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Trabajadores esenciales pero descartables

Por Sergio Resquín

Han pasado más de dos meses. La cuarentena sigue su ditirámbico derrotero. Las noticias se amontonan, como las cifras de infectados, muertos, camas, camas de terapia intensiva. Pero ya han pasado más de dos meses. Mientras cada quien trata de sobrevivir al contexto lo mejor posible.

Ya han pasado más de dos meses desde que un dos de junio, en la trágica ruta 5 volviendo de Suipacha dos trabajadores «esenciales» perdieran la vida. En el fárrago de noticias, sus obituarios quedaron lejos.

Los nombres de Atilio Centeno y Ángel Francisco González Cervantes ya son un recuerdo para unos pocos. Dos trabajadores que murieron en el acto en uno de los casi habituales siniestros viales de la Ruta 5. Podría ser solo eso: dos nombres que solo unos pocos recuerden al ser leídos aquí. Pero a veces se puede intentar rascar un poco la realidad que se nos presenta como «natural» y problematizar un hecho. Hacer que ese hecho que parece no llamar la atención de nadie nos cuestione y derrame un manojo de preguntas.

¿Se puede intentar pensar la muerte de dos trabajadores esenciales como algo evitable? ¿Por qué el tramo donde Centeno y González perdieron la vida registra semejante tasa de siniestros viales? ¿Por qué estos trabajadores esenciales murieron en la ruta nacional 5? ¿Porque eran esenciales? ¿Fue un accidente? ¿Qué dirá la causa judicial?

El dato frío y objetivo, casi grotesco, es que a los tres días a trescientos metros del lugar donde el furgón donde volvían los peones, otro vehículo volcó.

La ruta nacional 5 es la que conecta un intenso tránsito de todo tipo de vehículos, muchos de ellos pesados con Suipacha, Chivilcoy, Bragado. La misma cuyos concesionarios siguen cobrando su «esencial» peaje en Olivera hace tantos años. Los mismos u otros concesionarios que demoraron casi dos décadas para terminar el tramo Luján – Mercedes. Los mismos u otros concesionarios que debieron transformar ya hace demasiado tiempo la ruta nacional 5 en una autovía rumbo a Santa Rosa (La Pampa).

Pero la ruta nacional 5 sigue siendo la vieja cinta asfáltica de hace 30 ó 40 años. La misma donde los vehículos se cruzan a escasos centímetros o donde cada sobrepaso es una aventura.

Trabajadores de riesgo
Atilio Centeno y José González eran junto a tres trabajadores más los tripulantes de un vehículo, que a las 18.20 de ese día 2 de junio fue a impactarse contra un camión que circulaba por el carril opuesto. La jornada había comenzado a las 4.30, con un viaje al Mercado Central con un camión con acoplado. Llegar, cargar, volver y descargar la fruta y hortalizas, en algo así como un centro concentrador en las afueras de Mercedes. Y vuelta a cargarlas en los vehículos de los verduleros de Mercedes. Luego a Suipacha y vuelta a descargar y cargar cajones, para abastecer a la vecina ciudad. En esta tónica transcurrió el 2 de junio, seguramente alguien de sus compañeros recordará cuántas veces Centeno y González anduvieron por la Ruta 5. Mercedes -Suipacha, Suipacha – Mercedes, Mercedes – Suipacha y rumbo nuevamente a la base y ahí en el km 116.500 los sorprendió lo que era obvio que podía pasar.

Precarizados o «en negro», trabajando «a destajo» por un magro jornal. En riesgo de que en cualquier momento sucediera lo que finalmente sucedió, en esa ruta donde conducir a menos de treinta centímetros del carril contrario requiere la concentración de un piloto de F1…

Centeno conducía. ¿Pero cuántas horas llevaban todos en aquel jornal interminable? ¿Estaba Atilio en condiciones de conducir por la ruta 5? Tras catorce horas de su actividad de trabajadores “esenciales”, por un jornal de 1000 $, estos trabajadores justamente lo eran para que aquí y allá las verdulerías pudieran ofrecer los frutos de la tierra.

¿Qué dirá la causa judicial? ¿Se habrá tenido en cuenta la condición de trabajadores precarios de los fallecidos y de los sobrevivientes? ¿Habrá sobrevivido el camionero? ¿Alguien habrá ido de manera urgente a contratar una ART? Precarizados o «en negro», trabajando «a destajo» por un magro jornal. En riesgo de que en cualquier momento sucediera lo que finalmente sucedió, en esa ruta donde conducir a menos de treinta centímetros del carril contrario requiere la concentración de un piloto de F1…

Los virus matan, pero la flexibilización laboral también.

Las historias de Atilio Centeno y de José González son disimiles. El primero un vecino desde siempre de la calle 47, hijo de un trabajador gráfico que ya jubilado solía completar su magro ingreso vendiendo rifas en la puerta del banco Provincia, fallecido hace unos años. Atilio Centeno tenía 53 años, varios hijos y una jovialidad como la de su padre, aquel linotipista del diario El Orden y de El Nuevo Cronista.

La necesidad de “vender” esa única mercancía que posee un trabajador (su fuerza de trabajo) aunque sea a precio miserable, los juntó a ambos en la parte delantera del furgón en el que volvían a Mercedes. Eran trabajadores “esenciales”, pero no imprescindibles, seguramente ya han sido reemplazados por otros

Por el contrario, Ángel Francisco González Cervantes, de 32 años, era un inmigrante que había llegado a la Argentina desde Venezuela, buscando mejores condiciones para sus tres hijos y su esposa. Aunque super explotado, es bien recordado por los verduleros locales «como un trabajador amable y siempre bien dispuesto» con los comerciantes mercedinos que llegaban al centro de distribución.

La necesidad de “vender” esa única mercancía que posee un trabajador (su fuerza de trabajo) aunque sea a precio miserable, los juntó a ambos en la parte delantera del furgón en el que volvían a Mercedes. Eran trabajadores “esenciales”, pero no imprescindibles, seguramente ya han sido reemplazados por otros que como ellos se ven obligados a «aceptar» estas reglas de juego. Incluso, como prueba de que el negocio debe continuar, uno de los tres sobrevivientes de aquel choque frontal con un Scania ya volvió a cargar, descargar y cargar las frutas y hortalizas que comemos. ¿Cuál será el estado de salud y rehabilitación de los dos trabajadores restantes?

Ya pasaron más de dos meses desde aquel dos de junio. La pandemia continua, se habla de las 162 vacunas que se experimentan en el mundo, las noticias con que atiborran la cabeza de la población se siguen sumando, vuelve el fútbol y todavía se discuten cifras de muertos, infectados y camas de terapia intensiva.

Pero la vida de Atilio Centeno y Ángel González, quedó en aquel km 116.500. Ya muy pocos recordaran sus nombres que alguna vez vieron en un semanario, donde no se aclaraba en qué condiciones a ambos se les fue la vida. Pero «es así, la vida de un obrero es así». La muerte también.


Sergio Resquín es docente, ex candidato a intendente del Partido Obrero en el Frente de Izquierda y de los Trabajadores