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Carta a Fernando Luna

Cuando llegué a Mercedes y bajé del 57 en la Terminal, tenía un papelito en el bolsillo de mi saco que decía “tomar un taxi y bajar en La Trocha”. Era rara la dirección; sinceramente creí que el taxista me miraría con cara rara y me preguntaría “¿adónde?”

Estaba equivocada, apenas me ubiqué en el auto y le di la indicación, el hombre con toda naturalidad emprendió el viaje. Al poco tiempo se detuvo y me dijo “es aquí”. Con un poco de asombro miré un edificio desteñido por el tiempo, no había duda que estaba en una estación de ferrocarril que me producía más incógnitas que certezas; sin embargo avancé y algo titubeante golpeé la puerta. Una cara sonriente me saludó, tímidamente le pregunté si estaba en Radio Vida. El joven, siempre de buen humor asintió, me hizo pasar, me dijo que dejara mi bolso en un rincón de la habitación contigua y me explicó que estaban transmitiendo, en vivo, un programa de televisión y agregó: “si querés pasar, sin hacer ruido, podés pasar”. Y pasé, justo en el momento en que hacían una pausa y desde lejos te vi por primera vez. Sonriente, curioso, inmediatamente me preguntaste quién era, a quién venía a ver, de dónde llegaba y no sé cuántas cosas más.

Cuando te dije que venía de Mendoza me contestaste rápido: “¡Mendoza, mirá qué cosa! Me hizo gracia el rimado inmediato, sencillo pero contundente y seguí quieta, intimidada como una persona que llega a un lugar donde todo le es desconocido (o al menos eso me pasa a mí, que no me caracterizo por ser decidida). Llegó la señal de aire y empezó nuevamente la rutina diaria; lejos estaba de pensar que, de pronto, sin pensarlo siquiera iba a estar incluida en ella; desde tu lugar me llamaste, me invitaste a sentarme a tu lado, me preguntaste mi  nombre, de dónde venía, volviste a repetir la rima anterior y empezamos un diálogo en el que mágicamente se esfumaron cámaras, luces, ayudantes, todo… honestamente no tenía noción de que medio Mercedes estaba mirando tu programa, y una cara desconocida contaba cosas de su vida que seguramente a nadie le interesaban pero tenías esa capacidad de entrevistar en la que uno pensaba que estaba solo con vos y nada más ocurría alrededor, porque tenías magia, talento, duende y tantos otros adjetivos que sería largo enumerar.

A los dos días de aquel sorpresivo debut en la televisión local, escuché por tu radio que convocabas a la gente de Mercedes a una tarde de barrileteada. ¡Qué extraño, pensé, en pleno siglo XXI que alguien recuerde un barrilete e invite a los vecinos a llevar el suyo!… Sin embargo, otra vez lo imposible fue posible y el predio que rodeaba esa Trocha fantasmagórica se llenó de gente, en una tarde de otoño, donde muchos barriletes que no veía desde mi infancia surcaron el cielo diáfano y soleado de la tarde mercedina.

Por vos aprendí a conocer Mercedes, sus personajes, y el amor apasionado que tenías por la radio, “Tu Radio” que tenía un nombre por demás elocuente: Radio Vida, porque si hubo alguien que amó la vida y se prodigó en ella fuiste vos

La casualidad, el destino, vaya a saber uno qué designio de la vida hizo que fuéramos vecinos, vivía exactamente a la vuelta de tu casa. Eras amigo de Marcelo desde siempre, él te admiraba, eras su ídolo: “La persona que más sabe de radio y televisión en Mercedes” –me decía– , y parte de su vocación la habías despertado vos. Esa circunstancia hizo que comenzáramos a vernos seguido y hubo noches de pizza, asado, charlas, anécdotas graciosas, porque tenías una particular manera de narrar, podías contar las historias más insólitas e inverosímiles, sin inmutarte y tu magnetismo hacía que todos te creyéramos, aun las bromas que muchas veces nos gastabas y en las que caíamos inocentemente, siempre.

Por vos aprendí a conocer Mercedes, sus personajes, y el amor apasionado que tenías por la radio, “Tu Radio” que tenía un nombre por demás elocuente: Radio Vida, porque si hubo alguien que amó la vida y se prodigó en ella fuiste vos.

Un día me dijiste que hiciera un programa y con Marcelo aceptamos el desafío; así nació La Rayuela, siempre generoso, dejaste hacer, alentaste, abriste tu radio a todo aquel que llegó con un proyecto y todos nos sentíamos parte.

Algunas veces nos peleamos, discutíamos fuerte y te ibas enojado, yo pensaba entonces: “Bueno, hasta aquí llegamos, no me va a hablar más”. Sin embargo, al otro día, tocabas el timbre de casa y, como un chico arrepentido, decías que venías a tomar café. No había que hablar del día anterior, éramos apasionados en algunos temas y nos dejábamos llevar por el ímpetu de nuestro carácter, pero nada nunca empañó aquel primer diálogo que empezó en La Trocha y que nunca se iba a detener…

El tiempo pasó, un día tuvimos nuestra propia radio. Te alegraste, llamabas muchas veces para decir que algo te había gustado. Estabas alejado de la conducción, voluntariamente en otro plano; sin embargo, la pasión por el periodismo nunca cedió, ni los encuentros que, aunque ahora más esporádicos, se daban siempre con alegría.

Me gustaba escuchar tu voz de ricos matices en la rodante, y disfrutaba ver cómo animabas los carnavales; había que pararse frente a esa muchedumbre y mantener la atención y el ritmo. Nadie dirá como vos que “está lloviendo en la pulpería de Cacho Di Catarina” ni que entra Momo a la 29… Le diste tantas cosas a tu ciudad: los Bailes Populares, el Safari Náutico, la Fiesta de la Torta Frita, en honor a los ex Combatientes de Malvinas, tu Hola Cierre y tantas más…

No creo en fechas ni tampoco en homenajes que, cuando son póstumos son tardíos, sé que no te gustaban, ni querías que se hablara de vos porque eras así, sencillo, simple, aunque para muchos de nosotros fuiste trascendente e irrepetible

Siempre defendiste las causas de los humildes, no hiciste concesiones con los poderosos, estuviste del lado de las causas justas y por sobre todo supiste ser amigo de tus amigos.

Tenías otra pasión: el fútbol y Boca Juniors; había que tener cuidado cuando Boca perdía porque al otro día podías estar de muy mal humor, ni decir cuándo perdía la Selección. También te gustaba mucho jugar al futbol y así, un día hace ya un año, de la forma que más te gustaba partiste: jugando, porque ese niño grande que llevabas dentro tenía que jugar, jugar hasta el infinito.

No creo en fechas ni tampoco en homenajes que, cuando son póstumos son tardíos, sé que no te gustaban, ni querías que se hablara de vos porque eras así, sencillo, simple, aunque para muchos de nosotros fuiste trascendente e irrepetible. Me niego a admitir que no estás porque estás siempre conmigo, como cuando tomábamos café en El Cabildo, en la mesa que daba a la plaza y filosofábamos sobre la vida y el tiempo que, inexorable, pasa.

Por eso, porque sí, hoy quise escribirte esta carta para que cuando pasees por la Trocha te acuerdes de tu amiga que siempre está con vos.

Susana Spano