Este jueves 22 de agosto celebramos la Memoria de Santa María Madre de Dios, Reina del Cielo y de la Tierra.
María Santísima es un misterio que nos relata el profeta Isaías y que tan bellamente lo dice el libro del Apocalipsis. Esta mujer vestida de Sol, con la Luna bajo sus pies, y una corona de 12 Estrellas sobre su cabeza.
Es en la tradición de la Iglesia esta fiesta de contemplar a la Virgen Santísima como Reina y Señora de toda la Creación. Es según también lo que rezamos en el quinto misterio del Rosario, misterio de Gloria.
Y el Evangelio que se nos invita a reflexionar hoy es muy leído, Lucas capítulo 1 versículos 26 al 38, conocido como el Evangelio de la Anunciación. Porque precisamente la realeza de María es no tanto haber sido visitada por el Angel, sino ser fiel a la moción, a la inspiración del Espíritu Santo, de terminar el Evangelio diciendo Yo soy la Servidora del Señor, que se haga en mí lo que ha dicho.
La realeza de María radica, como bien señala San Agustín, no tanto en haberlo concebido en sus entrañas sino en su corazón. Y a esto también nosotros podemos aspirar. No a engendrarlo físicamente porque es imposible ya que Cristo nació, vivió, murió, resucitó y está sentado a la derecha del Padre.
Pero podemos aspirar a engendrar al Señor en cada día, en cada hecho, en cada pensamiento. Como dice la Plegaria Eucarística, tener los mismos sentimientos de Cristo. Y esto nos asemeja a la Santísima Virgen que es más feliz por haberlo concebido a Jesucristo en su corazón que en sus entrañas.
Que honremos hoy a la Santísima Virgen con el deseo de engendrar a Cristo día a día en nuestras vidas.