Son tres las actitudes fundamentales o el talante propio del santo tiempo de la Cuaresma: penitencia, limosna y oración. Las tres son importantes y el telón de fondo en el que se actúa este tiempo para que no sea solo un pasar. De las tres yo deseo que compartamos una, que es la oración.
Tanto se ha hablado, escrito y leído, practicado la oración. Pero ¿qué es? Alguien me dijo alguna vez que rezar es como andar en bicicleta. Nos pueden explicar mucho la posición del pie, el sentido del equilibrio, cómo se coordina, pero a rezar se aprende rezando como a andar en bicicleta se aprende andando. Tengo que subirme, quizás me caiga, en algún momento me ayudaré con rueditas, hasta que salgo andando. Pues con la oración pasa lo mismo.
La oración es fundamentalmente hablar con Dios. Aquella hermosa anécdota atribuida a San Juan Bautista María Vianney, que se le acerca a un feligrés y le pregunta ¿qué hace aquí todas las mañanas usted mirando al crucifijo sin hacer o decir nada?. Y el parroquiano le responde: yo lo miro y él me mira. También de eso se trata. Muchas veces la oración es solamente un estar, solamente mirar, permanecer en su presencia.
El santo tiempo de la Cuaresma es un tiempo propio para crecer en esto de hablar con El. Estar con El. Estar con el Amado, como decía Teresa de Avila. Es bueno en este santo tiempo entonces estar momentos, prolongados, breves, que podamos manejar dentro de nuestra agenda diaria, estar en su presencia. No es necesario irnos al Templo, a la Iglesia, alcanza y sobra con estar en nuestro hogar, en casa, en soledad, pero estar en su presencia. Y crecer en este estar con El, porque sabemos que nos ama.
Propongo este pequeño ejercicio, mientras lee estas líneas: levante su pensamiento a Dios y en su corazón diga Te amo, te amo Señor mío y Dios mío. Eso es oración.
Que la Virgen Santísima de Lujan lo bendiga y le de, nos de, un corazón orante.