Dentro de lo que son los ritos de la Ley de Moisés estaba la presentación de los recién nacidos para que la madre se purificara y el niño sea marcado con el sello la carne: la circuncisión. Y esto es lo que nos relata el Evangelio de Lucas capítulo 2 versículos 26 al 30.
En la presentación de Jesús y la purificación de su madre, aparece una mujer anciana Ana, y nos dice la Escritura, “hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones”.
Alababa la preferencia en ese niño de Dios, y las cosas grandes que iba a hacer, y termina el Evangelio de hoy diciendo “volvieron a su ciudad de Nazaret de Galilea”, y también: “El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él”.
Hemos terminado de celebrar la solemnidad de la Sagrada Familia y empieza un gran paréntesis de silencio entre esta presentación que nos relata el Evangelio de hoy hasta que Jesús comienza a actuar en su vida pública y es mostrado por su pariente Juan el Bautista. Todo ese tiempo Jesús lo pasa en silencio, en la Familia de Nazaret.
Todo lo humano que aprende Jesús lo aprende de su madre y su padre adoptivo, José. De María Jesús aprenderá a ser ordenado, atento. De José aprenderá el oficio de carpintería, el estar siempre dispuesto para ayudar a su madre, el disponerse tanto a las tareas del taller como en las de la casa. Era hijo único y era varón.
Pero todo eso queda en la oscuridad de la infancia de Jesús, en la que nos podemos adentrar solamente con la Fe.
Porque precisamente como cada familia es una realidad absolutamente distinta, no podemos dar recetas para nadie. Porque “cada familia es un mundo”, como sostiene el dicho.
Como reflexionábamos ayer junto al Papa Francisco, donde el perdón es el gran condimento.
Así como queda oculta la vida de Jesús en Nazaret junto a María y a José, debe quedar oculta nuestra vida familiar. El resguardo de nuestra familia, los códigos, los modos de hacer tal o cual comida, de tender la mesa, de leer el diario, pequeños gestos que hacen a la convivencia familiar para que el otro se sienta recibido, acogido, atendido.
No sabemos lo que acontecía en la Sagrada Familia de Nazaret, como no sabemos lo que acontece con la familia vecina.
Y está bien que así sea, porque debemos guardar el tabernáculo familiar así como fue guardado el de la casa de María, José y Jesús.
Que la Sagrada Familia nos siga acompañando en estos días cercanos a la Navidad y próximos a la finalización del año en curso.