Desde siempre el hombre ha deseado perpetuarse, como veníamos charlando y escribiendo estos días pasados.
En la antigüedad se decía –adelante de algún documento importante civil, real, incluso eclesiástico– ad perpetuam rei memoriam (para perpetuo recuerdo) porque el hombre siempre desea pasar no como una estela en la mar, según canta Serrat, sino dejando huella, marcando su presencia, marcando aquí estuve, aquí estuvimos.
No en vano una de las primeras cosas que hace el hombre cuando llega a la Luna es colocar la bandera del país que llega primero, la primera misión. Todos recordaremos esas imágenes, así como también recordaremos esas primeras pisadas, una de ellas traída con tanta devoción del suelo lunar y aquella frase un pequeño paso para el hombre un gran paso para la humanidad.
El dejar huella, el pasar, el trascender, es propio del ser humano. Y deseamos hacerlo fundamentalmente entre nosotros, entre nuestros conocidos, en nuestras familias. Cuántas cosas hacemos –pongase a pensar– y las hacemos porque así se hacía en casa desde siempre. Desde poner o disponer los platos en la mesa, hasta tender una cama, secar unos platos, siempre se hace de esa manera porque así lo hacemos en casa. Esa es la trascendencia, tiene que ver con la tradición, el trascender, el pasar, el pasarle la posta a otra persona.
Nuestra vida está señalizada, valga la redundancia, con señales que vamos dejando de nuestro paso. Y alguien dice que solamente desaparecemos cuando nadie nos recuerda, o desaparecemos cuando no dejamos huella.
Quiera Dios que nuestro andar, que nuestro pasar, sea para memoria buena de quienes nos han conocido, de nuestros familiares, de nuestros amigos y también de nuestra sociedad.
Que la Virgen Santísima de Luján lo bendiga.