Tenemos una capacidad de amor infinito, que solo un infinito puede colmar. Este infinito nuestro se llama Dios.
Desde nuestro nacimiento a la vida natural y luego a la vida sobrenatural, a partir del Bautismo, tenemos una necesidad de plenitud. Una necesidad de ser completos, de complementarnos. Nos vamos complementando a lo largo de nuestra vida con los afectos que nos rodean: padres, familiares, amigos, esposos o esposas, vocaciones, el lugar de nuestro trabajo… Pero esto nos va plenificando de modo parcial, porque siempre por algún lugar “hacemos agua”, nos queda un espacio vacío y volvemos a tener el corazón como un queso gruyere, con agujeros.
Estamos llamados a ser plenos, ser colmados y ser llenados. Ayer hablábamos de San Isidro Labrador, que en su lugar de trabajo alcanzó la santidad y ese es un ejemplo.
Es que como enseñara San Agustín nos hiciste Señor para vos y nuestra alma no va a descansar hasta que en vos descanse. Vamos a descansar en total plenitud a la saciedad que tenemos cuando descansemos en Dios.
Esto es un camino de todos los días y todos estamos llamados a esta plenitud, desde nuestro nacimiento a la vida natural y nuestro nacimiento a la vida sobrenatural. Estamos hechos para las cosas grandes, como las águilas, para volar en lo alto, no para ser rastreros.
Quiera la Virgen Santísima de Luján recordarnos esto y que aspiremos a cosas grandes.