Todos y cada uno de nosotros tenemos lo que podemos llamar «el defecto dominante». Es el más obvio, es aquel que me cuesta corregir, me cuesta erradicar y que basta que comencemos a hacer el examen de conciencia y salta solito.
Aparece solo y es una suerte de pavonearse delante de nosotros mismos, como diciéndonos «viste, acá estoy, conmigo no podés».
El santo tiempo de la Cuaresma es para no solamente ir a la mesa de saldos, como hablábamos ayer, si no también para hacer el propósito de erradicar de la vida el defecto dominante.
Decía mi abuelo Juan Carlos «cada uno sabe dónde le aprieta el zapato» y es así cada uno de nosotros sabe por donde pasa nuestro defecto dominante. No es necesario ni siquiera ponerse a pensar, sale solito, lo tenemos ahí presente, lo tenemos latente, lo tenemos constantemente frente a nosotros mismos.
Ese mal carácter, ese juicio apresurado, ese pensar mal continuamente, la desconfianza o por el contrario la excesiva confianza, el confundir prudencia con oquedad de ánimo o pusilanimidad. En diversas actitudes que tienen que ver con nuestra vida espiritual, con nuestra vida interior.
Pablo VI decía que toda nuestra vida puede ser hecha oración, pero que esta no existe si en verdad no existe un momento de oración en nuestra vida. Es cierto, por lo mismo, que toda nuestra vida puede ser un continuo examen de conciencia, pero éste no existe si realmente no nos frenamos, no nos serenamos, no calmamos nuestro ánimo, nuestra alma y miramos con atención para que salga frente de nosotros ese defecto dominante. Y, pidiendo la ayuda de Dios, realmente erradicarlo.
Que esta próxima Semana Mayor, próxima a la Semana Santa, a la que nos vamos acercando, sirva para un buen examen de conciencia, una buena confesión y sacar también de nosotros no solamente la mesa de saldos sino el más obvio, con la ayuda de Dios.
Que la Virgen Santísima de Luján te bendiga.