El Evangelio de hoy, miércoles 18, es una continuación del de ayer martes, literal, pues termina el de ayer en el versículo 17 y el de hoy es de Mateo capítulo 1 versículos 18 al 24, y así como ayer se intentaba mostrar el origen humano de Jesús, hoy el evangelista va a tener como objetivo mostrarnos el origen divino y virginal. Jesús es el verdadero Dios.
Y así como en el caso de María Santísima, Lucas y Juan nos cuentan la anunciación del Angel de que va a ser Madre, podríamos decir que es Mateo quien se ocupa de relatar el anuncio que tiene San José –casto esposo de la Virgen y carpintero de Nazaret– al que entre sueños el Angel le dice que la mujer que ha tomado como esposa va a ser Madre.
Dice el Evangelio que José se da cuenta de que su mujer está embarazada aun sin haber convivido con él, pero como es un hombre noble, de buena madera, no quería repudiarla públicamente teniendo el derecho de hacerlo –porque así lo asistía la Ley de Moisés– y prefiere abandonarla en secreto para no exponerla.
Nos imaginamos el amor y la devoción que tenía José por María, y este amor y devoción de verdadero varón es recompensado por Dios al regalarle un sueño en el cual un Angel le anuncia que no tema tomar a María por su esposa porque no le ha sido infiel sino que ha sido concebido por obra del Espíritu Santo. Y le dice «El salvará a su pueblo de todos los pecados. Todo esto va a suceder para que se cumpla lo que el Señor había anunciado a los profetas»
Y a José se le relata aquello de Isaías, en el capítulo 7 versículo 14: «La virgen concebirá, tendrá un niño y le pondrá por nombre Emmanuel».
El Evangelio termina diciendo: «Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado y llevó a María a su casa». No solamente se desposa virginalmente con María sino que la lleva a su gran amor, a su casa.
Que grande es la figura de San José para que Dios, nuestro Padre, le haya confiado estos grandes dos amores: la Virgen Santísima que había sido preservada desde su concepción para ser inmaculada, y el Hijo que iba a nacer.
Qué gran hombre, José, silente, que no habla, de los sueños, y que sigue la voluntad de Dios.
Que también nosotros, hombres y mujeres, sepamos seguir la voluntad de Dios.
Y que preparamos nuestro pesebre para que el Niño Dios nazca.