En el Tratado de la Santísima Trinidad se habla mucho de la apropiación. Esta es para describir o determinar algo que se le atribuye, se le da por apropiado, a una de las tres Divinas Presencias.
De esta manera decimos que si bien todo Dios es el que crea, es Dios Padre el que crea. O bien todo Dios es el que redime, decimos que Dios es el que redime. Y si bien decimos que es Dios el que santifica, por apropiación decimos que es Dios Espíritu Santo el que santifica.
La apropiación no es sino el determinar una función, una característica hacia fuera, Ad Extra de la Santísima Trinidad: la Creación, la Redención, la Santificación. Y por ende decimos que por apropiación recibimos, somos ungidos de la fuerza de Dios Espíritu Santo. Pero en realidad es de todo Dios de lo que somos ungidos, bendecidos, revestidos. Pero por apropiación decimos que somos ungidos por Dios Espíritu Santo.
Lo que esperamos en Pentecostés es la efusión de la venida del Espíritu Santo. Es decir la manifestación, la llegada de Dios Espíritu Santo. Así como Dios Padre crea y Dios Hijo redime, y esto es lo que celebramos en la Pascua, en Pentecostés celebramos la efusión, el darse, el regalarse, el derramarse, el desparramarse de la Unción del Espíritu Santo.
Que junto a la Virgen Santísima de Lujan esperemos en el cenáculo de Pentecostés la efusión del Espíritu Santo, que viene para darnos la vida, y vida en abundancia, como solamente El sabe dar.