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La ética de la irresponsabilidad

Por Mauricio Battafarano. La palabra ética tiene un origen griego y significa costumbres, modos de ser. De manera sencilla podemos decir que es la ciencia que se encarga de reflexionar acerca de lo que es bueno y de lo que es correcto.

El sociólogo alemán Max Weber distinguió en la actividad política dos tipos de éticas a las que denominó: la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad.

En la ética de la convicción, el político se guía por principios morales que no resigna en ninguna circunstancia. Cuando opera según la ética de la responsabilidad, el político evalúa las consecuencias posibles de sus decisiones, los efectos que tendrán sobre la vida, patrimonio, bienestar de los ciudadanos, más allá de sus  creencias personales. Si bien no se puede prescindir de los principios o convicciones,  Weber afirmaba que es la ética de la responsabilidad la que corresponde en primer lugar al político.

Lo que este eminente estudioso no pudo prever es que en el siglo XXI, un grupo político, el Kirchnerismo, de un país sudamericano, La Argentina, desarrollaría un nuevo tipo de conducta ética en política: la ética de la irresponsabilidad.

Luego de una aplastante derrota electoral producto de la desilusión, el desencanto, la corrupción y de una pésima gestión económica maximizadora de la pobreza y la indigencia, el oficialismo se zambulló en una patética lucha palaciega por el poder sin importarle en lo más mínimo la repercusión pública que esto pudiera tener

Dicen que los fracasos sacan lo mejor o exponen con crudeza lo peor de quien sufre ese fracaso. Luego de una aplastante derrota electoral producto de la desilusión, el desencanto, la corrupción y de una pésima gestión económica maximizadora de la pobreza y la indigencia, el oficialismo se zambulló en una patética lucha palaciega por el poder sin importarle en lo más mínimo la repercusión pública que esto pudiera tener, agregando escandalosamente más angustia a una agenda de por sí angustiante. Nunca se expuso de un modo tan evidente este modo de ser irresponsable, desaprensivo con la ciudadanía, egoísta, donde lo importante es el poder y el poder es en función de la impunidad, único objetivo buscado por la vicepresidenta.

Para ello vale todo: menospreciar al votante creyendo con ceguera que el problema es que la medicina aplicada se quedó corta (deberían recordar a Einstein que dijo:» locura es hacer siempre lo mismo y esperar resultados diferentes«), atropellar la institucionalidad  socavando la investidura presidencial, hacer un quite de colaboración casi escolar con una renuncia masiva del gabinete.

¿Quién va a invertir en la Argentina, de qué manera vamos a recuperar un producto bruto acorde a nuestros potenciales recursos, como evitar el éxodo de empresas, emprendedores y jóvenes si quienes nos gobiernan solo piensan en sus mezquinos intereses?.

Indudablemente la única manera de escapar de este laberinto perverso, articulado meticulosamente a base de clientelismo y empobrecimiento masivo,  es fortaleciendo el cambio, limitando las posibilidades legislativas de quienes avergüenzan la República, sosteniendo la institucionalidad para que en un marco democrático se resuelvan las diferencias y se alumbre en 2023 un nuevo gobierno, reforzando  la memoria colectiva para no olvidar que quienes se beneficiaron por un ingreso extraordinario de la soja, prefirieron construir un modelo de poder hegemónico antes que estimular un desarrollo genuino. Son los mismos que hoy se aferran de un modo vulgar, irresponsable a ese poder que consideran propio y no transitoriamente delegado por el pueblo.

Este es un momento para velar por la democracia que tanto nos costó recuperar, para entender que sin instituciones fuertes no hay futuro y que éste no puede quedar en manos de algún iluminado/a  sino de un sistema republicano que ordene la vida cotidiana y limite cualquier delirio pseudomonárquico.

Que así sea



Mauricio Battafarano es doctor en Medicina, Psiquiatra, Psicoterapeuta y Profesor Universitario.