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La vida familiar de María

«La Crucifixión» de Juan de Flandes, detalle.

Muy poco y nada nos dice la Palabra de Dios sobre la vida de la Santísima Virgen María, una vez acontecida la resurrección de Jesús. Se vuelve a hablar de ella en la venida del Espíritu Santo, en Pentecostés, según el libro de los Hechos de los Apóstoles, y luego hay un silencio absoluto. El mismo que con respecto a San José. De San José acontece el nacimiento de Jesús, la adoración de los magos, la huida a Egipto y no se lo nombra nunca más. Pero, ¿qué habrá sido de la vida de la Santísima Virgen María?

La tradición la ubica, igual que la escritura, a partir de «la recibió desde entonces en su casa», viviendo con Juan, es decir siguiendo la misma vida que Juan, por lo que existe aún hoy y se venera la Santa Casa de María en Efeso, uno de los últimos lugares donde se entiende estuvo el apóstol Juan viviendo, y luego arrebatado por el espíritu hacia la isla de Patmos, donde luego muere (es el único apóstol que no muere mártir; y dice Santo Tomas de Aquino que uno de los gestos de amor de Jesús, su amigo, es librarlo del martirio).

Nos gusta contemplar a la Virgen Santísima y a Juan haciendo vida de familia. Es decir María ocupándose de las cosas que se ocupaba en vida humana de Jesús: hacerle la comida, alistarle la ropa, el trabajo que toda mamá cariñosa realiza con su hijo soltero que vive en su casa. Aunque en este caso es María la que vive en la casa de Juan.

En esta vida familiar se van raleando las visitas del resto de las mujeres que acompañaban a Jesús, como las de cada uno de sus apóstoles, que deben ocuparse de su propia vida, de su propia historia.

La visita d la casa de Juan a verla a la Virgen sería algo cotidiano, con largas charlas, pero todo esto queda en el absoluto silencio de la Palabra de Dios, lo que significa que no es necesario para nuestra salvación pues lo que es necesario ya lo conocemos en la Revelación. Pero nada nos impide poder «jugar» con nuestra imaginación y pensar a la Virgen Santísima en esta vida de ternura, de atenciones y de compartir la vida con Juan.

Qué bueno es, entonces, desde la partida de Jesús y su asunción, recibirla con Juan a María y hacerla nuestra huésped, que esté en nuestra casa.

Donde está María, nuestra Madre, está el amor, está la ternura, está la presencias viva, constante, de su hijo Jesús. Porque esa es la misión de la Virgen: mostrarnos el rostro amado de Jesús.

Que en nuestras soledades tengamos a la Virgen. Que en nuestras alegrías tengamos a la Virgen. Que en nuestra vida sea invitada de honor y protagonista María Santísima.

Que ella te bendiga.