la inacción, por el paso del tiempo y que pueden terminar poniendo en riesgo las condiciones de vida de las futuras generaciones.

Estas formas de reproducción de la vida material de las sociedades actuales, ha traído como resultado el consumo exacerbado de bienes y servicios, que está muy por encima de la satisfacción de necesidades, sino que se consume esencialmente para el logro de la satisfacción personal a través del consumo asociado a la satisfacción de deseos y el afianzamiento de las pertenencias sociales.

Si consideramos que el consumo es un proceso económico asociado a la satisfacción de las necesidades de los individuos, se puede decir también que las denominadas sociedades de consumo asumen el acto de comprar bienes y servicios compulsivamente, en el que la acción de comprar se convierte en un acto abusivo, por la adquisición de productos superfluos que responden esencialmente a sentimientos de ansiedad que a necesidades concretas.

En la actualidad el marketing ha desarrollado técnicas de ventas y publicidad que apuntan a determinadas audiencias, a las cuales se les ha estudiado minuciosamente sobre sus usos, costumbres y estilos de vida, con el fin de instalar en el mercado determinados productos, para lo cual no se escatiman grandes erogaciones que deberán redituar a sus inversores en el menor lapso de tiempo posible.

De esa manera, es posible encontrar que la instalación de determinado producto en el mercado no responde a una necesidad real o primaria, sino que el verdadero sentido del esfuerzo realizado obedece a la consecución del objetivo preconcebido consistente en vender y de esta manera lograr un eficiente ciclo productivo del negocio.

Esta forma de enfrentar la reproducción material de las sociedades actuales ha producido un alto grado de desarrollo y confort que es imposible de desconocer. Pero también se debe tener en cuenta que para alcanzar este nivel de desarrollo ha habido que operar sobre la naturaleza en forma desmesurada al punto de producir un elevado desequilibrio en los ecosistemas que ha terminado generando alteraciones climáticas, de los rendimientos en los suelos, contaminación atmosférica y del agua.

El proceso de industrialización ha provocado, desde hace ya más de tres siglos, grandes transformaciones sociales, culturales y económicas. La incorporación de la máquina y la automatización en los procesos fabriles trajo como consecuencia cambios radicales en todos los ámbitos de la vida.

La invención de la máquina y su aplicación a los procesos de producción trajo como consecuencia nuevas formas de trabajar y por consiguiente una profunda revolución en las relaciones laborales. La eficiencia en la productividad a través del proceso de mecanización hizo necesarias también nuevas formas de comercialización, transporte y una fuerte demanda energética en espiral creciente que llega hasta nuestros días.

Otro de los factores desencadenantes de la vorágine que nos ha traído hasta aquí es la  tecnología. El desarrollo tecnológico ha invadido toda la actividad de la especie humana, desde lo más mínimo a lo más importante, entró sin golpear y ha venido para quedarse conformando una nueva manera de estar en el mundo.

Los descubrimientos científicos y tecnológicos aplicados al sistema productivo y de distribución de bienes aparecen operando con sus propias reglas, revolucionando el  orden natural de las cosas y convirtiendo a los hombres en meros objetos, sobre los que hace recaer todas sus acciones por fuera de cualquier consideración ética.

Bajo estas formas el mercado ha adquirido una preeminencia tal que se manifiesta en innumerables objetos que pueblan sus escaparates y como si eso no fuera suficiente, también es posible adquirir desde abstracciones como espacios virtuales hasta sitios en la Luna, relegando valores como la solidaridad y la fraternidad casi a la desaparición.

Héctor Jorge Bibiloni (en “Derecho al Ambiente, Una Falacia”. Ambiente sustentable II. 2010. Pag. 42) dice que: “Este dantesco escenario ha resultado un terreno sumamente fértil para el crecimiento desmesurado de un intenso y desmesurado intercambio, en el que se negocian y permutan los bienes más variados, inéditos en insólitos. Hoy todos los objetos imaginables son “cosas que están en el comercio”, como los cerdos de pelo verde fosforescentes que inventaron en China para verlos de noche”. Pero además están en el mercado otras cosas que ni siquiera son objetos, como las ideas, los proyectos, los vientres, las imágenes, las comunicaciones, el semen, las ondas electromagnéticas, la información, el placer y el dolor, los tratamientos médicos, los órganos humanos, la sangre y el espacio virtual, entre otros. En el mercado de hoy se compra y se vende hasta lo ni siquiera se sabe que es, o qué será, o si alguna vez será, como los clones, los organismos genéticamente modificados o recombinados, los embriones humanos crio conservados, los puros o genéticamente alterados, la vida, la muerte y el viaje a la Luna”.  

Muy por el contrario de lo que se hace actualmente respecto de nuestras formas de consumir, están apareciendo, cada vez con más énfasis, organizaciones de consumidores que promueven un consumo responsable, ético y solidario, que consiste esencialmente en consumir con criterios responsables, teniendo primordialmente una consideración criteriosa sobre lo que se compra y los efectos medioambientales y sociales que desencadena lo que se consume.

Desde hace ya algún tiempo han empezado a aparecer nuevas terminologías para denominar nuevos conceptos y criterios de acción que se hacen necesarios para repensar formas que ayuden a mitigar los efectos de estas formas de consumo: Consumo Sostenible y Desarrollo Sostenible.

En el Simposio de Oslo en 1994, se definió al Consumo Sostenible como “el uso de bienes y servicios que responden a necesidades básicas y proporcionan una mejor calidad de vida, al mismo tiempo que minimizan el uso de recursos naturales, materiales tóxicos, emisiones de desperdicios y contaminantes sobre el ciclo de vida, de tal manera que no se ponen en riesgo las necesidades de futuras generaciones”

El concepto de Desarrollo Sostenible se realzó en la Cumbre de la Tierra, organizada por las Naciones Unidas, en Río de Janeiro en 1992; que refiere al desarrollo y también al Consumo Sostenible: “Para lograr un desarrollo sostenible y una mejor calidad de vida para sus pueblos, los Estados deberán reducir y eliminar los patrones insostenibles de producción y consumo y promover políticas demográficas apropiadas”.  Y al Consumo Sostenible lo define como “Desarrollo que cubre las necesidades del presente sin comprometer la posibilidad de las futuras generaciones para satisfacer las suyas”.

Tal como fue planteada la problemática del desarrollo y el consumo sostenible en la cumbre de Río de Janeiro, los Estados nacionales son los llamados a tutelar las cuestiones ambientales en cada país en interrelación con otros Estados, teniendo presente que toda forma de desarrollo debe tener presente la sustentabilidad de las generaciones futuras a través de la protección del medio ambiente. Respecto de la responsabilidad ambiental se consignó que en la degradación del medio ambiental los países desarrollados han tenido una mayor participación a través de que una buena parte de sus actividades productivas las desarrollan fuera de sus fronteras, por lo que se reconoció que existen responsabilidades comunes, pero diferenciadas, en consideración a que las sociedades en los países desarrollados presionan sobre el medio ambiente en todo el planeta a través de la aplicación de grandes flujos de capital y de tecnologías muy eficientes para lograr una elevada productividad, pero a su vez, altamente perjudiciales para el medio. Por lo tanto deben ser tributarios de una mayor responsabilidad.