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Juan Torres, el artista de los momentos

El zaguán de su casa es el preludio indiscutido de un artista. De inmediato me llama la atención la cantidad de libros agrupados en estanterías amuradas a la pared, o en muebles, cajoneras, por todos lados se puede ver arte.

Tras nuestros pasos viene Quía, su gata. Atravesamos un pasillo estrecho donde me voy topando con vestigios de obras inconclusas, dibujos imposibles.

Al final del pasillo, su estudio, olor a creación: un caballete en el centro, estantes a la izquierda, pinceles y tachos de pintura por la derecha, una ventana que da a la calle, obras en proceso y bocetos en la pared opuesta, pero enseguida las obras protagonistas
colgadas en la pared me rodean, una al lado de otra se explayan en lo alto y me es inevitable tomarme un suspiro antes de comenzar.

Para romper con cualquier tipo de tensión, me atrevo a comparar su obra con la de Edward Hopper. Se ríe. «Al menos en la paleta cromática», le digo y sale disparado a buscar un libro de uno de esos estantes.

–Ves mirá, el tipo quería dibujar las escenas detrás de los vidrios, y aunque no veamos cristales, sabemos que están ahí –me dice señalando “Nighthaks”. Más adelante, encuentra la obra “House by the Railroad” que es la que inspira a Hitchcock a crear la mansión que saldrá en «Psicosis».

Hablamos sobre los orígenes de la idea de querer ser artista plástico, el germen que se aloja y se dispersa contaminando el cuerpo, la mente, despacio lo acapara todo hasta hacerse vital. En su historia atravesó varias instituciones, en La Plata, Luján incluso una incursión fugaz por el Polivalente de Mercedes.

Su obra se desliza entre el silencio de la tarde, entre los suspiros de la siesta la paz de la quietud, escarban en lo banal de la vida de pueblo. Captura paisajes mercedinos logrando una familiaridad sincera. Alcanzando lo que el arte tiene como objetivo, arremeter contra lo rutinario: un mate, a Quía, las estructuras de una parrilla, el parque viejo (mi favorito), paisajes o el recuerdo de su abuela, el río, la Iglesia San Luis y así comienza a construir una Mercedes privada, soñada, que él habita con personajes de su memoria.

El agua para el mate ya está helada. Le ofrezco medialunas que me había olvidado que llevaba en la mochila y me cuenta de su viaje al viejo continente, una excursión sorpresa ideada por su esposa Alejandra donde me asegura que volvió a sentirse como un chico, corriendo por los pasillos, absorbiendo cada detalle de los grandes saberes de la historia. Cuenta, entre risas, que un chino le toca el hombro pidiendo permiso, estaba mirando “Noche estrellada” de Van Gogh, me dice y, “fotofoto”, le dice el chino y le muestra la cámara.

– Está bien. Capaz que estaba parado ahí hace mucho tiempo. Pero el chino estuvo cinco segundos y se fue –cuenta y recuerda.

Al emprender el camino de vuelta su casa ya me resulta familiar. Como si un pedazo de él estuviera habitando en cada rincón, un pedazo de Mercedes, una parte de mí pareciera quedarse también en sus recuerdos, en su memoria.

“El patio es el declive por el cual se derrama el cielo en la casa” [Un patio – Fervor de Buenos Aires – J.L.B]

Colaboración de Germán Faure