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Jorge Antonio Pertossi, el obrero metalúrgico que creó un ícono de la confitería mercedina: San Martín

A sus 81 años, el exdirigente gremial y fundador de la Confitería San Martín, Jorge Pertossi, repasa su vida: desde la persecución durante la dictadura y un difícil episodio de salmonella, hasta el orgullo de ver a sus hijos y nietos mantener vivo el sabor más reconocido de la ciudad.

Jorge Antonio Pertossi, nacido el 7 de abril de 1944, es una figura central en la historia reciente de Mercedes. Conocido hoy por haber fundado la icónica Confitería San Martín, de calle 25 entre 24 y 26, su vida es una extensa crónica de trabajo incansable, compromiso gremial y adaptabilidad.

Casado hace 61 años con Edith Angélica Zanardi, con quien se unió en la Iglesia San Luis, Pertossi vive hoy el retiro tranquilo que el esfuerzo de décadas le permitió, dejando un legado que ya va por la tercera generación familiar.

El camino de Pertossi comenzó en el sector obrero. Fue bobinador de motores en la metalúrgica Tedo, donde no solo trabajaba largas jornadas (9 horas más 4 horas extra) sino que también se desempeñó como dirigente gremial y delegado. Su militancia coincidió con los difíciles años de la dictadura, una época que hoy pocos conocen de su historia.

La persecución lo llevó a un quiebre en 1977, cuando tuvo que dejar Tedo. Recuerda momentos de gran tensión, como haber sido puesto preso tras una manifestación gremial en los ’70. «No entremos en eso porque se va a hacer re largo», dice con cautela, en la entrevista, aunque su historia gremial incluye haber sido delegado tanto en el sector textil como en el metalúrgico, una lucha que marcó su vida, en favor de las mejoras en las condiciones laborales que atravesaba junto a sus compañeros.

En ese tiempo, Pertossi y su esposa, Edith, ya con dos hijos pequeños, Adrián (hoy de 60 años) y María de los Ángeles (50), lograron levantar su casa en el barrio Lapenta, un logro que en el contexto económico actual él considera que para un obrero «es imposible».

El nacimiento de un clásico mercedino

Tras dejar la fábrica, se fue a Capital Federal a trabajar en la confitería Marne, propiedad de su padrastro. Allí, a sus 30 y tantos años, aprendió rápidamente el oficio de pastelero. Y fue así según recuerda que con esa nueva experiencia y la mitad de su indemnización, decidió regresar a Mercedes.

En febrero de 1979 adquirió el fondo de comercio de la Confitería San Martín, que estaba  en muy malas condiciones y en caída en la esquina de 25 y 26, superando un obstáculo inicial al tener que pagar un alquiler separado por el fondo de comercio y la propiedad.

«La Confitería San Martín es confitería, no panadería, pan nunca hicimos», aclara con orgullo sobre su especialidad y marcando la cancha con la sapiencia que le dieron los años en el oficio.

Después, San Martín se mudaría a un local lindero a la actual ubicación del negocio, donde pudo comprar finalmente esa propiedad, consolidando la estabilidad del emprendimiento familiar. «Hoy, el local es nuestro», dice y reconoce que esta cualidad permite que el negocio no se vea afectado por el pago de alquileres, un factor que es clave en el centro de Mercedes.

Desde entonces «la San Martín» se convirtió en un referente de sabor, manteniendo la «excelencia con el paso de los años», un secreto que radica en la dedicación constante al oficio.

SALOMONELLA: El problema surgió por la mayonesa casera que él mismo elaboraba con huevo sin conservantes. Clientes y hasta el propio Jorge se intoxicaron. Afortunadamente, no hubo fallecidos, pero el incidente puso en riesgo la reputación de la confitería.

Los días difíciles y el legado en manos de la Familia

No todo fue dulzura en la historia de la confitería. Pertossi recuerda uno de los momentos más críticos: una intoxicación por salmonella en el año 1988. El problema surgió por la mayonesa casera que él mismo elaboraba con huevo sin conservantes. Clientes y hasta el propio Jorge se intoxicaron. Afortunadamente, no hubo fallecidos, pero el incidente puso en riesgo la reputación de la confitería. A partir de ese momento, eliminó la mayonesa casera y usó solo productos envasados.

Hoy, la Confitería San Martín está totalmente en manos de sus hijos. Adrián y María de los Ángeles lideran el negocio, y la tercera generación, incluyendo a un nieto que estudia Contador y una nieta que trabaja en el mostrador, ya forma parte del equipo.

«Les dejé todo, mercadería… todo bien montadito», dice orgulloso de su decisión de ceder el negocio hace 18 años, a sus 63 años. Aunque no interviene directamente, se asegura de que paguen los impuestos inmobiliarios y municipales, y a veces se acerca al local, como un cliente más, abriendo la puerta a los clientes por costumbre.

Con el panorama económico del país, no oculta su preocupación por el futuro. «No va a existir más», vaticina sobre la confitería en 20 años, temiendo que la inestabilidad nacional afecte el legado familiar y las perspectivas de sus nietos, una de las cuales es bióloga del CONICET y gana «dos mangos».

«Les dejo el ejemplo del trabajo», sentencia, un valor que ha sido el motor de su vida y de su familia.

Placeres de Jorge Pertossi

Después de una vida de trabajo arduo y dedicación al negocio, Jorge Antonio Pertossi disfruta de una vida de jubilado que complementa su mínima con ingresos de alquileres, lo que le permite vivir sin sacar dinero de la confitería familiar.

Jubilación y economía: Cobra la jubilación mínima ($380.000 con bono), a pesar de tener 47 años de aporte. Se mantiene gracias a los ingresos por alquileres de propiedades que pudo adquirir con su trabajo.

Matrimonio: Casado con Edith Angélica Zanardi hace 61 años.

Su vehículo: Le gusta manejar un antiguo Renault Scenic que conserva con más de 100 mil kilómetros, simbolizando una época pasada.

Fútbol: Es hincha de Boca Juniors, un equipo al que define como «sufrido pero inteligente»

Viajes: Dice que viajó «bastante» con su familia, conociendo gran parte de Argentina (en auto y colectivo), y viajó al exterior a Cuba, Norteamérica, Europa, México y Brasil. Pudo hacer viajes largos (de hasta 30 días) una vez que sus hijos crecieron y pudieron encargarse del negocio.

Sobre el trabajo: «Pudimos vivir mejor que cuando obreros». Comenta que ser obrero era menos estresante, ya que tenía tiempo para pescar y jugar al truco, placeres que perdió al dedicarse a la esclava vida de la confitería, pero que recuperó al jubilarse.

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