Las advertencias -que en muchos caos no son más que recordatorios-, no son sino muestras de afecto. Suena mucho más dura en nuestro idioma español, que es muy preciso, una advertencia. Habla de admonición, una suerte de enojo o encono por parte de quien lo dice. Mientras que la recordación y el recordatorio son palabras que vienen llenas de otro bagaje literario, y no son solamente auditiva sino afectivamente distintas.
Estos días previos a la Ascensión y a la Fiesta de Pentecostés son una suerte de viaje, una preparación para un viaje. Es como que Jesús va emprender un viaje y de hecho lo hace. Jesús comienza a dar avisos, recomendaciones, recordatorios… no advertencias. Hay diferencias entre ellas. Les recuerdo tal cosa… Puede que acontezca esto, acuérdense esto…
Seguimos ubicados en el ámbito de la Ultima Cena, que se convierte en algo así como un cristianismo exprés. Es un curso rápido de cómo seguir a Cristo. El va recordando todo lo que a lo largo de tres años de vida pública ha ido diciendo. Y recuerda todo esto, para que cuando pase lo que tiene pasar no duden. No voy a estar pero no los voy a dejar solos, es necesario que me vaya. Lo vuelve a recordar par sostenerlo.
Y qué hermoso es contemplar las delicadezas que Dios tiene con nosotros. Jesús tiene la delicadeza de recordarnos continuamente su presencia.
Cada Iglesia es un mojón de que Dios está. Las ermitas en los cruces de camino, una cruz en un lugar, no solamente nos recuerdan que alguien ha muerto sino que nos habla de trascendencia. La cruz es una marca, la Iglesia es una huella… Es una delicadeza, una presencia, un indicio de que esto va a pasar y que estamos nosotros también en camino al encuentro final con El.
Que tengamos mirada de cielo para saber descubrir en las cosas de todos los días, cotidianas, las presencias de Dios.
Alguien dice que nos hemos embrutecido y hemos puesto demasiado cemento y demasiado asfalto entre Dios y nosotros.
Y nos hemos embrutecido tanto que hemos embrutecido las palabras. Y es posible que así sea.
Pues no nos embrutezcamos, sigámonos sorprendiendo y dejándonos sorprender por Dios que está y que nos ama.
Que la Virgen Santísima de Luján, a quien no debemos acostumbrarnos nunca, nos recuerde siempre que su hijo Jesús está siempre, es un amigo que nunca falla.