La austeridad propia del santo tiempo de la Cuaresma se ve interrumpida en dos solemnidades: el 19, la solemnidad de San José, el esposo de la Santísima Virgen, el padre adoptivo de Jesús; y hoy lunes 25, con la solemnidad de la Anunciación del Señor. Qué misterio se nos invita a celebrar y a contemplar.
Se nos invita a contemplar a una joven, muy joven de Nazaret, que estando en sus quehaceres diarios, como toda joven viviendo con sus padres, nos dice la tradición Joaquín y Ana, recibe nada más y nada menos que la visita de uno de los Santos Arcángeles que están a las órdenes directas de Dios, que le viene a anunciar, a hacer una propuesta: ser la madre del Hijo del Hombre, ser la madre del Hijo de Dios, ser la madre de Jesús.
Como hemos dicho tantas veces, pregunta obvia de la Virgen, ¿cómo creer esto si yo no tengo relación con ningún hombre?, es más los planes míos son otros, tal vez ha dicho la Virgen, que no lo consigna el Evangelio, mis planes son vivir en castidad con José porque me he consagrado a Dios. Pues bien, viendo esta consagración tuya, Dios se complace en vos y quiere hacerte de puente para que nos traigas a la Tierra a su propio Hijo. Para que sea también sangre de tu sangre y carne de tu carne.
Y así es como María, sin más y sin mediar más palabras, deja que se haga en mí lo que dices, que se cumplan en mí tus palabras, y el Verbo se hizo carne y pone su morada entre nosotros.
Muchas veces en nuestras vidas también tenemos otros planes. Muchas veces en nuestras vidas nos soñamos haciendo o protagonizando otros acontecimientos, viviendo otras situaciones. Pero el Señor nos visita con sorpresas, y sorpresas que muchas veces nos dejan -como dicen los jóvenes y si me permiten la expresión- como “en orsai”. Nos dejan como desubicados en la vida. Pero si el plan era otro. Si la cosa venía por otro lado. Si había yo planificado tal o cual cosa. Bueno pero la voluntad de Dios es otra. Y siempre es una invitación la de Dios a aceptar esa voluntad, como lo hizo María. Animarnos a dar un golpe de timón. Animarnos a cambiar mis planes por planes de Dios.
Siempre los planes de Dios son absolutamente superadores. Y esos planes de Dios normalmente no vienen con una certeza absoluta, con una claridad meridiana. Tampoco vienen exentos de lágrimas pero es su voluntad, al estilo que lo hizo con María, al estilo que lo hace con su hijo Jesús.
El santo tiempo de la Cuaresma, el que estamos viviendo, interrumpiéndolo con esta solemnidad, es también para mirar nuestra vida. ¿Estamos haciendo lo que Dios quiere en la vida o lo que nosotros queremos? ¿Le damos lugar al Espíritu Santo y a sus mociones para que nos mueva? ¿Damos lugar para que Dios haga su obra en nuestras vidas?
Que también, como la Virgen, seamos capaces de decir “que se haga en mí lo que dices”, para que también nosotros, como la Virgen, podamos dar como fruto a Jesús.
María Santísima de Luján te bendiga.