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Flandria y los sueños que nunca te abandonan

Habría que detener el tiempo, congelar la imagen, en ese mágico minuto 52 del segundo tiempo: el balón vuela por el área de Colegiales ante un arquero desconcertado y mudo, diez mil puños se aprietan en el estadio Carlos V.

El partido había sido largo y tedioso, con una temperatura ambiente superior a los 30 grados, los visitantes salieron a hacer tiempo, a fingir una y mil lesiones… y los locales no le podían encontrar la vuelta a esa disputa lenta, cortada, densa, por el ascenso.

La cosa había empezado un mes antes, cuando el Canario lo bajó 2 a 0 a Cole (que venía pisteando) y se puso a tiro de la punta cuando quedaban tres fechas. En el sprint final, Flandria sacó los 9 puntos y gritó campeón en Berisso.

El festejo fue el sábado 6 y el jueves 11 los muchachos perdieron 1 a 0 en Munro la primera final por una plaza en el Nacional. Desde los alambrados pegados a la raya de cal oyeron cantar “En la cancha de Flandria les vamo´ a ganar… y la vuelta vamo´a dar”.

Ahora el balón traza una parábola, en ese instante único del minuto 52, cuando las populares repletas ya se preparaban para la desilusión, para el “aunque ganes o pierdas”, para el fastidio por la oportunidad perdida de festejar en su cancha.

“No hay mucha ciencia, Flandria va con el corazón en la boca, le queda a Camacho, metala bien, Camacho mete el centro, atención, Tisseraaa… ¡Gooooooooooooooooooooolll!!! ¡Gooooooooooool!!!!”

Después patearon ocho penales para definir el ascenso y no te voy a decir que fue un trámite. Se escondía el sol de frente a las tribunas cuando el chivilcoyano arquero Lungarzo tapó un remate y se desató la emoción y la fiesta.

Con el último aliento, en la última bola, como símbolo de que todo es posible para el que no se resigna ni baja los brazos. El regreso al Nacional se hizo realidad para Flandria, como esos sueños que nunca te abandonan.