Aún con la emoción de haber celebrado al glorioso patriarca San José en su día, nos enfrentamos al camino propio del santo tiempo de la Cuaresma.
Y si bien ayer hablábamos de los ayunos de silencio, de palabra, de protagonismo al modo de San José, vamos a volver a otra temática propia de este santo tiempo: la confesión.
Cuántas veces escuchamos nosotros los sacerdotes a muchas personas, hermanos laicos, que dicen yo me las arreglo directamente con Dios, yo me confieso con Dios sólo. El problema es que nuestros pecados no son solamente de nosotros sino que somos una comunidad y nuestras faltas, nuestros pecados, de modo particular los pecados mortales, no solamente me involucran a mí sino que por ser parte de la Iglesia involucran también a todo el Cuerpo Místico de la Iglesia.
Si hacen memoria ustedes, nosotros decimos en el Credo, «creo en la comunión de los Santos». Este creer en la comunión de los Santos significa que todo lo bueno que yo hago repercute a toda la gloria de la Iglesia, a toda la santidad de la Iglesia. Así como el bien que hacía Madre Teresa de Calcuta o un misionero hoy caminando en medio de la selva, o entre nosotros mismos, cualquier bien que un enfermo ofrece desde su cama redunda en bien de la Iglesia, también –y esto es lo lo grave– cualquier cosa mala repercute en todo el bien de la Iglesia. Eso es la comunión de los Santos, y de allí que si bien mis pecados son absolutamente personales, como dice ese viejo principio de la filosofía de la nada nada procede, si yo estoy en pecado no puedo yo mismo sacarme del pecado a la gracia. Es necesario que alguien de la Iglesia, en nombre de la Iglesia y en nombre propio nos absuelva, de allí que el sacerdote dice yo te absuelvo de tus pecados. El sacerdote que puede ser, al menos en mi caso, más pecador que cualquier otro, pero que tenemos la gracia del orden sacerdotal para decir yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es decir que nuestros pecados son personales, pero no son, no repercuten o no me manchan solamente a mí, así como las buenas obras que yo hago no son solamente para él, sino que en el misterio de la comunión de los Santos redundan en bien de toda la Iglesia o también redundan en pecado para toda la Iglesia. Así que eso de yo me arreglo con Dios no va.
Es necesario que alguien de la Iglesia y con estas palabras sacramentales del Evangelio me perdone los pecados. Ya lo dijo Jesús, a los que ustedes perdonen los pecados le serán perdonados, a los que ustedes se los retengan les serán retenidos.
Que nos animemos en el tiempo de la Cuaresma a una buena confesión.
Que la Virgen de Luján los bendiga.