Muchas de las actividades y enseñanzas de Jesús pasaban desapercibidas para sus apóstoles. El daba señales, iba dejando huellas, de lo que acontecía o iba a acontecer. Su Pasión, su Muerte y su Gloriosa Resurrección era lo que acontecería.
Y estar con Jesús a diario era un aprendizaje cotidiano, no solamente lo que escuchaban sus discípulos de lo que El decía a la gente sino también lo que Jesús conversaba con ellos en momento de intimidad.
Haciendo un poco de “Evangelio ficción” me gusta imaginarme a Jesús sentado en el suelo y rodeado por sus discípulos, hablando y siguiendo algún tema que ha comenzado a decirle a la multitud. Pero en la intimidad queriendo profundizar con ellos algo más, explayando cosas tales como “el Hijo del Hombre será entregado en manos de los hombres”. Pero ellos no terminan de entender, están obnubilados en muchos aspectos de la enseñanza de Jesús. De allí que sea necesaria la transfiguración del Señor ante Pedro, Santiago y Juan, que vieron por adelantado la Gloria de Dios.
Muchas veces en nuestras vidas nos puede pasar esta obnubilación. No comprender la voluntad de Dios, lo que pasamos, lo que vivimos. No lo llegamos a comprender. Sabemos que las cosas que vienen de Dios vienen con paz, con serenidad, no exentas de lágrimas. Muchas veces nos puede pasar tener el sentido obnubilado, velado el entendimiento.
Corremos nosotros con la ventaja de conocer el final de la película: la Resurrección de Jesús, que El vence a la muerte y para siempre.
Que en momentos de oscuridad, cuando nos toque vivir la «noche oscura del alma», cuando no nos sintamos a gusto por la oración, o nos sintamos obnubilados, estemos acompañados por la Santísima Virgen que nos recuerda al triunfo de su hijo Jesús y eso nos involucra.