El avance vertiginoso de la pandemia del COVID-19 se nos aparece como un aterrizaje forzoso, que nos ha mostrado un panorama del cual no teníamos noción y nos avisa que nuestra verdadera realidad es el más espantoso desamparo con el que venimos conviviendo por varias décadas, sin siquiera enterarnos que caminamos desde hace mucho tiempo por el borde de un despeñadero.
La lucha por la hegemonía del planeta, con toda su parafernalia de ojivas nucleares montadas en misiles intercontinentales de medio y largo alcance, yace sobre un páramo desnudo y sin remedio, cubiertos sólo por el manto de terror que ellos mismos han diseminado por el mundo para imponer sus designios.
En ese cometido, los países centrales no han dudado en imponer su supremacía utilizando tecnologías de punta, creando aparatos comunicacionales gigantescos destinados a apropiarse de la palabra con la que colonizan las mentes y conquistan voluntades que ponen al servicio de sus objetivos.
Sin embargo, todo eso parece haberse derrumbado y se abren ventanas hacia otros horizontes. Aunque todavía no se vislumbran con claridad las consecuencias de la pandemia viral que asola a la humanidad, sí puede decirse que un remezón de tamaña dimensión como éste, que ha puesto en evidencia el entramado de un sistema agonizante, permite pensar que nada podrá seguir siendo igual, cuya premisa por demás se torna deseable.
El desmoronamiento se originó los primeros días de diciembre del 2019 en China. Un agente infeccioso microscópico acelular, imperceptible al ojo humano – digamos un virus– que solo puede multiplicarse dentro de las células de otros organismos, ha puesto a todo el planeta en vilo, derribando mitos que han pautado la conducta de la humanidad por años, para luego terminar siendo verdaderos gigantes con pies de barro.
La manera como se ha propagado la pandemia, cuestiona seriamente el mito de la globalización. Una peste que no distingue países, tipos humanos, clases sociales y que avanza a una velocidad hasta ahora sorprendente y que ha dejado estupefactos a los eruditos en la materia, debió haberse abordado globalmente. Muy por el contrario, los países cerraron sus fronteras y cada cual encaró el problema como pudo, unos con más, otros con menos sensatez. Es curioso, pero por ahora se dice que la solidaridad es el único remedio. Un sistema solidario debe plasmarlo en sus normas, su praxis. No como acto volitivo discrecional.
Esta actitud pone de manifiesto la imposibilidad concreta de realizar acciones concertadas de manera global, para ir tras la detención del virus pandémico, que por ahora se mantiene inmune a todo antídoto conocido. Por consiguiente, queda plenamente esclarecido que lo único que ha funcionado eficientemente en la globalización, es el comercio y las finanzas, para regocijo de los financistas que manejan el mundo.
Otro de los mitos ha sido puesto en cuestión, es aquel que considera al Estado una entidad que está sólo para poner trabas a las libertades individuales e impedir a los que están en la cúspide de la pirámide ejercer su apetito desenfrenado de poder y enriquecimiento infinito, cuyo accionar ha configurado un panorama ominoso de concentración de la riqueza en un grupo ínfimo de personas.
Todo esto, en aras de la libertad de mercado, que estos mismos grupos han conseguido imponer a través de la colonización del Estado, que a través de denostarlo se han apropiado de él, poniéndolo al servicio de sus intereses y en detrimento de las grandes mayorías con necesidades básicas insatisfechas, como la nutrición y despojadas de servicios esenciales. A saber: la salud y la educación; pilares fundamentales para el desarrollo y la sustentabilidad de la vida.
Este estado de situación, al que nos ha llevado el neoliberalismo devenido después de la caída del Muro de Berlín, trajo como consecuencia a las pseudodemocracias con las que venimos conviviendo desde hace años, administraciones desastrosas para las mayorías en nuestras sociedades. En la práctica, por su conformación y la actitud política ante sus pueblos, han sobrevenido en despóticas plutocracias.
Esto ha traído como consecuencia que, según estudios recientes, ”casi la mitad de los 1.300 millones de personas afectadas por la pobreza en todo el mundo son menores, 663 millones, según denuncia el último índice sobre Pobreza Multidimensional publicado este jueves por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) .11 jul. 2019”
En la misma perspectiva, pero en el otro extremo, León A. Martínez en “El Economista” del 23 de enero del 2019, publicaba que: “Coincidiendo un año más con el inicio del Foro Económico Mundial de Davos —que reúne a los más ricos entre los ricos—, además de líderes mundiales, la organización no gubernamental Oxfam publicó su estudio sobre la situación de la desigualdad económica en el mundo, encontrando que la riqueza está cada vez más concentrada en menos manos, luego de que en el 2017 unas 43 personas poseyeran la misma riqueza que 3,800 millones de personas, en el 2018 el número de miembros de este selecto grupo se redujo a sólo 26 personas.”
Por otra parte, se pone de manifiesto con claridad que el hombre ha sido relegado a un segundo plano, que la administración de este tipo de Estado la ejerce una clase política obsecuente, obediente a los preceptos del mercado y las finanzas, a sabiendas de que el poder que les ha delegado directamente el pueblo, en la acción concreta, actúan en favor de los poderes fácticos que reproducen los principios del capitalismo tardío devenido en neoliberalismo, cuyos efectos perniciosos conocemos todos.
Como ya se ha dicho, nada de esto hubiera sido posible sin el empleo del gigantesco avance tecnológico que ha venido desarrollándose desde hace ya varias décadas y como consecuencia ha transformado el tiempo y el espacio: todo es más rápido y todo está más cerca. La comunicación en sus distintas formas, ha pasado a ser el paradigma de época.
La pandemia generada por Covid-19 se expande por el mundo sin barreras. Todo lo que se sabe, es que un miembro prodigioso de una familia conocida mutó –por ahora sin explicación– mientras el desconcierto y el pavor se esparce por el planeta.