Junto a la Fiesta de Pentecostés, es decir la fiesta del nacimiento de la manifestación de la Iglesia, el mostrarse de la Iglesia, nos encontramos con la solemnidad de Santa María Madre de la Iglesia. Es decir la Virgen Santísima pariendo lo que es la comunidad de los redimidos.
María Santísima no solamente dando a luz al Hijo de Dios sino a su Esposa, a la continuación de su Hijo, a la Iglesia. Por eso van juntos –teológicamente hablando–María Madre de Dios y María Madre de la Iglesia. María es Madre de la Iglesia por ser Madre de Jesús. María engendra a la Iglesia así como engendra a Jesús.
Y así como engendra a Jesús da a luz a los hijos, cuida y protege a los hijos, a punto tal que podríamos decir que es la Madre de todas las advocaciones. Todas las que tengan como prefijo madre, tienen que ver con María Madre de la Iglesia: Madre de Misericordia, Madre de Bondad, Madre de todo Consuelo. María Santísima es todo eso, en tanto que es Madre de la Iglesia y Madre de Dios.
Madre que cuida y atiende a los hijos, que sigue mostrando a los hijos el rostro amado de su Hijo Jesús. Porque esta es la función de la Virgen.
Cuando los hermanos evangélicos y de otras comunidades endilgan a los católicos una cierta adoración de la Virgen se equivocan, porque nosotros no adoramos, la veneramos. Y la veneramos en tanto todos los dones, todos los regalos con los cuales en mérito a ser Madre del Hijo de Dios, Dios nuestro Padre entre los adornos que le ha querido dar es ser Madre de su Hijo, Madre de Dios y por lo mismo Madre nuestra. De allí que después de la Fiesta de Pentecostés, que acabamos celebrar ayer domingo, es justo celebrar a María y contemplarla y mirarla como Madre de todos nosotros reunidos en torno a su Hijo, en la Iglesia. De allí que María Santísima, Madre de la Iglesia, ruega por nosotros.
Que ella te bendiga y nos bendiga.